Por Daniel García*
Antes de que la agricultura fuera el motor generador de progreso de la pujante ciudad de Guasave, el comercio en la ciudad era apenas la forma de solucionar sus necesidades más apremiantes. Era en lo general muy apacible e incipiente: el abarrote donde podías comprar los ingredientes para sobrellevar la vida cotidiana: la tractolina, las galletas de animalito, cucuruchos para el azúcar, café en grano para tostar, quinado, añil, sin faltar el vendedor ambulante que expendía de casa en casa las escobas de malva, el norote en hojas de maíz, la leche bronca entre otros enseres.
Pero había en cambio un acontecimiento que revolucionaba la economía regional, ya que con esto inyectaba una fuerte derrama económica: El Día de La Virgen como era y es conocido en la actualidad.
Era un acontecimiento esperado por toda la villa y por gran parte de la población del estado, ya que su fama era conocida a nivel nacional.
Esta fiesta tenía y tiene como marco el casco viejo de la ciudad y con anticipación al primer domingo de octubre se instalaban alrededor de la plazuela Hidalgo los célebres “varilleros” que eran los que traían en su fayuca aquellos objetos que no podían conseguir de cotidiano en el pueblo y que para ello debías salir a otros puntos del país, cosa que no era muy común para la mayor parte de la población, mucho menos para aquellas personas que bajaban de las comunidades serranas a la fiesta.
Creo que este era su fin principal, claro después del propósito religioso de venerar la imagen de la virgen, la de comprar aquellas cosas que no encontrabas en el pueblo, adquirir los objetos de moda que eran traídas por los fayuqueros , cosa que en la actualidad no sucede debido a la gran apertura comercial que existe, con los grandes almacenes con los que cuenta la ciudad es difícil no encontrar algún producto que se necesite ya sea nacional o extranjero; o lo que es igual ya no se espera el día de la virgen para comprar alguna novedad.
Esta fiesta llego a ser tan importante a finales del siglo XIX y principios del XX, con tal afluencia de peregrinos de varios puntos del país, mismos que en muchas ocasiones se encontraban con la imprudencia de que el Petatlán se encontraba “crecido” por la reciente temporada de lluvias que era imposible cruzarlo y por tanto se quedaban sin poder llegar a Guasave para la celebración de la Virgen.
Esto llegó a representar un verdadero problema y Guasave se metió en un gran predicamento al que le dio pronta y salomónica solución: hacer otra fiesta el último domingo de noviembre, día de La Octava de La Virgen, así la gente que no podía pasar en octubre por las crecidas del río, lo hacía en noviembre sin ningún problema y sin temor de que el Petatlán les impidiera el paso.
Era precisamente en la fiesta de noviembre donde para dar mayor realce, se sacaba la imagen de La Virgen en una emotiva procesión por las calles del pueblo y era para esta fiesta que la virgen lucía sus preciosos “Chinescos” que eran unos aretes de oro de 24, posiblemente sean una prenda de origen árabe, muy de moda a principios del siglo XX entre las damas de aristocracia campirana. Estos aretes son confeccionados en filigrana y se caracterizan por tener una especie de hilitos que penden de las canastas que van formando el cuerpo del arete y se movían primorosamente al compás del paso de la virgen por Guasave.
Célebres eran también porque cada año venia a cantarle las mañanitas un fiel devoto de La Virgen: Pedro Infante y esto constituía un verdadero alboroto en los peregrinos que asistían a ver como esa gran figura del cine nacional llegaba a pie desde el pequeño aeropuerto que estaba frente al panteón hasta las puertas de la iglesia a rendir homenaje a La Virgen del Rosario.
Cuentan quienes les toco vivir estos acontecimientos que eran verdaderamente dignos de una fiesta como la de Guasave, y que casi siempre salían perdiendo los varilleros que estaban cerca de la iglesia, ya que con el tumulto que se hacía para ver a Pedro echaban abajo las mesas con todo y mercancía, a lo que el ídolo respondía pagando los daños causados.
Esta devoción la adquirió tal vez de los muchos años que vivió el artista aquí en Guasave durante su niñez, cuando su padre don Delfino Infante trabajaba como músico en la orquesta de don Luís Ibarra, tal vez una manda que ofreció a la Virgen y que le cumplió.
Un aspecto importante que vale la pena resaltar es lo que se conoce como la “bajada de la Virgen”, después de la misa principal varios hombres se suben al altar para bajar la imagen, es tal vez el momento más esperado del día; la gente se arremolina para poder ver de cerca este momento tan cargado de emotividad.
Entre repiques de campanas aplausos y vítores la Virgen baja, igual que como lo hacia antaño para aplacar la ira del Petatlán, para que sus plantas tocaran las furiosas aguas que golpeteaban contra las casas, para hacer que cedieran y volvieran a su cauce.
Las vetustas paredes de la parroquia se estremecen con los aplausos de la gente que desde tierras lejanas y del propio Guasave llegan para ver a su patrona; “Viva la Virgen del Rosario” “Viva la patrona de Guasave”…
La precaria situación actual ha hecho que las fiestas de la Virgen del Rosario no sean lo que antes fueron.
Ya no se expenden productos escasos y de buena calidad, aunado como lo dije antes, a que todo lo encuentras en los modernos centros comerciales, si bien es cierto sigue viniendo mucha gente a venerar a la patrona de los guasavenses.
Se puede ver este hecho en el atrio del templo donde duermen gran cantidad de peregrinos. Ya no viene Pedro Infante, pero nos queda de herencia dos fiestas: la de octubre y la de noviembre, eso si, sin perder ese espíritu de convivencia y de hermandad que nos caracteriza, algo mas renovadas que hace 100 años cuando los gritos de los cobijeros y los pollos del Jhonny no formaban parte de los festejos.
Visitar las fiestas de la Virgen del Rosario, es darse la mano con toda una tradición y una costumbre, es entremezclarse con la vida de un pueblo y su origen; no hay que verla ya como un intercambio comercial, hay que vivirla como una visita que se hace al sentir de un pueblo comiendo churros, dátiles y membrillos, venerando a su Virgen con la misma fe, respeto y emoción con la que lo hacían nuestros antepasados en una evocadora postal de los recuerdos tal y como lo hicieron tantas generaciones de guasavenses como los que lo hacemos hoy día.
Definitivamente la festividad que en Guasave se realiza en honor a la Virgen del Rosario, es una de las tradiciones religiosas más antiguas y trad i – cionales del estado de Sinaloa, cuya influencia llega más allá de las fronteras del estado, de eso han dejado testimonio los innumerables peregrinos que han subido la alta escalinata de su templo para llegar hasta donde esta esa señora, la del Rosario.
*Presidente del Ateneo del Petatlán/Guasave.