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Primo de Verdad, el héroe olvidado

Por domingo 16 de octubre de 2011 Sin Comentarios

Por Álvaro Delgado*

Eran ya las 10 de la mañana, pero el frío otoñal se abatía sobre la discreta rinconada de las calles Pino Suárez y República de El Salvador, en el centro histórico de la capital de la República.

Una banda afinaba sus instrumentos, mientras una escolta de policías con atuendo de gala preparaba los honores a la bandera. Algunos invitados comían tamales con atole y otros solicitaban bola a su calzado.

Todos tiritábamos de frío Frente al soberbio Museo de la Ciudad de México, a tres cuadras del Zócalo, se celebró, el martes 4 de octubre, una discreta pero hermosa ceremonia en la explanada que lleva el nombre de un héroe echado al olvido: Francisco Primo de Verdad y Ramos.

Un puñado de funcionarios menores del gobierno de la Ciudad de México, tres descendientes del prócer y la directora de un jardín de niños que lleva el nombre de éste, formaron el elenco principal para conmemorar el 203 aniversario luctuoso del precursor de la Independencia de México.

Porque, en efecto, Francisco Primo de Verdad no fue un personaje cualquiera: Síndico del Ayuntamiento de la Ciudad de México, fue el primero que habló en la Nueva España del principio de que la soberanía de la nación radica en el pueblo y eso, en 1808, se pagaba con la vida.

Y así fue, porque fue envenenado y estrangulado en una celda del arzobispado.

Mil ochocientos ocho fue un año convulso: En marzo, Napoleón Bonaparte invadió España y tomó cautiva a la familia real, por lo que Primo de Verdad propuso al virrey, en julio, convocar a la formación de un gobierno provisional basado en los ayuntamientos de la Nueva España, porque la soberanía había vuelto al pueblo por la falta de monarca.

Tras acaloradas discusiones, el virrey Iturrigaray estuvo de acuerdo y, contra la opinión de los peninsulares y clérigos conservadores, convoca a un Congreso Nacional con la idea de Primo de Verdad, apoyado por otros miembros del ayuntamiento de México: Juan Francisco de Azcárate y fray Melchor de Talamantes.

La soberanía popular fue tildada de sediciosa, subversiva y herética por los inquisidores y el tribunal de la fe, por lo que un rico comerciante, Gabriel de Yermo, apoyado en funcionarios españoles y buena parte de los españoles de la ciudad, derroca al virrey Iturrigaray, el 15 de septiembre, y, junto con él,

son aprehendidos Primo de Verdad y otros miembros del ayuntamiento.

Y tenían razón los verdugos: Exactamente dos años después del asesinato de Primo de Verdad, justamente la noche del 15 de septiembre –y por el creciente descontento popular–, Miguel Hidalgo inició la guerra de Independencia.

De hecho, en su Proclama a los Americanos, pronunciada en Guadalajara, Hidalgo aludía a la soberanía popular: “Esta legítima libertad… no puede entrar en paralelo con la irrespetuosa que se apropiaron los europeos cuando cometieron el atentado de apoderarse de… Iturrigaray y trastornar el gobierno a su antojo, sin conocimiento nuestro, y dándonos como hombres estúpidos y como manada de animales sin derecho alguno para saber nuestra situación política”.

La muerte de Primo de Verdad y Ramos ocurrió luego de poco más de dos semanas de estar preso en una crujía del Palacio del Arzobispado, el 4 de octubre de 1808. Murió envenenado y estrangulado, según los testimonios de Carlos María de Bustamente, quien trabajó con él como pasante en su despacho de abogado, y el escritor Vicente Riva Palacio.

En El Juguetillo, en 1812, Bustamante escribió que, poco después del crimen, pudo ver el cadáver y añadió: “El hombre de bien, el que tantas veces había hecho resonar la voz de la ley en los tribunales, defendiendo a centenares de huérfanos y viudas, el que por última vez había defendido la santa causa de la libertad del pueblo mexicano, yacía yerto y víctima de un veneno”.

Medio siglo después, en 1870, Riva Palacio en El libro rojo relató detalles sobre el lugar donde murió Primo de Verdad: “¿Qué había pasado? Nadie lo sabía, pero todos lo suponían (…) Cuando en virtud de las Leyes de Reforma el Palacio del Arzobispado pasó a dominio de la nación, de la parte del edificio que correspondía a las cárceles se hicieron casas particulares, una de las cuales es la que hoy habita como de su propiedad uno de nuestros más distinguidos abogados, don Joaquín María Alcalde (…)

“El comedor de esta casa fue el calabozo en que murió Verdad, y cuando por primera vez se abrió al público, yo vi en uno de los muros el agujero de un gran clavo y alrededor de él, un letrero que decía sobre poco más o menos: ‘Este es agujero del clavo en que fue ahorcado el Lic. Verdad’ y todavía en ese mismo muro se descubrían las señales que hizo con los pies y con las uñas de las manos el desgraciado mártir, que luchaba con las ansias de la agonía.

“Allí pasó en medio de la oscuridad una escena horriblemente misteriosa: El crimen se perpetró entre las sombras y el silencio. Los verdugos calaron el secreto: Dios hizo que el tiempo viniese a descubrirle. La historia encontró la huella de la verdad en unos renglones mal trazados, y en un muro, que guardó las señales de las últimas convulsiones de la víctima.”

Fue así como murió Primo de Verdad y Ramos, nacido en la exhacienda de Ciénega de Mata, en 1759, que pertenecía a Aguascalientes, y que hoy es Lagos de Moreno, Jalisco, como lo consigna el historiador laguense Rogelio López Espinoza en su libro El prócer olvidado. Vida y obra del licenciado Primo de Verdad y Ramos (iniciador de la lucha de Independencia).

El gobierno del Distrito Federal, a través de la Comisión del Bicentenario, que encabezó el historiador Enrique Márquez, hizo el primer homenaje al “protomárti de la Independencia” y, entre otras acciones y actividades, editó Memoria póstuma, firmada por Primo de Verdad y Ramos el 12 de septiembre de 1808, casi un mes antes de su muerte, un testimonio ideológico de avanzada en su momento:

“Dos son las actividades legítimas que reconocemos: La primera es la de nuestros Soberanos y la segunda de los Ayuntamientos, aprobada y confirmada por aquellos. La primera puede faltar faltando los Reyes y por consiguiente falta en los que la han recibido como una fuente que mana por canales diversas; la segunda es indefectible, por ser inmortal (sic), el pueblo, y hallarse en libertad no habiendo reconocido otro soberano extranjero (sic) que lo oprima con la fuerza y a quien haya manifestado tácita o expresamente su voluntad y homenajes (sic)”.

A 203 años de la muerte del precursor de la Independencia de México, un puñado de mexicanos creímos oportuno reunirnos la fría mañana del 4 de octubre, frente a su estatua levantada en la plaza que lleva su nombre, para ratificar que, en efecto, la soberanía reside en el pueblo y tratar de que ese principio no se diluya por la desidia y el desdén oficial y social.

Y hay que decirlo: El gobierno de Felipe Calderón no emitió ni una palabra sobre el aniversario luctuoso de Primo de Verdad y Ramos. Normal, claro…

*Periodista.

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