Así le gritaba un hombre al que por la calle lodosa caminaba como si tuviese prisa. –¡Dime la última Chinto!– Insistía el que con el torso desnudo desafiaba el calor inclemente de septiembre bajo la sombra de una gran pingüica. Como no lograba lo que quería le llama de nuevo.
–¿Pero hombre, por qué tan de prisa Chinto?– Gritaba con la clara intención de que el que caminaba zigzagueando por la calle resbalosa, tratando de no caer en los charcos rebosantes que había dejado la copiosa lluvia que hacía minutos había terminado de caer, se detuviera. Quería que le relatara alguna de las muchas anécdotas que tenía Chinto para contar. El aludido sólo disminuyó un poco el paso al tiempo que giraba pausadamente, su tez morena y con los dedos de su mano derecha elevó de manera discreta el ala de su sombrero de lona blanco y enseguida agregó.
–No hombre, no puedo contarte nada en este momento voy de prisa– el de la pingüica, sorprendido por la respuesta intentó saber el motivo de la premura.
–¿Qué sucede, cuál es el motivo y por qué tan rápido y por qué al Seguro, Chinto?
El moreno, después de escucharlo sonrió, lo hizo de manera discreta, aunque llevaba buena dosis de picardía ya que esta tenía de sobra y agregó:
–Sabes lo ordinario que son los plebes– hasta ahí la dejó, esperó que el bichi le hiciera otra pregunta, intuía lo que vendría, sabía que el de la pingüica mordería el anzuelo o que quedaría atrapado en su propia red y así fue.
–Sí que son muy ordinarios los chamacos. Lo afirmó, dándole la señal a Chinto de que estaba atrapado y enseguida otra– ¿Qué le pasó a tu plebe? –Inmediatamente, la mirada de Chinto se tornó más pícara que de costumbre y contestó –¡Dónde vas a creer, desde la mañana tienen internado al más chico, este es el motivo del apuro!– No añadió más y espero que el bichi solicitara ampliación de motivos y así lo hizo –¿Qué tiene tu hijo, por qué está internado? La pregunta llevaba toda la ingenuidad que en aquel cuerpo escurrido cabía. Esto era lo que esperaba el mentiroso –Pues qué crees, este recabrón se tragó ésta mañana un peso Morelos de plata, sin preámbulos, sin defensa, envuelto totalmente en el influjo mágico de Chinto, replicó –¿Se le atoró en el galillo?– a Chinto no le quedó duda alguna de que el bichi estaba enredado en su propio estambre y le completó –¡No, no tiene el peso en la garganta, el problema real es que en lo que va del día sólo ha arrojado dos veintes y un diez!
–¡Cincuenta centavos! -dijo sorprendido el ingenuo-, sí solamente cincuenta centavos. Aquí es donde está la complicación, me dicen los médicos del Seguro que si no arroja el otro tostón me lo van a operar ya que tiene el riesgo de que le pegue peritonitis.
–Ahora comprendo el motivo de tu apuro, creo que es muy grave el asunto de tu plebe–. Luego de decirlo lo conmina a que apresure el paso de nuevo –No te detengas, discúlpame que te embromé, otro día me cuentas la última mentira, estoy apenado por haberte entretenido, pícale pa´l Seguro amigo–.
El rostro del mentiroso se llenó de alegría, pero para no romper el embrujo logrado contuvo la sonrisa que amenazaba con abandonarlo, la detuvo apretando las hileras de sus dientes blancos e inmediatamente aceleró el paso dejando sumergido en un mar de dudas al de la pingüica y se perdió al fondo por la calle lodosa.
Con esta chispa de picardía producto del ingenio que le fluía por todos los poros de su piel, este moreno a causa del intenso sol del campo, deslumbró a todos los de Costa Rica, Sinaloa. Con esa vena de genialidad, con esa brillantez quiero recordarlo y, estoy seguro que muchos en el pueblo guardan más de una de Chinto Mentiras.
*Docente. Facultad de Medicina / UAS.