Por Óscar Lara Salazar*
Por los años 60 en Sinaloa se editó una revista que hizo época. Era una revista del tamaño de un periódico tabloide, de formato semejante a la revista Siempre, se titulaba NOROESTE; fue mensual y su primer número apareció el primero de enero de 1960, muy bien presentada y en sus páginas escribían los periodistas y hombres de letras de Sinaloa de mayor talento y reconocimiento.
En ella, el periodista, -que aunque no sinaloense, pero que aquí desarrolló lo mejor de su obra-, Carlos Manuel Aguirre, escribía una columna denominada “Flor de la Anécdota”, donde, aunado a serios análisis periodísticos, cerraba con alguna anécdota, y la anécdota es definida como la relación breve de un suceso curioso, lo que siempre ha despertado gran interés del periodista o el historiador.
Por eso, rastreando en sus páginas, seleccioné algunas de las anécdotas de distinta índole, para compartirlas en esta ocasión con ustedes, que finalmente, el anecdotario es una de las expresiones que nunca pierden vigencia, y que por el contrario, su antigüedad les brinda mejor sabor histórico para disfrute del lector.
Al cumplirse el cuadragésimo cuarto aniversario de la Constitución del 17, la Asociación de Constituyentes fueron a presentarle sus respetos al presidente de la República, Adolfo López Mateos. Luego de ese evento, el constituyente sinaloense, Andrés Magallón visitó Sinaloa. Se hospedó en el hotel El Mayo, en Culiacán, donde cierta noche charlando con el Lic. Clemente Vizcarra, el poeta Alejandro Hernández Tyler y el pasante de leyes Raúl Flores, nieto del general Ángel Flores, el Lic. Vizcarra, al calor de la plática, le preguntó:
—¿Y qué anda haciendo por Sinaloa Lic. Magallón?
Y el viejo constituyente le contestó rápidamente:
—Como ya nada más quedamos cuarenta y un constituyente, hemos tomado el acuerdo de desparramarnos por toda la República, para no sesionar deliberadamente y evitar las malas lenguas, por dignidad.
Cuando el Lic. Enrique Pérez Arce fue electo Gobernador Constitucional de Sinaloa, hizo un viaje por el extranjero antes de tomar posesión. En este viaje visitó, entre otros países, Cuba y Nueva York. A su regreso, la CAADES, presidida por don Carlos A. Careaga le organizó un banquete para festejar su regreso.
En rueda de amigos, y en medio de aquel jolgorio, la pregunta obligada era conocer del mandatario sus impresiones del viaje, que para su época no era poca cosa. Por lo que fue don Carlos quien le preguntó:
—¿Y qué impresión le dejó Nueva York, licenciado?
Y el gobernador electo, autor del famoso poema “La Tambora”, le contestó pausadamente: Una impresión de dolor. Un dolor de pescuezo de tanto levantar la cabeza para ver los rascacielos.
Siendo Presidente de la República don Venustiano Carranza visitó Sinaloa. A su llegada a Culiacán las damas culiacanenses le organizaron en su honor una quermés, al estilo de la época, la que se escenificó en la Plazuela Obregón, frente a la Iglesia Catedral. Naturalmente que hubo matrimonios de mentirillas, gitanas que veían en las palmas de las manos la ventura, y una cárcel de rejillas para imponer multas que engrosaran las utilidades de la fiesta de beneficencia, destinadas a obras de caridad.
Dos bellas damitas, en el momento oportuno, tomaron del brazo al Primer Jefe y lo llevaron frente a la improvisada cárcel, con el fin de arrestarlo e imponerle una multa. Pero don Venustiano, con voz suave y comedida, dijo a sus aprehensoras: —El Primer Jefe del Ejército Constitucionalista no debe, ni de mentiras, entrar a una cárcel.
Y dejó en las manos femeninas un grueso fajo de bilinbiques, que cubrían generosamente la multa imaginaria.
El general Álvaro Obregón, siendo Presidente electo estuvo en Culiacán, donde la sociedad culichi le ofreció un baile de despedida en el Casino Culiacán. Otro día temprano abordó el Ferrocarril Subpacífico, rumbo a la ciudad de Tepic, donde ya lo esperaban con otro gran recibimiento.
Los viejos revolucionarios nayaritas lo saludaron en el Hotel Palacio y junto con ellos visitó las oficinas del Comité Pro-Álvaro Obregón. Allí el vencedor de Celaya tuvo frases de agradecimiento para quienes habían pasado lista de presentes en su campaña presidencial, y, al invitarlos al banquete que le ofrecía la Casa Aguirre, uno de los presentes le dijo: —General: esos señores no nos tragan, son burgueses, son los grandes cañeros y dueños de ingenios azucareros, y nuestra presencia les agriaría la comida.
Y el Presidente electo de México, con una sonrisa a flor de labio, contestó rápidamente.
—Los invita su amigo, y, si a ellos se les agria la comida, tienen mucha azúcar en sus ingenios, para endulzarla.
Cuando Harold Laxnes recibió el Premio Nóbel de Literatura y se halló rico de la noche a la mañana, se presentó a una agencia en su país. Dijo con sencillez al empleado:
—Deme usted un boleto para un viaje largo, no importa a dónde.
—No es posible, señor –contestó el agente- porque tiene usted que ir a alguna parte.
Y el laureado novelista contestó, alargando la frase:
—Se me olvidaba que ustedes ignoran que viajar es mejor que llegar.
A principios de los años sesenta, se llevó a cabo el Octavo Censo General de Población de la República Mexicana.
Dando un elevado ejemplo de civismo, el Presidente Adolfo López Mateos, personalmente se auto censó, haciéndolo después con su esposa, con su hija Avecita y con el personal de la servidumbre. Cuando estaba realizando este trabajo, surgió la siguiente anécdota.
Cuando el escritor Antonio Ruiz Valenzuela, actuando como empadronador, llegó a una casa de su jurisdicción. Al preguntarle al ama de casa si era soltera o casada, ella respondió:
—Casada por las tres leyes, señor. Sorprendido el hombre de letras, la interrogó de nuevo:
—¿Cuál es esa tercer ley en su caso, señora?
Y ella con voz clara, respondió:
—La ley de la idiotez, hombre.
*Diputado Federal/ Cronista de Badiraguato.