Aun lo tengo presente. Fue una tarde de diciembre, en las que oscurece más temprano. Dieron las 19:30 horas, justo el momento esperado. La salida! El personal de ese turno empezó la graciosa huida. Sabadito. Pago de quincena y además aguinaldo.
Aquella mañana al ingresar a mi turno de trabajo había hecho los mejores planes para estar temprano en casa. Deseaba descansar, platicar con mi mujer acerca de los regalos para la Noche Buena. Toqué una de las bolsas de la chamarra. Traía la raya de la quincena y el aguinaldo. Pensaba hacerlo rendir; comprar ropa, zapatos para los niños y mi mujer.
“En cuanto salga, me vengo de balazo”- había dicho a mi mujer, que hasta entonces había soportado todo, a mi lado. Seguramente no me creyó ¿mis hijos? No se. Les mentí tantas veces, que en realidad no se qué pasaría por sus cabecitas en ese momento. No se me olvidan sus miradas. Creo que aun confiaban en su padre.
Hoy que he pasado los mejores años de mi vida alejado completamente de lo que fue mi familia, me pregunto por qué nunca tuve el valor suficiente para jalar la rienda a tiempo. Siempre pensé que aquello sólo podía sucederle a otros.
Hacía frío. Soplaba un aire que calaba hasta los huesos. Subí el cierre de la chamarra hasta el cuello y bajé aprisa por la pequeña escalera que daba al estacionamiento. Deseaba escapar a cualquier tentación. No quería escuchar a nadie. Mi mayor anhelo era llegar a casa con mi familia.
Introduje la llave en la chapa de la puerta del Maverik a la vez que miraba hacia todos lados. No había nadie. Miré por encima de los autos que aguardaban pacientemente a sus dueños, seguramente bajé antes que nadie – me dije.
Encendí el motor y aceleré suavemente el 302 del auto. Me acomodé en el asiento y cerré los ojos unos segundos. De pronto no se de done escuché unos gritos llamándome por mi nombre. “Ese mi Toño, a donde tan a prisa”. “A poco te cargan muy cortito”- dijo otra voz.
Debo reconocer que no era esa la primera vez que yo tenía prisa. Desde que empecé con los problemas ocasionados por la bebida, tenía prisa. Había prisa en mi interior. Algo que me impulsaba a ir a no se donde. Mi vida se había convertido en un infierno, no encontraba calma, vivía en un constante suplicio. No había reposo en mi espíritu, ofendí tanto mi dignidad, la de mi mujer y la de mis hijos, esos hijos por los que tantas veces juré no volver a emborracharme.
Por mi forma de beber había perdido a mis mejores amigos. Mis familiares no convivían con los míos. Sin darme cuenta vivía en una horrible soledad.
“Órale mi Toño” -Volví a oír. Conocía tan bien aquellas voces, la de mis supuestos amigos. Ahora estaban ahí, a un lado de la puerta de mi carro. No quería escucharlas, sin embargo lo hice. Resonaban en mi cerebro. “Qué pues, yo pongo uno de medias”,-dijo una voz; “yo pongo el otro”- dijo otra voz. Otro exclamó “yo los invito, tanto que se chinga uno toda la quincena, es justo que nos echemos unas, qué no”. “De veras mi Toño” -dijo Roberto. No te rajes- Exclamó Gumaro. Te cae si no- me gritó Peperucho, que en ese instante no se de dónde salió. No mi Roberto-Respondí. Ya me voy a mi casa. Me están esperando la vieja y mis plebes. Queremos ir de compras, hay que cumplirle a los hijos- le dije con un temblor que no podía controlar.
“Újule que mal andas compa. Cuando la vieja lo empieza a checar a uno, ya la jodimos, se encajan y ni quien las baje después”.- dijo Roberto.
Quise ser fuerte y le contesté.- No, no eso, es que prometí estar allá temprano. Queriendo escapar, aceleré la máquina y quise arrancar pero la insistencia de mis amigos continuaron. Acepté echarme una, solamente. Ese fue el principio del fin. En el fondo yo ya sabía que aquello terminaría en una de tantas borracheras, en las que llegaba de madrugada a casa, despertando a los vecinos con el estereo a todo volumen; levantar a mi mujer para que me acompañara o me diera de cenar.
Ta´ bueno, ¿onde nos vemos?, pregunté a “los amigos”. Donde mismo caon- exclamó triunfante Gumaro.
Enfilé rumbo a la cantina acostumbrada. Sentí remordimientos. Sabía que era débil. Que me faltaban… esos, para dejar de beber. Los amigos ya estaban sentados y habían pedido la primera tanda. Bebí un par de cervezas intentando luego ponerme de pié pero mis compañeros al unísono, exclamaron “¿Onde vas pues?, cálmate. Volví a sentarme con la promesa de tomar la del estribo. Pero esa nunca llegó. Le seguimos. La promesa hecha a mis hijos y a mi mujer de llegar temprano a casa, había quedado en el olvido con la euforia del alcohol.
Nos fuimos a otra cantina echando relajo y llamando la atención de otros parroquianos. Me sentí torpe a manejar el Maverik, no obstante enfilé a donde habíamos quedado. Por poco le pego a un poste de la luz que se me atravesó. El incidente fue festejado entre sonoras carcajadas por mis compañeros. La verdad es que ya no veía bien. Ya entrada la noche, jalamos a la zona de tolerancia, a ver las chamaconas. No sabía cuanto había gastado, ya ni el frío me calaba. Sentía ganas de cantar y gritar. Ya no me sentía solo, el mundo era mío. Mis amigos jalaron unos chirrines, andábamos bien entrados. Invitamos a sentarse a nuestra mesa a otros borrachos que ni conocíamos. Nos metimos a no se cuantos salones. Bailamos con las muchachonas. Ni en cuenta la promesa hecha aquella mañana al salir de mi casa.
En algunos salones empezaban a cerrar y echar fuera a la clientela. Gumaro exclamó-“hay que llevar provisión”. Quería decir que lleváramos cerveza para el camino o para seguirla en otro lado. Aun no estábamos conformes. No nos habíamos hartado. Era una verdadera hazaña, que al día siguiente platicaríamos a los demás compañeros de trabajo.
Aceleré mi poderoso 302 para ir a dejar a los amigos. Dejé a Gumaro, luego a Roberto, de ahí se me borró “la cinta”. Recuerdo vagamente que tomé por el malecón, deseaba llegar rápido a mi casa. En lo más profundo de la borrachera recordé a mi mujer y a mis hijos y la promesa hecha aquella mañana de llegar temprano, platicar con ellos e ir de compras. De pronto me vi manejando sobre la amplia banqueta del malecón al tiempo que recibía un fuerte impacto sobre el cofre del automóvil. Sin poder evitarlo me había dormido sobre el volante y al impacto, primero con la guarnición del malecón, luego con aquellos jóvenes llenos de cuantos ilusiones, desperté!
¿Frené?,- No lo se, pero el muro del malecón impidió que el auto siguiera avanzando. Quedé aturdido no se por cuanto tiempo. El impacto había sido duro, me sacudió todo. Aun con el bote de cerveza bajé aparatosamente del auto, balanceando mi cuerpo que se negaba a caer. Para entonces las personas que caminaban o corrían aquella mañana y que vieron el fatal encontronazo rodeaban los cuerpos, el auto y a mi, creo para que no escapara. El impacto fue brutal. Aquellos jóvenes tan llenos de vitalidad, segundos antes, ahora estaban muertos. Yo por mi parte apenas podía sostenerme en pie. Busqué apoyarme en el auto, pero antes de lograrlo, sentía algo sobre mis muñecas; alguien me estaba esposando. Intenté resistirme, sentí entonces la presión de las esposas. Hice un nuevo intento por liberarme. Las esposas me hirieron. En mi casa me habían esperado mi mujer y mis hijos…
*Locutor de radio.