Por Fidencio López Beltrán*
La función capital de la cultura, su verdadera razón de ser,
es defendernos contra la naturaleza. Sigmund Freud.
La cultura como patrimonio de la humanidad, es un cúmulo de conocimientos que se socializa y transmite de generación en generación y que tiene la función de humanizarnos, a través de las múltiples enseñanzas y aprendizajes de su acervo inagotable, que se presenta desde diferentes miradas, sabores, juegos, fiestas, colores, ritmos, creencias e idiosincrasias. Es algo así como nuestro maestro universal, y junto con las disciplinas académicas y científicas, hacen el conjunto necesario para la formación del ser humano. La cultura, con su socialización-transmisión de valores y la formación académica producirán a ciudadanos respetuosos de las leyes y del orden en general, pero sobre todo con alta estima al valor por la vida y su promoción; sin embargo, paradójicamente vivimos y experimentamos cotidianamente que frente a la promoción de factores culturales necesarios para nuestro desarrollo, también aparece lo indeseable, pautas culturales negativas, o lo que Ernest Mandel nombró como sociedad necrofílica; es decir, una pasión enferma por lo muerto, por la sangre, y la autodestrucción y que desgraciadamente la cultura de la muerte vehiculizada por los “corridos” (sean o no sus promotores principales, ahí se expresan) y las representaciones sociales que se viven desde la identificación psicológica, dejan su estela de sangre a lo largo y ancho del país.
Uno de los teóricos que maneja a profundidad la relación entre cultura y sujeto es sin lugar a dudas Sigmund Freud (creador del Psicoanálisis):
“Nuestra cultura descansa totalmente en la coerción de las pulsiones. Todos y cada uno hemos renunciado a una parte de nuestro poderío, a una parte de las tendencias agresivas y vindicativas de nuestra personalidad y de estas aportaciones ha nacido la común propiedad cultural de bienes materiales e ideales”.
Es claro lo que Freud acentúa, reprimir la agresividad como condicionamiento humano, diré entonces, que los actos delincuenciales y los asesinatos nos quitan, por un lado, nuestra calidad humana, y por otro lado, nos lanzan a la dimensión irracional, en ese territorio quedamos desautorizados de la civilidad y ante ello, hay momentos que nos sentimos imposibilitados para promover actitudes positivas que se enmarquen dentro del orden cultural. Ante ello, observamos que la cultura tiene su reverso que sería la parte ominosa, de la cual la psicología plantea estrategias de afrontamiento con la finalidad de ubicar los modos culturales más enriquecedores para que sea nuestras coordenadas y haga de nosotros sujetos de responsabilidad, y a la vez estas pautas culturales promoverlas para el beneficio de los ciudadanos. Sería necesario apuntar que la cultura, imprime en cada uno de nosotros características que nos “uniforman geográficamente”, habla, vestido, comida, y estilos de las relaciones interpersonales, todo ello se transmite culturalmente, por eso la cultura es de suma importancia, ya que va inscribiendo en cada uno de nosotros un modo de ser que nos homogeniza en la colectividad, algunas veces se imponen regionalismos, que siempre van acompañados con sus sistemas de creencias-representaciones, y que son parte del bagaje cultural, incluso de cada Estado, esto me lleva a mencionar, que la cultura es trascendente en tanto que estructura nuestra historia, nuestro modo de pensar y ver el mundo; es decir, que la cultura administra restos de historia que se inscriben como rasgos psicológicos de nuestra psique y que generan una identidad especifica, hábitos, y estilos de vida que sirven como condicionantes psicológicos gracias a la dimensión cultural.
La cultura es un acto de enseñanza- aprendizaje (que bien podemos llamarle enseñaje), que al moldear conductas, estratifica y estructura el modo de ser de los sujetos, produciendo incluso un tipo de conciencia y una forma muy particular de convivencia, diré, que los hábitos, gustos y costumbres del mexicano son diferentes a los esquimales, es decir, la cultura permea lo que conocemos como proceso cognitivo, el referente cultural que intento destacar es ese que en sentido heideggeriano tendría un cuidado por el ser, y que motivaría esta escritura, tanto en mi formación como docente y como sujeto de la cultura misma; se puede argumentar el hecho de que sin valores el sujeto estaría inerme, vacio ante cualquier incitación, todo estaría permitido, el reverso de la cultura seria un vacio, más específicamente lo que Alan Badiou nombra como vacio del ser: “Ante el riesgo del vacío…el errar del vacío induce la necesidad de que la estructura-que es un lugar de riesgo…debe operar así mismo sobre lo múltiple”.
Este vacío que nombra Badiou nos pone en peligro, donde los logros alcanzados por el ser humano se desvanezcan ante la aparición de comportamientos segregacionistas, de intolerancia, odio a las diferencias, y que esto lleva como impronta el riesgo del frágil lazo social que como vaso comunicante nos socializa. Ante esta situación no dejaremos de ponderar la necesidad de observar muy atentamente el modo en como inducimos en nuestros estudiantes la promoción de lo cultural del cual depende su humanización y el respeto por lo vivo, por nuestra historia, por la ciencia, porque enseñar ciencia debe ser un hábito, hasta que se haga costumbre, para que desde ahí abone en un futuro como fruto cultural del cual debemos abrevar.
En pocas palabras, lo que conocemos como cultura viene a ser el patrimonio de lo que en escuelas y facultades de Psicología se estudia como Psicología social y/o Psicología Transcultural, claro sin ser tan abarcativo, pero que se intenta de manera curricular contextualizar el orden cultural, generando en el estudiante un conocimiento que hable de la apropiación de esos enseñajes para su desarrollo, reflexionando fenómenos que van con el correr de los tiempos y que inciden en cada uno de nosotros, que al tomar en cuenta dichos factores estaremos aportando con mayor claridad a lo que somos, lo que se espera de nosotros y hasta donde podemos llegar, es decir que la cultura nos debería de someter a lo que Platón nombró como adagio: ser hijo de las leyes.
*Doctor en Pedagogía/UNAM. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores.