Por Víctor Roura*
1. Desde hace más de dos décadas el creador en México ha dependido del dinero que el Estado le otorga por medio del centro rector de la cultura nacional: el Conaculta, que ha beneficiado no sólo a los fundadores de esta institución oficial sino a millares que se le han acercado en busca de un pedazo del dispendioso pastel presupuestario. Ello no ha fortalecido a la creación en general en el país, pero sí ha maniatado codiciosamente a los creadores que ya están convencidos que sin una beca no podrían constituirse en profesionales poetas o en veteranos dramaturgos: sin el ansiado soporte financiero oficial no pasarían del amateurismo creador, lo que ha conllevado al nacimiento de generaciones con otras perspectivas y teorías sobre la creación del arte. No creo, sin embargo, que un país haga mal en apoyar a sus creadores. Lo que acontece es que la política establecida para otorgar los dineros públicos en México, tal como ocurre en la mayoría de las dependencias institucionales, es unilateralmente mezquina y vorazmente parcializadora. Porque los beneficiados (y esta situación, de tan reiterada, se ha convertido en un comportamiento natural, que no extraña ya a nadie) son siempre los que pertenecen al grupo selecto aprobado por la cúpula cultural, la misma que ha dominado al país desde mediados del siglo pasado en una situación que no ofrece en realidad complicaciones. Su poderío es muy sencillo de entender, pues no otros sino ellos mismos son los que se han encumbrado: desde la fundación de suplementos y revistas culturales, creados por ellos, se han otorgado prestigio y cimentado sus propios nombres. ¿Quiénes si no ellos han delineado las figuras de importancia e incorporado en la nómina de los afamados a aquellos que sólo ellos han autorizado? La vida cultural, si se la observa bien, tiene los años del priismo, si consideramos que México empieza a modelarse un ritmo acorde con los tiempos modernos a partir de los años cuarenta. De modo que cuando por fin el presidente Carlos Salinas de Gortari le concedió en 1988 a Octavio Paz, siempre cerca del principado, su propio centro benefactor —con el benigno nombre de Consejo Nacional para la Cultura y las Artes—, de inmediato el Nobel (que lo ganaría dos años más tarde: en 1990) y sus camaradas se dieron vuelo con alturas insospechadas repartiéndose, más pronto que tarde, las primeras becas (¡en ese mágico e inédito caso donde los jueces se becaron a sí mismos!) para luego irlas distribuyendo según sus particulares consideraciones y simpatías.
2. Pero, bueno, ahora se dice que no hay dinero, aunque palo dado ni Dios lo quita: modestamente, haciendo cuentas primarias, Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes han recibido del Estado mexicano, de 1990 a la fecha, aproximadamente unos siete milloncitos de pesos. Que ellos los usan para promoverse en una cátedra que lleva el nombre de Julio Cortázar son muy sus intereses privados. Esa misma cantidad la han recibido una cincuentena de hombres ilustres mexicanos, que van desde Elena Poniatowska hasta Sergio Pitol, pasando por cuanta referencia obligada intelectual se encuentra en el repertorio limitado de la cúpula oficial. No hay dinero para la cultura, pero se paga un cuarto de millón de pesos con puntualidad a quien organizara, por ejemplo, los festejos del 75 aniversario del Fondo de Cultura Económica. No hay dinero, pero se paga a Giovanni Sartori, según la versión oficial estatal, 50 mil dólares para que hablara durante 40 minutos en la Bienal de Comunicación de Chihuahua. Dicen los funcionarios que no hay dinero, pero si es necesario invitar de nuevo a Fernando Savater en la próxima edición del coloquio de ética institucional no va a haber otro remedio que desembolsar una generosa suma cercana a los 300 mil pesos para tener satisfecho al líder discursivo de la ética iberoamericana. ¡No hay dinero, por Dios!, casi gritan en los recintos culturales para posponer los pagos de quienes ya han trabajado en diversas y modestas actividades; pero se gastan 400 mil pesos en el convite durante la inauguración de la muestra de Pablo Picasso en Mérida. No hay dinero, pero se volvería a festejar, aun con su ausencia, con banderas y vasos y papalotes un nuevo cumpleaños de Carlos Monsiváis y se readaptaría una nueva “ópera” de Carlos Fuentes en otro cumpleaños suyo. No hay dinero, pero los funcionarios rectores de la cultura nacional ganan más de dos millones de pesos al año. No hay dinero, pero se selecciona a un ínclito puñado de escritores para que nos represente en la Feria del Libro de Colombia con un costo para el erario de casi 25 millones de pesos. No hay dinero, pero vaya uno a saber cuántas millonadas se repartieron con el cuento de las celebraciones del centenario y del bicentenario de la Revolución y la Independencia. No hay dinero, pero se sigue estimulando la codicia de las nuevas generaciones con generosas becas para continuar convenciéndolos —que convencidos ya están, despolitizados que al fin ya casi todos son— de que el ogro, a pesar de su somnífera y deslegitimada presencia, no va a dejar de ser nunca finalmente filantrópico.
*Periodista y editor cultural.