Por Alfonso Inzunza Montoya*
Estando yo muy chico llegó a Rosamorada un sacerdote que se llamaba Samuel Villegas, por supuesto que todavía no se bajaba del tranvía cuando mis madres (porque tuve la fortuna de que fueran dos las que me crearon) me metieron de monaguillo, nosotros le decíamos acólitos, siendo ellas muy católicas y las principales promotoras de que hubiera un señor cura en nuestra parroquia. En esa época las misas se oficiaban en latín y muy solemnes, donde prácticamente no participábamos los feligreses porque no le entendíamos y el padre se aventaba sus latinazos como quería; únicamente el evangelio y el sermón eran en español. Me acuerdo como si fuera ayer, nos anunciaron la llegada para un día lunes en el tranvía de la tarde que venía de Culiacán, me sacaron de la escuela como a las cuatro pues me tenía que bañar y estrenar ropa, lo ameritaba la llegada del señor cura, que no sé porque llegó hasta el miércoles, y yo, muy guapo todos los días, baño y baño, cambie y cambie, al fin, cuando llegó, andaba tan chorreado que ni en casa me conocían y no querían que me acercara a él hasta que se dieron cuenta que era yo.
Cuando lo saludé le dejé la sotana lista para el lavadero y la mano más babeada que si hubiera comido sandía, llegó con sus maletas, ¿o sería una?, dónde traía todo su equipo de trabajo. Luego, luego, mis madres, ¡Ponchín, la maleta del padre!, ni modo, a cargarla, estaba mas pesada que las liquidaciones del IMSS, ¡pásele padre, ésta es su casa! y él, casi tirando besos como en el carnaval, -no se crean, era muy serio-, pero si nos iba dando la bendición al pasar entre una bola de chamacos que nos habíamos reunido a la novedad de ver un hombre con bata, como dijo el Hernán -ahora uno de los integrantes del famoso grupo Tigres del Norte-.
Después de dejarlo a buen recaudo, se le había rentado una casa -yo creo que ni se usaba la renta en Rosamorada-, lo despedimos y con el permiso de haberlo recibido nos fuimos a jugar a las escondidas, de tal suerte que uno que era muy vago se llama o se llamaba Elías, alias “el profeta”, se escondió en una ladrillera que había en la escuela, lo tapamos con los mismos ladrillos, se nos olvido y hasta las 10 de la noche que vino su papá a buscarlo lo sacaron, por supuesto que le dieron una buena pela, pues tenía como 4 horas que no le pegaban -así era de vago-, nos fuimos a dormir muy santos.
Al día siguiente a misa de 5 a.m. –ya ven porque soy madrugador-, ¡ayúdale al padre!, fue la instrucción y ¡cuidadito con portarte mal!, pues a hacerle al zorrillo güilo, era todo lo que podía hacer y al salir la recomendación, que recomendación ni que nada, la orden fue, ¡a estudiar latín para contestar la misa!.. Y, ¡a darle que es mole de olla!, no sabía estudiar español, imagínense otro idioma, pero en fin, orden era orden. En los escalones de la misma iglesia, dándome mucha importancia y paseándome de un lado a otro, leía en latín, siendo la envidia de todo el plebero y una que otra niña, que era lo que yo quería. Cuando ya lo aprendí bien era el oficial en las misas de postín; siempre mi hermana en las reuniones familiares plática que rezaba así: “ confiter deo, mmm, mmm, mmm, mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa, mmm, mmm, mmm, amén.“
Que podía aprender un chamaco sin guía, nada mas lo que era la voluntad de Dios, porque no era mucha atención que le ponía al estudio y al padre, ni sus luces, era mas serio que un embargo, buena gente, si, pero muy reseco.
Cuatro niños éramos los que nos incorporamos al servicio religioso, yo era él mas abitachado, -como serían los otros, por supuesto que mas burros que yo-, pero en fin, de algo servíamos, aunque fuera de estorbo.
Ya con la práctica, me convertí en casi cura, con el beneplácito de mis madres, viaje mucho en esa época, ayudándole al padre y reconfortando gente en muchas partes, como El Palmar de los Leal, El Jalón, hoy El Progreso, Tepantita, Bequillos, San Benito, La Noria de Abajo, La Noria de Arriba, El Número tres, bueno con decirles que hasta los Valles el de abajo, del medio y de arriba fuimos, realmente éramos unos misioneros incansables, misas, confesiones, bautizos, asistencias a moribundos, misas de cuerpo presente, responsos, rosarios y ya no me acuerdo que tantas cosas mas hacíamos el padre y yo, pero lo que mas me gustaba definitivamente era el bolo de los bautizos, porque les pedía directamente a los padrinos y como andaba de sotana, creían que era un cura chiquito y me venía bien fondeado de los ranchos.
Una ocasión que vino Monseñor Barraza a confirmar, fuimos a El Palmar de los Leal a una procesión, para pedirle a Dios que lloviera, era con el Santísimo y por supuesto que yo era el auxiliar principal que llevaba, era el del incensario, amenazado de muerte que si le daba la espalda al Santísimo me iban a dar una buena pela, así anduvimos por todo el rancho, yo caminando de espalda y proporcionando incienso como debe de ser, pero al llegar a la iglesia, que tiene escalones, me caí de espaldas y sin dejar de echar incienso me arrastré hasta la pared y con los hombros me apoye en la misma y me fui levantando poco a poco y al padre Barraza, nada mas le botaba la panzona que tenía, de pura risa, al ver aquel chamaco arrastrándose de espalda y dale que dale al incienso, pero yo cumplí, no hubo pela.
Hermosa niñez ni duda cabe.
*Constructor.
Que buena anecdota, recuerdo en mi pueblo era mas o menos igual.