Por Víctor Roura*
1. La prensa y sus periodistas a veces, sin proponérselo, se muestran tal cual son. Cuando la selección mexicana de futbol participó en 2005 en la Copa Confederaciones (porque siempre es más fácil clasificar en las zonas debilitadas que en las de mayor jerarquía: ¿qué pasaría si México estuviera situado geográficamente entre Argentina y Brasil y no entre Guatemala, Honduras y Estados Unidos, que, en futbol, es apenas un Jamaica sólo que dolarizado y abundantemente sobrealimentado?), los reporteros que detallaron los encuentros se mostraron sorprendidos… ¡Porque el equipo nacional se enfrentó al tú por tú, y así literalmente lo notificaron, con sus adversarios! El halago, porque sí lo era, me pareció banal y excesivo, incluso poco cortés porque de antemano —con su juicio epopéyico parecían afirmar que, por fin, aquella vez los futbolistas locales tenían estaturas similares que las de sus contrincantes— estaban catalogando, acaso de modo acusadoramente subliminal, de naturaleza inferior a los connacionales, que, a final de cuentas, ocuparon su lugar habitual. Cómo se congratularon, Dios mío, los periodistas deportivos de la victoria mexicana sobre la oncena brasileña, misma que, pese a esa derrota, acabó ocupando nada menos que el primer sitio en la contienda. El austriaco Ernst H. Gombrich (1909-2001), en su Breve historia del mundo, nos recuerda que, en la época posterior a Alejandro Magno, las compañías romanas, llamadas legiones, vencían “casi siempre”. En cierta ocasión, “una ciudad de Italia meridional llamó en su ayuda contra los romanos a un príncipe y caudillo griego, Pirro. Pirro avanzó con elefantes de guerra, tal como los griegos habían aprendido de los indios, y venció con ellos a las legiones romanas”. Sin embargo, fueron tantos los que sucumbieron entre los suyos que, al parecer, dijo: “Otra victoria como ésta, y estoy perdido”. Por eso, sentencia Gombrich, “cuando un triunfo se cobra demasiadas víctimas se sigue hablando aún hoy de victoria pírrica”. En un sentido llano, los triunfos de la selección sobre Japón y sobre Brasil, que tanto revuelo causaron en la prensa mexicana en julio de 2005, ¿no fueron en realidad victorias pírricas? Ese asombro de los periodistas por el hecho de jugar al tú por tú, ¿no minimiza a los nacionales por considerarlos, aun sin su propio aval, en desventaja ante los otros equipos?, ¿este tú por tú significa que nunca antes habían jugado con aparente suficiencia? A Brasil le importan los reveses decisivos (como frente a Francia durante la final precisamente del mundial parisino en 1998), no las superficiales: perder ante México no le significó, en absoluto, ningún daño ya que previamente había logrado su clasificación a la siguiente ronda, que lo conduciría a la final. En cambio, luego de su pírrica algarabía, los mexicanos fueron inmediatamente eliminados… aunque, eso sí, no dejaron, jamás, de jugar al tú por tú, ni con los alemanes, que los vencieron en el juego extra para enviarlos al cuarto lugar, lo cual es una honra, según los periodistas especializados, sobre todo porque, aquella vez, demostraron no ser unos ratones verdes, como siempre lo habían sido. Lo curioso de estas anomalías es que dichos protagonistas, ratoniles o no, son millonarios en potencia, lo cual debiera significar que están a la altura de cualquier otro futbolista de primer mundo, no de sus colegas centroamericanos, con los que siempre (para su fortuna) batallan (porque, ni modo, pertenecen a su zona geográfica) creyendo, al otorgar sucesivas palizas pírricas —siete goles a favor, a veces, ante equipos como San Vicente cuyos improvisados futbolistas sin sueldo son taxistas, panaderos o carpinteros—, que ya están preparados para enfrentar, por ejemplo, a Francia, como si Francia fuese una Trinidad y Tobago sólo que sin signos alarmantes de anemia. Pero, a la hora de la hora, resulta que los otros equipos no se parecen a los que perviven en torno a México, sino que tienen más agallas. Y es ahí donde la apabullante realidad se topa contra un muro de contención.
2. En el futbol recuerdo siempre la anécdota de Pirro. Porque cuando un equipo logra sacudir las redes contrarias todos los jugadores lo festejan como si el partido ya hubiese terminado, y resulta que son derrotados por tres goles en contra. El Cruz Azul siempre tiene victorias pírricas. Porque aunque gane, sus aficionados saben que finalmente va a perder. Y así les sucede cada temporada. Y es ya como una costumbre aceptada: Pirro forma parte de la familia. Y de este modo vivimos en todos los estratos. No se diga en política. Allí están todos los candidatos festejando su triunfo, aunque hayan perdido. Y algunas veces los que ganaron de todos modos perdieron, lo cual es el colmo pírrico de toda suerte habida. Porque Pirro por lo menos ganó, si bien no le fue de mucho provecho. ¿Y cómo estará eso de que incluso ganando se pierde la partida? Los dopados lo sabrán muy bien. Y aquí también podemos hablar de futbol como para cerrar satisfactoriamente el perfecto círculo de la impudicia.
*Periodista y editor cultural.