Por Alfonso Inzunza Montoya*
Había en Rosamorada, un tranvía que tenía como ruta, Rosamorada-Guamúchil, sus puntos intermedios, eran, La Noria, El Palmar, El Progreso, Tepantita, y Mocorito.
Éste era un camión chasis con su cabina al que se le había adaptado en la parte trasera una estructura de tubos forrada de madera; con bancas que tenían asiento y respaldo de borra de algodón, forrados con plástico; un estribo en forma de escalera para poder subir, en el techo una canastilla para el equipaje y la carga, y en la parte de atrás una especie de corral que le llamábamos cochera donde se cargaba de todo, desde un saco de maíz hasta puercos, gallinas y güijolos, cuando el tranvía se llenaba, en esa parte se subían los que no cabían y no faltaba algún ocurrente en alguno de los ranchos que les gritara ¡ay la llevan cocheros! y por uno de los costados un tablón de sesenta centímetros de ancho y a todo lo largo con el nombre de “La Princesa” con colores vivos y de rojo con letras más pequeñas el de los pueblos por los que pasaba, un chofer al que todos le decíamos, el tranvillero, y que fue por todos los años del mundo, mi muy apreciado amigo Lalo Santillanes.
Todos los días, a las 7 de la mañana cuando salía de su casa, empezaba a pitar y esa era la señal que se iniciaba el recorrido.
Las personas salían de sus casas, bien elegantes, guapas y emocionadas por el viaje.
Teníamos un vecino que cuando pasaba por su casa este medio de transporte, salía y le decía al chofer: “Lalo, espérame un momento, me voy a bañar y nos vamos”, o si no, mandaba decir que lo esperaran, que iba a desayunar que no tardaba. Por supuesto que no lo esperaban.
Con el tranvillero, se mandaban cartas, unas al correo y otras entregadas a domicilio, y por supuesto que tenía su costo, un peso más la estampilla.
En todos los pueblos de la ruta, era esperado con impaciencia.
La gente se asomaba cuando pasaba. Unos, por aquello de que escribiera la novia, el novio, el hijo, el esposo, los padres, en fin, alguien; otros, por saber quién iba o venía, o por el simple placer de mitotear.
El tranvillero, tenía bien hecho su esquema de trabajo. Lo mismo se le encargaba una medicina, que cordones para zapatos, verdura del mercado, que buscar a un familiar, polvo para combatir las hormigas, hasta ropa interior de tal color – para que le quedaran al vestido que estrenarían en la fiesta-, ya me imagino en los aprietos que se habrá metido para complacer a todos.
Un buen día, a mi madre se le quebró la placa dental de arriba, eso fue en la mañana, muy temprano.
Me habló y me dijo, “hijo, báñate para que vayas a Guamúchil”, yo ni pregunté a qué, iba de vago, a lo que fuera, no importaba, escuela, hasta mañana.
Raudo y veloz, a la ducha, ese día no hubo baño de tina, no tenía tiempo, las puras orejas me lave, no me fueran a dejar.
Ya bañado, cambiado y desayunado, paso a la oficina a recibir instrucciones. Me entregan un paquete y me dicen, “te vas a ir en el tranvía a Guamúchil, cuando llegues, nada de irte de vago, directo te vas con Tirso (Gastélum) -dentista muy reconocido, además primo muy querido-, le entregas éste mandado y lo esperas, te vas enfrente y en el abarrote de los Rojo, compras…”, me entregan una lista, me dan dinero para ello y los viáticos para mí.
Ya pita el jet de la pradera, yo quiero salir corriendo, no vaya a quedarme vestido y alborotado, me agarra de la oreja y como toda madre me repite, “a lo que te mando, no te vayas de vago, porque te deja el tranvía” y yo ¡si señora!, ¡no se preocupe, me voy a portar bien!, “no te subas a la canastilla”, ¡no señora!
¡Ponchín!, ¡no eres ayudante del tranvillero, no te vayas a subir a la canastilla!, ¡no señora! me suelto con la oreja adolorida y roja, les digo adiós, y, de un brinco, ya voy sentado al lado de Cuco, no Sánchez, si no bocón (era su apodo), que también le hacía a la cantada.
Antes de llegar al panteón, ya iba de chango (así les dicen a los ayudantes de tranvillero, yo creo que porque tenían que subir y bajar bultos de todo tipo y nada más les faltaba la cola para agarrarse), me ganaba el pasaje y con eso, algo podía comprar en la gran ciudad.
Si me hubieran visto en la casa, que pela me hubieran dado, pero como dice el dicho, “bien sabe la ardilla al palo que se encarama”, así que a disfrutar el viaje.
Ese día, se terminaban las fiestas tradicionales de la Virgen de la Purísima, en Mocorito y según me dijo Cuco, él cerraba la fiesta con su presentación.
El caso es que tuvimos mucho pasaje, mucho subir y bajar cosas de la canastilla y Lalo me decía, ¡órale Ponchín!, ¡jálale Ponchín!, ¡tírale Ponchín! y el Ponchín, dale que dale, hasta que llegamos a Mocorito.
¡Señores!, dice el chofer, ¡hasta aquí llegamos!, ¡a divertirse en la fiesta! y yo le jalo la camisa, y que le digo, ¡oiga compa Lalo!, ¿y yo?, ¡pues, si quieres nos emborrachamos!, me dijo, ¡no la amuele compa, voy hasta Guamúchil!, ¡tome un taxi! fue su respuesta, para no hacerla larga, le saque para pagarlo, yo le sumaba 5 a Mocorito y 5 a Guamúchil, 10 pesotes, mucha compra.
Al llegar a Guamúchil, directo con el Dr. Tirso, como era la instrucción.
Yo muy obediente, siguiendo las indicaciones, me fui al abarrote. Hice las compras. Como estaban pesadas, les pedí que las mandaran al día siguiente, y yo, de mis pistolas, compré unas gelatinas que se estaban vendiéndose mucho en el abarrote de la casa, eso fue lo único que me llevé.
Regreso al consultorio y me dice Tirso; “Ponchin-Ponchón (hasta la fecha así me dice), a la una te vienes, vamos a comer y luego a entregar el mandado”, ¡correcto!, alcance a decir.
Salí volado a la vagancia.
Imaginense, en la ciudad, en día de clases, con permiso, con dinero en la bolsa y con muchas ganas de aventurar.
De puro milagro no me fui a conocer Culiacán.
Toda la mañana fue de futbolito, rentar cuentos, comprar trompo y piola, hasta me di el lujo de ir a saludar a mis padrinos de bautismo. En su casa, comí manzanas, higos y ciruelas pasas, me querían mucho y yo también.
Recojo el paquete. Nos subimos en un automóvil Lincoln que tenía mi muy querido Dr. Tirso. Como, juego un rato y de pasada le pego unas trompadas a un plebe que le tenía ganas a un primo mío (ésta historia es para después).
Salgo al entronque de la carretera a Mocorito y después de un rato, tomo un taxi que manejaba un mocoritense distinguido. Llego a Mocorito. Me paseo en la rueda ferris, compro una pistolita de agua para bañar a los compañeros de la escuela, vago por todos lados, finalmente me voy al camino de Rosamorada, pido aventón y llego ya obscureciendo.
Cuando entré a la casa, mis madres muy preocupadas estaban pidiéndole a un tío muy querido, que fuera a buscarme. Me ven y les vuelve el alma al cuerpo. Me preguntan. Les explico que pasó. Entrego los encargos. Me apapachan y no piden cuentas. Ceno, y a platicarles a mis amigos el viaje.
Eso sí, a la plática, no le agregue nada, por supuesto.
*Constructor
MUY BUEN TRABAJO PONCHIN, NADA MAS TE FALTO DECIR QUE LA RUTA ERA HASTA LA PALMA ENVUELTA, EL SAUCE, EL NUMERO TRES COMO BIEN DICES LA NORIA DE ARRIBA LA REFORMA LA NORIA DE ABAJO Y LOS PUNTOS Y A MENCIONADOS POR TI…MUCHAS FELICIDADES DE TODO CORAZON..SALUDOS DE JANDINO DE LA NANCHY ROSAMORADA!!!!