Por Ángel Santiago Zamora Zavala*
En este breve escrito nos proponemos indagar cuál es el principio en que el positivismo inglés funda la moral. Para cumplir con ese propósito recurrimos a dos destacados pensadores de esa escuela: Jeremías Bentham y John Stuart Mill. El camino a seguir reside en exponer sus ideas morales y después señalar qué similitudes y diferencias existen entre una y otra forma de pensar.
Bentham fundamenta su teoría moral en el principio de utilidad y en el hedonismo psicológico. En conformidad con este último axioma, el hombre pretende por naturaleza procurarse el placer y evitar el dolor. La búsqueda de aquel y la supresión de éste rigen nuestras acciones y fijan el criterio moral. Esas motivaciones psicológicas conminan al hombre a hacer y determinar qué debe realizar para ello. El discernimiento del bien y del mal se basa en esos motivos; placer y felicidad son sinónimos del bien, dolor e infelicidad lo son del mal. El hecho psicológico reside en tender al bien y evadir el mal. Buscar placer implica anhelar el máximo de fruición. Por eso, una acción es buena si ha sido encaminada a incrementar el goce y mala si lo disminuye. La sentencia utilitarista debe entenderse como principio de máxima felicidad, según ésta, “la mayor felicidad de todos aquellos cuyo interés está en cuestión consiste en lo bueno y lo justo, y solo lo bueno y justo y universalmente deseable, (es el) fin de la actividad humana” (Cit. por Copleston 26). Empero ese interés es variable, pues si en él reconocemos al individuo solo tendríamos en cuenta su mayor felicidad. Si consideramos, en cambio, la generalidad de hombres pertenecientes a una agrupación, dicho provecho recaería en la mayúscula felicidad de un número considerable de miembros de la comunidad. El utilitarismo proporciona un enfoque objetivo del bien y del mal, es decir, una ética donde el placer y el sufrimiento son cuantificables: más goce, menos sufrimiento. Si ellos establecen el criterio del actuar moral, es indispensable una cuantificación hedonística, siendo el factor llamado por Bentham pureza y extensión el que eleva la ética utilitarista de un nivel netamente individual a lo universal; el fin es el máximo número de personas felices.
Por su parte, Stuart Mill establece también su doctrina moral en la utilidad o en el “principio de máxima felicidad”. Valiéndose del estudio psicológico establece el placer como finalidad de las acciones humanas, su búsqueda es necesaria porque representa felicidad; esos actos son buenos si tienen como objeto la promoción de ésta y malos si no lo hacen. Mill identifica felicidad con placer e infelicidad con dolor. Por eso piensa que a la ética le corresponde ayudar y orientar esas acciones para lograr una conducta moral adecuada. El utilitarismo considera los resultados de las actuaciones humanas y desde aquéllos determina si éstas son o no susceptibles de corrección alguna, siendo precisamente el placer y la felicidad consecuencias relevantes de la acción. Pero cualquier juicio sobre la utilidad se cimienta en el placer y la felicidad producida en las demás personas que son arrastradas por nuestras acciones y solo seguidamente del placer o la felicidad producida en el propio individuo. La ética utilitarista no promueve egoísmo ni conveniencia; no lo promociona porque la felicidad, fin último de la vida, en el contexto moral “no es la máxima felicidad particular del agente, sino la medida mayor de felicidad en conjunto” (Cit. por Copleston 43). No sugiere la conveniencia porque ello significa sacrificar el interés común en provecho del bien propio. Si considera únicamente lo que es útil al interés individual se opondría al bien de la mayoría. Si, como se observa, el principio de esa corriente moral reside en lograr la mayor felicidad de un mayor número posible de seres humanos, entonces se trata de una ética de evidente carácter social y altruista.
La similitud entre ambas doctrinas es indudable. Pero Stuart Mill discrepa con Bentham al definir la naturaleza humana en términos de dinamismo y no en los de placer y dolor como este último piensa y pregona. Por esa razón atribuye la prosperidad del individuo al desarrollo de su propia potencialidad; desarrollándose libremente logra la felicidad; que es limitada únicamente por el interés del otro. En la prerrogativa de la libertad, Mill sitúa el principio de la utilidad. Esa proposición induce la conjetura de que el autor de El utilitarismo no concuerda cabalmente con la idea de Bentham en cuanto a la posibilidad de cuantificar el placer. A pesar de percibir en éste el fundamento motivacional de los actos humanos, considera tal motivo como resultado de un cúmulo de experiencias vividas; debido a dicha multiplicidad, las motivaciones se tornan complejas y, por ende, cualquier cuantificación del placer logrado solo sería aproximativa y no exacta.
Pese a las diferencias enunciadas, los postulados de ambos positivistas coinciden en establecer la utilidad como fundamento de la moralidad. En esos términos, un agente moral debe ser útil, pero esa utilidad no está dirigida al mundo o a la sociedad, pues uno y otra no dejan de ser conceptos abstractos, sino a individuos reales. Por eso proponen que las acciones catalogadas como buenas deban realizarse con la intensión de producir la felicidad a personas como tú o como yo, es decir, concretas. Entonces, en ambos, el fin último de la ética positivista es la consecución de la felicidad o del placer; éste no reside únicamente en la satisfacción de deseos y apetitos orgánicos, sino en placeres que trascienden la condición animal del hombre, como el altruismo o el goce provocado por la ayuda prestada a otros en detrimento del egoísmo. Por eso es de suponer que cuando los utilitaristas equiparaban felicidad y placer, tenían en mente algo más que una mera comprensión sensible del placer.
El utilitarismo es un positivismo ético, cuya finalidad es la consecución de la felicidad, donde lo mejor es lo más útil. La utilidad es base y medida de la moralidad. Es un pragmatismo al considerar la eficacia de la moral en términos de utilidad y éxito. Privilegia la acción sobre cualquier principio teórico; considera el valor práctico como criterio de verdad moral. De los argumentos anteriores se sigue que la noción en torno a la cual gira la teoría moral positivista inglesa es el utilitarismo.
BIBLIOGRAFÍA
Copleston, Frederick, 1990, Historia de la filosofía, Tomo V, trad. Ana Domenech, México, Editorial Ariel, 386 pp. Citas.
1. Citado por Copleston, Frederick, Historia de la filosofía, Tomo V, p. 26.
2. Citado por Copleston, Frederick, Historia de la filosofía, tomo V, p. 43.
*Docente Facultad de Filosofía/UAS.