Por Víctor Roura*
Una vez, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, un joven me preguntó si conocía la metodología que aplicaba Fernando Benítez en su periodismo cultural. Fui sincero: le dije que no había tal en el trabajo del denominado “padre” de la prensa cultural en México, aunque también el calificativo es errado pues si queremos poner los puntos sobre las íes tenemos que reconocer que el primero en crear un suplemento en el país, en la era moderna, no fue precisamente Fernando Benítez sino el español, naturalizado mexicano, Juan Rejano, quien fundara la “Revista Mexicana de Cultura” en El Nacional, el diario del partido en el poder que, sí, entonces dirigía Benítez. No. No había tal metodología. Sencillamente el suplemento, el que en ese momento dirigiera (“México en la Cultura” en el Novedades de 1949 a 1961, “La Cultura en México” en Siempre de 1962 a 1970, “Sábado” en Unomásuno de 1977 a 1986 o “La Jornada Semanal” durante un año: 1987 a 1988), se hacía con el material que se tuviera en las manos. Es célebre la frase de Benítez que apuntó en un rapto de honestidad: “Yo sólo he trabajado para mis 30 amigos”, lo cual, efectivamente, es cierto: no en balde, el grupo encabezado por Fernando Benítez fue denominado “La Mafia” por su crueldad con quienes no pertenecieran a su cofradía y por su generosidad con quienes, por lo contrario, se afiliaban con lealtad al club. Era cerrado su círculo, por supuesto; no de otra forma labora una “mafia”, calificativo que usara Luis Guillermo Piazza –en un libro suyo editado por Joaquín Mortiz– para cronicar algunas de las actitudes de esta élite intelectual, lo que le mereció, a Piazza, el destierro definitivo de esa poderosa maquinaria cultural, que se sintió ofendida por los decires de este argentino radicado en México. Como también se sintió humillada por un ensayo que escribiera el chileno José Donoso en el suplemento cultural de Siempre al criticar, con holgura y profundidad, a varios de los miembros de esta “mafia” lidereada por el irrefutado Benítez; pero la venganza contra este escritor sudamericano se dio de inmediato… ¡en su mismo ensayo! Al final de su texto, en negritas y con mayúsculas, se insultaba a Donoso, lo que desconcertó al chileno, al grado de abandonar el país para irse a exiliar, mejor, a Europa, odiando de por vida a México, evidenciándolo sobre todo en su último libro: Donde van a morir los elefantes, publicado en 1995, un año antes de su muerte, en el cual describe a los mexicanos como la raza más insoportable de América Latina. Todo ello a causa, sí, de Fernando Benítez, que no toleraba ninguna crítica a él ni a su grupo. No. No había tal metodología, dije, y parecía que mi declaración, ante el estudiantado, era una patanería. Pero no lo era. Yo lo vi trabajar numerosas veces. Y no había ninguna estrategia, ninguna planeación, ningún esquema. Se publicaba lo que su gente entregara. Y, bueno, en el mundo académico y literario en el que se movía (y que ese grupo, por qué no, había finalmente fundado), sobraba la inteligencia, de modo que los suplementos sobrevivían por sí solos: todo el mundo quería introducirse a ese grupo, aunque pocos fueran los elegidos. ¿Por qué el máximo grupo cultural, el que definiera la escritura que identifica al país, era hermético, no pluralista, sectario, reducido? La respuesta no es sencilla. Salvador Elizondo, por ejemplo, decía que la cultura tenía que ser necesariamente elitista, pues no toda la población sabía usar el cerebro. Y eso mismo pensaba Benítez. Y lo aplaudía su numerosa corte. Por eso, en su centenario natal, cumplido el 16 de enero, los festejos no se han hecho esperar. Es más, el “método” de Fernando Benítez se ha instalado férreamente en los núcleos periodísticos: primero está la amistad, luego viene la calidad.
Trabajó Fernando Benítez 30 años, justos, en los cuatro suplementos que dirigió, tres décadas que bastaron para, asimismo, instaurar su exitoso “método”: otorgar prioridad a la escritura de sus amistades, posponer los textos de gente desconocida e invisibilizar a los que no coincidían con sus puntos de vista. Las inteligencias –vastas, abultadas, lúcidas– de los que integraban su equipo eran suficiente para crear la atmósfera indispensable para expandir su ánimo cultural. Habría que precisar que el territorio periodístico al cual se sumergen era en ese momento prácticamente virgen, haciendo sobre todo periodismo, no diarismo; esto es, aireando los asuntos que a ellos les interesaban desde sus cubículos o desde sus estudios particulares, desinteresados generalmente de la actividad cotidiana de los demás, abocados a sus novedades bibliográficos o a las exposiciones plásticas de los suyos, como José Luis Cuevas, Vicente Rojo o Kazuya Sakai, adscritos a las corrientes políticas de su incumbencia (su apoyo a Cuba, por ejemplo, es memorable, como también cierta visión suya del 68, no así su intransigente o escasa perspectiva de los movimientos juveniles como el rock). El orbe cultural lo crearon a su manera, y ese es su grandioso mérito. Trabajaron para ellos, sí; pero crearon una atmósfera intelectual que hoy es irrebasable, además de ocupar, aún, el sitio cimero en la cúpula cultural. Con el grupo de Fernando Benítez sucedió lo mismo que con los primeros jueces que conformó el Conaculta para distribuir sus becas: todos los reconocimientos y prebendas se los entregaron… a sí mismos. Porque no había otras categorizaciones, sino las de ellos, para evaluar lo digno cultural. Ahora se cumplen los primeros cien años de su nacimiento. Y la cultura, por lo tanto, está de plácemes, porque festeja nada menos que a su diseñador.
*Periodista y editor cultural.