Por Faustino López Osuna*
En febrero de 2005, rompiendo los cristales de la puerta de la cocina de la casa de Aguacaliente de Gárate, mi pueblo, entraron ladrones creyendo que encontrarían, infructuosamente, joyas y dinero y se llevaron lo que consideraron de valor: la computadora, un estéreo y todo los CD, incluidos aquellos en los que conservaba yo grabaciones por diversos artistas de mis canciones, algunos descatalogados ya, como uno de Ángeles Ochoa. Y, extrañamente, como ya lo he contado, cargaron también con los dos volúmenes de las poesías completas de Enrique González Martínez, editados espléndidamente por El Colegio Nacional, evidenciando, con ello, la huella, de que uno de los ladrones había cursado, al menos, preparatoria.
Recuerdo que la fecha del robo coincidió con la celebración del carnaval de ese año en el puerto de Mazatlán. Y que, antes del día de la Candelaria el 2 de febrero, en una fiesta organizada por apreciada familia de la comunidad, Ana Bárbara, hija de una distinguida dama oriunda de ahí, había estado cantando durante dos días, para sus parientes, en el amplio patio de la casona, que fue de Juan José Gárate en los años en que él también construyó la iglesia, de la que se derivó su apellido para designar a Aguacaliente, que antes había sido “de Pardo”.
Reconstruida su banqueta, se instruyó al albañil para que “plantara” una reproducción ampliada del medallón de cantera colocado al frente de la residencia, con las siglas de Juan José Gárate: JJG y el año: 1862. Y, en la base, se le agregó en recuadro: Casa de Faustino López Osuna, antes de Gárate, a 150 años de su construcción: 2012. Sí, en 2005, siete años antes, fui a Tonalá, Jalisco, a mandar hacer dicha leyenda, al estilo talavera de Puebla.
Aclaro que soy enemigo del culto a la personalidad. Y que simplemente procedí de ese modo recordando, sin falsa modestia, que llevaba 28 años componiéndole canciones a los 18 municipios del Estado, dato que mereció para que la propia comunidad en asamblea de comuneros acordara, por unanimidad, imponerle mi nombre a la pequeña biblioteca pública municipal de Aguacaliente, acto en el que reconozco, agradecido, estuvieron presentes la primera autoridad y todos los funcionarios municipales y del que no se dieron por enterados en la SEPyC. Por una suerte de visión premonitoria, hoy, al menos, la casa ostenta el nombre del mismo de la biblioteca del pueblo.
Volviendo al tema central, la casa cumple este año 150 de haber sido construida, repito, por Juan José Gárate, después de edificar el templo a la Candelaria en 1855.
En la década anterior, 2000-2010, en cierta ocasión, el prolijo autor de “El Güilo Mentiras”, Dámaso Murúa, me confió que tenía el deseo de dormir, alguna vez, en la misma casa donde había vivido, por cierto, el legendario Rodolfo Valdez Valdez, “El Gitano”. Posteriormente, acompañado por su estimada esposa y de Manlio Tirado, hicieron el honor de comer ahí.
Otra vez, cuando se celebraba la Feria del Libro, Feliart, en Mazatlán, después de degustar los sabrosos platillos de “El Cuchupetas” en Villa Unión, la casa tuvo el honor de contar con la visita del caricaturista Rius, quien, apreciando la panorámica del pueblo desde el portón en el inmenso portal, expresó con admiración que era tan hermoso que ni Gabriel García Márquez podía describir así a Macondo.
Siglo y medio cumple, pues, la casa, gracias a la calidad con que fue construida, conservando las mismas vigas en los techos, reforzadas admirablemente con sus infaltables madrinas. En ella se instaló el primer molino de nixtamal del pueblo. Entre el siglo 19 y el 20, tuvo en el patio incontables piletas para encurtir pieles para la industria de muebles de Concordia. Sirvió de cantina y recaudería. También fue cine en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. En 1975 se compró casi en ruinas para que ahí vivieran Eugenio López Peraza y Tomasa Osuna de López, mis padres. Y ahí se compuso el himno oficial del Estado de Sinaloa, entre el 15 de septiembre y el 12 de octubre de 2011.
*Economista y compositor.
