Por Alfonso Inzunza Montoya*
Cuando salimos de cuarto año de primaria, llegó a Rosamorada un circo que se llamaba pomposamente “Colonial”. Traía en su elenco (pura familia), mago, trapecistas, gimnastas, contorsionistas, bailarinas, por supuesto que payasos y de animales un burro (no agraviando), un perro que no le daban de comer, eso creo, muy flaco y que a todo mundo quería morder, pero hacia maromas a ver si se compadecían de él y algo le daban, le salían muy chuecas como si le hubieran dado un garrotazo pero gracia hacía, otro del pelo del de la casa que hacía piruetas, no muy buenas, pero mejor que el firuláis, que así se llamaba el otro perro, mi hermana se acuerda muy bien, pues le mordió una pierna, el caso es, que todos los días teníamos función.
Iniciaban con un desfile de todos los artistas, hasta la abuela que era la boletera, que al dejar la puerta gritaba, ¡no te metas de trampa cachora (era un ocurrente de esa época), ahorita vengo! y se ponía unas medias y un leotardo y así salía y nosotros con la baba de fuera, pero no por que estuviera como 10 la mujer perfecta, no, de que se animara a salir así, en esas fachas, pero ni modo, tenía que poner su parte, su función principal era el de cuidar que todos pagaramos, pero parece que no alcanzaba y por eso le entraba al baile, era la que nos pegaba con un palo de escoba cuando nos queríamos meter por debajo de la manta. Aquí quiero contarles que se hacia un rectángulo como de 10 metros de ancho por 20 de largo con unos postes de madera, separados unos tres metros y de unos tres de alto, en ellos se fijaba una manta que pretendía ser blanca y al darle la vuelta se formaba el circo o el cine, según fuera, se le dejaba un puerta que se cubría con manta del mismo pelo, yo creo que hasta nos sonabamos con ella.
Luego se venía la presentación de los artista, la imitación del Piporro por el hermano mayor, a este le pegaba mucho el papá porque era muy vago, luego el abuelo de payaso con el perro flaco, la abuela del leotardo salía con el perro bonito, no se podía alegar mucho, ni Procuraduría del Consumidor había para quejarnos, bendita inocencia nos divertíamos bastante.
Les gritabamos si caminaban derecho o chueco no importaba, el caso era hacer relajo si no nos parecía lo que hacían, la chiquillada bien, pero uno que otro de los grandes, leperadas y allí era donde nos reíamos todos.
Ese año llovió mucho, no era como ahora, los caminos eran intransitables, si llovía, no se podía salir a la ciudad, las emergencias, se cubrían a caballo o en tractor. El caso fue, que por tres meses tuvimos circo, y los artistas tenían que comer, así es que funciones, había cada tres días, y lo más chistoso era que cuando se equivocaban, nosotros los corregíamos, ya nos sabíamos los dialogos de memoria.
Se llegó el tiempo de clases y a los hijos los inscribieron en la escuela, tenían siete, tres en primaria, los tres mas grandes ya la habían cursado y una chiquita de brazos.
Para entonces, ya me había hecho amigo de uno de ellos, comía con el o el se iba a la casa, practicaba en las tardes las mismas maromas que todos, me subía al trapecio y no me metí al cañón tira hombres, porque no traían, el caso es que me volví un experto cirquero.
Con el correr de los días, se mejoró el tiempo y como ya no íbamos a las funciones se tuvieron que ir a buscar nuevos derroteros.
Un día antes, me dijo la abuela “oye Ponchín, ¿no te gustaría irte con nosotros?, eres muy bueno para la artistiada, te terminaríamos de enseñar, te pagaríamos 5 pesos y la comida, seguro social e infonavit y mañana nos vamos”.
En ese momento el corazón se me aceleró por varias razones, una, que se iban y de alguna manera ya me había acostumbrado a su presencia, otra, se iba mi amigo con el cual jugaba mucho y otra, los 5 pesos diarios y la aventura de conocer pueblos.
Ni tardo ni perezoso, me fui corriendo a la casa y llego como tromba; mis tías Luz y Elena (las madres que me criaron) estaban en el abarrote atendiendo a Nato, un cocinero que hacía pan, muy buena gente y yo, puuuff, puuuff sin alcanzar respiración digo ¡tías!, ¡tías!, ¡tías! y ellas como buenas madres, voltean muy asustadas (pienso que siempre era así, pensando que le pasaría ahora), ¡que tienes muchacho¡ (por la cara, nada mas falto que le agregara al ¡que tienes muchacho¡, ¡canijo¡) y yo ¡tía Luz¡, ¡tía Luz¡, ¡se va el circo!, en ese momento recupera la calma, ¿y?, me dijo, que les vaya bien, es su trabajo mijito, así se ganan la vida, ya vez Natividad se la gana haciendo pan y barbacoas para las fiestas (yo creo que una por año, si acaso), nosotros aquí despachando, todo mundo tiene que trabajar.
Agarrando aire le digo, ¡precisamente de eso quiero hablarle!
Me ofrecen trabajo de cirquero y que le suelto todo el discurso que había pensado cuando venía corriendo, y se van mañana, vengo a pedirle permiso, y aquí casi le da un infarto, se puso mas blanca de lo que era, corrí, saqué el alcohol y ya no me acuerdo si se lo di a oler o a tomar; cuando se recupera con mucha tristeza me dice: ¡ese permiso no te lo puedo dar yo, apenas tu tío Pablo!
Mi tío Pablo era un hombre alto, comerciante, muy trabajador, un poco resecón, aunque conmigo tenía preferencia y siempre llegaba y platicaba con él, lo abrazaba, le pedía dinero y el accedía, pensé ¡ya está! y que salgo corriendo de nuevo a su tienda.
¡Tío! ¡tío!, ¿qué pasó mijito?, también, asustado me preguntó, y yo, de nuevo el discurso, abre muy grandes los ojos, creo que para no reirse de la puntada y muy cargado de razones y con mucha calma me dice, me la pones muy difícil, hijo, si fuera un permiso aquí cerca, con mucho gusto te lo daría, pero para eso, apenas tu papá (que sembraba en Guasave), ¡pero se van mañana en la madrugada! fue mi respuesta, ¿a donde?, me pregunta tranquilamente, ¡a Pericos! – pensando que de alguna manera lo podía convencer, porque ya veía venir la negativa -, no te preocupes, mañana voy a Guamúchil, tengo que ver a Poncho y le comento, creo que no habrá problema, pero tío, ¡se van mañana!
El sonriendo, para darme confianza, dice, no te preocupes, yo te llevo.
Me pareció buena la oferta, fui a darle la noticia a mi amigo y la respuesta a la abuela, de su oferta de trabajo.
Al día siguiente, casi ni se había levantado mi tío y yo presente, preguntando, ¿a que horas se piensa ir?, al rato, me dijo.
Antes de entrar a la escuela, me di una pasada por su casa, a la hora del recreo otra, no estaba en la tienda, ni su camioneta, pense contento, ¡ya se fue!, cuando salimos fui corriendo a verlo, aparentando tranquilidad, le pregunto, ¿cómo le fue, tío?, ¡fíjate mijito que no pude ir, ya iba y se me enfermo una vaca, pero mañana voy, no te preocupes! y al día siguiente, la misma operación, que si, ¿a que horas?, ¿que si no se pudo?, mañana voy, no te preocupes, yo insiste e insiste y el con mucha paciencia dándole largas.
Para no hacérselas larga, me dieron permiso de poner un circo en el patio e invitar a toda la bola de vagos a maromear y el trapecio.
Al paso de los años y cuando me acordaba, pensaba en mi inconsciencia para con mis madres, yo queriéndome ir, sin pensar en el sufrimiento de ellas, ¿qué pensarían?, lo mas seguro era que creyeran que no las quería y pensar que eran y las amaba como mis madres.
Así se acabó mi incipiente carrera de artista. Ya cuando estaba trabajando allá en Culiacán, llegó a buscarme mi amigo, me dio mucho gusto verlo y me dijo ¡ya me forme una carrera en el ambiente del circo!, lo felicité y varias veces nos vimos de nuevo.
Se me perdió, ya tengo años que no se de él.
*Constructor.