Por Víctor Roura*
1. Pero hay quienes, olvidados de la melancolía josealfrediana, se vuelven irascibles con el trago, como Maná, cuyo protagonista, en su composición “Clavado en un bar”, pregunta dónde demonios se encontrará la “maldita” que lo abandonó, razón por la cual está soltando sus “penas” bebiendo “tequila pa olvidar y sacudirme así el dolor”. No todos, por supuesto, controlan lo que beben, al grado de que existieron dos grupos de rock con el apetecido nombre del licor producido por el maguey, y casi simultáneamente, durante la década de los setenta del siglo XX, tal vez incontrolados por la ingesta de su rock: Tequila se llamó un conjunto mexicano y Tequila también una agrupación española, no sabemos si el primero con la calurosa intención de llevar inherente el sabor azteca o por sus afectos domésticos, si bien el europeo llevó ese nombre por lo segundo, por las graciosas y sagradas consecuencias del suculento brebaje. Como también lo saben los miembros de ese perfecto grupo norteamericano denominado The Eagles, que en su canción “Tequila sunrise” se refieren a la bebida como una maravillosa fórmula para mirar el sol durante toda la noche. “Oh tequila I turn to you like a long lost friend”, canta también ese correcto cuarteto estadounidense autonombrado Phish, que entre el jazz roqueado y las sonoridades experimentales pudo sobresalir de entre la mediana estatura actual del pop anglosajón. Las menciones pueden ser numerosas, pero lo que importa es que las canciones en torno al tequila invariablemente van a tener, así como han tenido, una cierta dosis de extravío personal, de modo que los comportamientos, amorosos o fraternos, juerguistas o inductivos, puedan ser justificados de manera coherente, pues dicha bebida, consumida, es capaz de producir lo mismo la más lúcida actitud que la más inlúcida compostura, no en balde, hasta hoy, el disco que ha exaltado al tequila (a la tequila, al tequilo) de una forma suprema, significativa, procede de la inspiración de una mujer: Lila Downs, que en su compacto La cantina, de 2006, lleno de sinuosidades e insinuosidades alcohólicas (¡y otra mujer, Betsy Pecanins, es la única cantante que ha honrado el nombre de esta bebida en dos de sus grabaciones: Efecto tequila, de 1995, y Tequila azul y batuta, de 2003, como si no le hubiese bastado a esta excepcional bluesera una primera tributaria mención), ha logrado la meta que José Alfredo no pudo conseguir, a pesar de su milagrosa persistencia verbal: que el tequila derrame incansablemente su aroma luego de cada interpretación, sin por ello inducir al descarriado extravío. Finalmente cada quien, decía José Alfredo, se sirve una copa o muchas más; después de todo, cada quien piensa seriamente si se va, o no, a emborrachar. Cada quien, pues, es de acuerdo a los grados que subvenciona el tequila; cada quien es según lo que beba, o lo que deje de beber.
2. Hay por allí algunas otras agrupaciones que se han ocupado de estas bebidas, como Pesado (con un disco precisamente intitulado En la cantina), que por lo menos a mí me dejan inconmovido, o, si escucho sus canciones —ya en corridos, ya en baladas, ya en rancheras—, las siento (las oigo, mejor dicho) fuera de la piel de sus intérpretes. Vamos, hasta Pedro Infante, que dramatizaba sus canciones (el más sobresaliente actor que actuaba correctamente en sus interpretaciones), se oye más sincero que un alud de cantantes alentados desde las oficinas de las discográficas multinacionales. Quizá la otra luminaria en esto de actuar las canciones sea, o haya sido, Chavela Vargas, quien con su canto ponía al espectador en la barra de cualquier pulquería. Sobre todo si decidía montar en escena las canciones de José Alfredo, quien, a pesar del apresurado transcurso de los años, sigue siendo el compositor que más hondo aún cala en el mexicano común, al grado de que ya casi todos los grupos de rock, acaso sin querer, incorporan una canción suya en su repertorio, exhibiendo con ello una de las dos premisas fundamentales de nuestro tiempo musical: la involuntaria rancherización de lo pop o la por ahora inalcanzable frontera lírica del autor de “Amanecí en tus brazos”.
*Periodista y editor cultural.