Por Víctor Roura*
El domingo 16 de octubre, al caer la tarde —dos días después de que don Miguel Ángel Granados Chapa se despidiera de sus lectores proponiendo el acceso a la cultura en la vida nacional para desterrar la pudrición en que ha caído el país—, murió a los 70 años, invadido de cáncer, con el cual había luchado desde 2007, justo el año en que su columna “Plaza Pública” cumpliera tres décadas de publicarse desde aquel 13 de julio de 1977 en que vio la luz por vez primera en el diario Cine Mundial, luego de lo cual el maestro, académico de la lengua, recibió sucesivos reconocimientos por su invaluable labor periodística. Hoy ya no está con nosotros. La Voz del Norte le rinde homenaje, transcribiendo fragmentariamente una conversación que el maestro Granados Chapa sostuvo con Víctor Roura hacia principios de Agosto de 2007.
—Durante tres décadas, y la pregunta puede sonar onerosa, y tal vez lo sea, aunque no es esa su intención, ¿ha sido tentado maquiavélicamente por los azarosos vientos de la política?
—No he tenido tentaciones respecto de negocios —respondió Granados Chapa, siempre afable, característica suya— porque nunca he tenido el lucro como un móvil. A lo largo del tiempo, el profesor Carlos Hank González, a través del secretario de gobierno Manuel Gurría Ordóñez, me ofreció más de una vez una casa, por ejemplo. Yo vivía en Xola, pero fuimos desalojados por la construcción del eje vial, de modo que nos vimos repentinamente sin hogar. Al mirar el padrón de los damnificados, con toda seguridad el gobierno capitalino se enteró de mi situación. El secretario Gurría Ordóñez, entonces, me buscó para ofrecerme una casa. Yo entendí en un principio que me ayudarían a localizar un sitio, por lo que desistí de su intervención. Pero el secretario, al ver que no entendía de lo que se trataba, me aclaró que el profesor Hank quería regalarme una casa. Tal oferta no me movió en lo absoluto nada: no me suscitó un dilema, ni me provocó una angustia el aceptarla o no. Sencillamente dije que no. Y así ha ocurrido siempre. Rigurosamente hablando, pues, no he estado nunca delante de una tentación. Escapa a mis impulsos tener dinero o una propiedad. Prefiero ir, como dijera Machado, ligero de equipaje.—No sólo en la política, sino también en el medio periodístico hay mucha mezquindad y vileza. Usted también las ha padecido.
—Pero como dice un refrán, al que vuelvo muy seguido: “El que no quiera ver fantasmas, que no salga de noche”. Si uno entró a este oficio porque es lo que quiere hacer en la vida, como es mi caso, debe arrastrar las consecuencias como un efecto natural. Si quiero ser periodista, me atengo a los efectos positivos y negativos de este oficio.
En su archivero personal, Carlos Denegri tenía tres tarjeteros básicos para elaborar su columna diaria en Excélsior: en el primero se anotaban las personas de las que siempre hablaba, en el segundo estaban incluidos los nombres de los que jamás se refería y en el último figuraba la gente de la que ocasionalmente escribía. Al llegar a trabajar con él Guillermo Jordán, antropólogo de formación, quiso modificar el fichero coloreando las tarjetas para facilitar así la clasificación.
—No, Guillermo —exclamó el argentino aposentado en México—. Porque eso cambia. Los que están en una categoría pueden pasar a otra, de acuerdo a su aportación monetaria.
La anécdota la refirió Miguel Ángel Granados Chapa a propósito del hombre que prácticamente fundó la columna política en el país.
—La corrupción anduvo de la mano de este ejercicio periodístico desde su inicio. —Efectivamente, el sistema político mexicano descansaba en buena medida en la corrupción de los medios. La prensa y el gobierno estaban estrechamente asociados en esta suma de privilegios. La industria periodística era particularmente subsidiada por el poder político, tanto de manera formal como por debajo del agua. Se hacían grandes negocios a partir del ejercicio de la prensa. Denegri estaba asociado con Francisco Galindo Ochoa, un funcionario de prensa del PRI, con quien escribía su columna justamente denominada así: “Fichero Político”, donde se hacía una serie de menciones a determinadas personas que eran tratadas según el tamaño de su aportación económica, suscitándose una corrupta entraña laboral. De ahí la mala fama que adquirieran en un principio estas columnas periodísticas.
Al grado de que Manuel Becerra Acosta, al crear el Uno más uno en noviembre de 1977, luego de invitar a Manuel Buendía para que escribiera en ese nuevo espacio su “Red Privada” tuviera que desinvitarlo ya que el consejo de redacción de ese naciente periódico no quería saber nada de esas columnas “para no compartir el tufo que entonces desprendían”, trasladando, decía Granados Chapa, infortunadamente esta mala fama a la columna de Buendía.
—Sin embargo, la mala fama originada por Denegri arrastró por mucho tiempo a los columnistas políticos, a su pesar.
—Sí, pues Denegri fue muy conocido, incluso prestigiado en diversos ambientes. Fue un pionero también de la televisión noticiosa, donde terminaba su programa alzando el dedo hacia el cielo mientras decía, invariablemente: “Nos veremos la próxima semana, si Dios lo permite”.
Empero, Denegri “era un hombre muy violento, con una vida personal desaseada”, tal como recordaba Granados Chapa: en la madrugada del 1 de enero de 1970, en el correspondiente cierre de edición de Excélsior, llegó la noticia de la muerte de Carlos Denegri, asesinado por una de sus esposas. El jefe de redacción nocturna, el joven Granados Chapa, con menos de 27 años de edad, fue a notificar el suceso a Arturo Sánchez Ausenack, quien, conociendo quién era el fallecido, simplemente exclamó: “¿Ya?, ¿ya lo mataron?”
—Era el final esperado en un hombre de su naturaleza —dijo Granados Chapa—. Pero lo cierto es que no se ha contrapuesto la buena fama pública profesional con la mala fama de los círculos enterados. Por ejemplo, José Luis Mejías, columnista por muchos años del Novedades y de Excélsior, recibió del presidente Gustavo Díaz Ordaz la concesión de varias gasolineras en la Ciudad de México. Y ambos, tanto el mandatario como el periodista, explicaban que dicha transacción la habían hecho para preservar, así lo justificaban, su independencia periodística.
Alguna vez, durante una charla con estudiantes universitarios, Miguel Ángel Granados Chapa, ante una pregunta acerca de si la columna servía para golpear a los políticos, el periodista respondió que no, que en todo caso para eso estaba el mazo.
—Aunque algunos siguen golpeando, sí —precisó Granados Chapa—, pero en menor medida. Sobre todo porque la columna ha perdido importancia debido al ensanchamiento de los periódicos, que hoy, a diferencia de antaño (cuyos espacios eran limitados, tornándose incluso aburridos a veces, circunscritos a la información oficial, por lo tanto insustancial), son más entretenidos. En cambio, las columnas tenían un cierto grado de esparcimiento en el cual los políticos podían permitirse mandar mensajes entre sí. Y todavía ocurre, pero mucho menos. Porque ahora las columnas no son ya los espacios más leídos de un diario.
—No obstante, este “entretenimiento” acarrea un serio peligro: la banalización informativa. Ahora resulta que, en el medio electrónico, todos los locutores, y gente como un payaso, Brozo, quieren opinar sobre la política. No sé cómo llamarle a esta gana de opinar, de querer influir en su opinión…
—Opiniomanía —sugirió entonces Granados Chapa.
—Podría ser…
—Eso se da justamente porque el despertar de la sociedad, este largo desaletargamiento, ha producido un interés inusitado por la vida política del país haciendo arribar a personas sin preparación, sin tener ningún interés real por la política, pero sustraídos en la mercadotecnia, cuyo nicho ha creado de la opinión una sustancia banalizadora. Eso ha permitido la multiplicación de estas opiniones triviales, muy a menudo interesadas, tanto en los espacios electrónicos como en los impresos…
*Periodista y editor cultural.