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Sinaloa a través de su música

Por domingo 15 de enero de 2012 Sin Comentarios

Por Oscar Lara Salazar*

La música en Sinaloa, como en cualquier otro Estado o región del país, tiene toda una historia a la que bien vale la pena acercarnos. La música, es rasgo indispensable de un pueblo para conocer su carácter  su temperamento; sus pasiones y su dolor, sus alegrías y sus tristezas. La música está siempre en el corazón de cada pueblo y mediante ella podemos diferenciar a un pueblo de otro.

Para aproximarnos al origen de nuestra música, empezaríamos por rememorar la música primitiva del noroeste, que se formó durante la endoculturación novo- hispana a fines del siglo XVI y principios del XVII a la llegada de los misioneros.

Los primeros jesuitas llegados a la región fueron los padres Gonzalo de Tapia y Martín Pérez, al iniciarse el año de 1591, que se establecieron en la Villa de Santiago y San Felipe donde fundaron un colegio, en 1598, se enseñó religión, canto, leer, escribir, y algunas artesanías que comprendía también prácticas de agricultura y oraciones latinas.

Por el Padre Mariano Cuevas, en la colección Historia de la Iglesia en México, sabemos a que debido a los esfuerzos del visitador el Padre Diego de Avellanada se fundó la misión de jesuitas cuya celebración se hizo de la manera siguiente:

“Los festejos, cantares, ornamentación pública, bailes típicos, juegos de caña, entremeses, etc., que también sabían organizar los jesuitas…”

En la carta, que era el informe que los jesuitas rendían al provincial de su orden religiosa, sobre la celebración de la pascua de navidad en 1596, según un manuscrito en el Archivo General de la Nación, los religiosos informaban al superior lo siguiente:

“…Hubo una danza de pastores y un mitote o baile de los indios mexicanos o naturales…salió una procesión… los indios naturales iban en sus yeguas que tienen muchas y ligeras…También hubo un juego de cañas y escaramuzas ha imitación de lo poco que han visto de los españoles. Los cantores mexicanos lo trabajaron muy bien, porque además de oficial todas las pascuales misas a canto de órgano, representaron un coloquio en su lengua y de su propia invención, vestidos como ángeles, y entre otros villancicos y motetes que cantaron, fue uno en lengua mexicana y otro en Ocoroni. Hubo igualmente buena música con instrumentos como flautas, chirimías y trompetas en que los mexicanos suelen ser ordinario muy diestros”.

Aparece la tambora con chirimías y trompetas.

En el referido documento con este pasaje, se explicó que, a principios del siglo VII, ya los indios acompañaban a sus grandes tambores, lo que pudiéramos decir la tambora con chirimías y trompetas. Por la carta a que hemos hecho referencia queda demostrado, por otra parte, que la introducción de los indios de las pastorelas españolas, representaciones indígenas pagano-religiosas que se hacían en las festividades de Navidad, esta se inició para la celebración de la pascua durante el año de 1596. Y, por último, la afición que perdura hasta nuestros días de los indios y mestizos por las carreras de caballos.

El Padre Andrés Pérez de Rivas que llegó a la Provincia de Sinaloa en 1601, al reseñar la edificación de la iglesia por la nación zuaque, refirió que se solemnizó de la manera siguiente:

“La noche antes pusieron en la hermita dos ternos; de chirimías uno y otro de trompetas; y otros dos sobre el atrio de la iglesia los cuales con su música se correspondían y en una parte y en otra luminarias y fuegos que se encendieron….en la plaza del pueblo, que era grande, se encendieron otros fuegos y en medio de ellos sus danzas y los tambores que antes habían servido a los zuaques para convocarse a guerra ahora entre cristianos cantóse la misa con solemne música”.

Cabe aclarar que a la llegada de los jesuitas se iniciaron dos corrientes musicales opuestas: una, la música sacra de ritual cristiano y, otra, la música profana que era alentada por los indios. La primera se componía de misas cantadas (La Magnificat), motetes, himnos, tedeums, alabados, villancicos, estos dos últimos más asimilados por los indios.

La segunda sobrevivió, a pesar de la prohibición dictada desde el año de 1555 por el concilio provincial, ya fuera por el disimulo de los misioneros o por la intervención de factores étnicos y culturales cobró mayor pujanza en sus tres manifestaciones: Danzas autóctonas, “mañanitas” y canciones populares.

Las danzas aunque mezcladas conservaban en toda su pureza y sentido autóctono. Las “mañanitas” (especie de corridos) es innegable que recibieron el influjo de la música de los trovadores o juglares de las canciones de gesta, los romances corolingios, moriscos, novelescos, pastoriles y religiosos. La canción popular entre los indios también se nutrió, desde mediados del siglo XVII, con la cantiga y el villancico españoles.

En muchos casos esta música popular indígena, a pesar de su influencia española, contiene reflejos o tonalidades indias que la hacen inconfundiblemente mestiza y mexicana.

Contribuyó a la producción y conservación de una música autóctona, pura, extraña por completo a las melodías predominantes en otros lugares, el aislamiento completo de aquellas tierras de las brillantes culturas antiguas del Anáhuac.

Rico folklore musical…

Con el devenir del tiempo se fue abriendo un rico folklore popular con melodías, corridos y sones que entraron para quedarse en el gusto de los sinaloenses, y este lo ha venido acompañando en todas sus gestas y sus batallares. Lo mismo cantándole a los animales de su predilección como “El Toro”, “La Paloma Azul”, “El Cuervo”, “La Cuichi”, “La Culebra Pollera”, “El Caballo Ballo”, “El Tecolote”. Del mismo modo le canta a los amores bravíos como “La Prieta Linda”, “La Mancornadora”, “El Sauce y la Palma”. También le canta a los amores perdidos como “El Palo Verde”, y “El Quelite”.

El corrido sinaloense eleva sus notas para hacerse notar en todo México, y ahí tenemos corridos como el de “Heraclio Bernal”, “Valente Quintero”, “Juan Carrasco”, “Darío Medina”, “La Onza Leyzaola”, “Los Caballos que Corrieron”, y los romances del bandolero “Silvestre Soto” (a) “El Botas Blancas”, de “Julián del Real” y “El Ciclón de Mazatlán”, además de sones: “El Carretero”, “Los Panaderos” y “Los Papaquis”.

Más allá de las desviaciones empujadas por una sociedad con signos de descomposición, como la apología a los falsos ídolos del narcotráfico, que realzan sus figuras en corridos, y la invasión de música extranjera, nuestro folklore y nuestra tradición musical permanecerá, porque es parte de la esencia misma de un pueblo que le canta a sus gustos, a su vida y a sus alegrías, con una música que tiene hondas raíces en nuestro pasado.

*Diputado Federal / Cronista de Badiraguato.

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