Por Mario Arturo Ramos*
La mañana del pasado lunes 19 de septiembre, la ciudad de México se despertó realizando 2 ceremonias oficiales para conmemorar 26 años del sismo, que sacudió a la capital del país; un poco después, a las 10.A M, un simulacro para capacitar a la población con medidas preventivas movilizó a seis millones de capitalinos, que con orden trataron de anticiparse a la destrucción que ocasiona un sismo de la magnitud del septembrino, a mí, los recuerdos de la tragedia me regresaron a la memoria. Debo comentar que en esos años, habitaba con la familia en el centro de la nuez cosmopolita; me estoy refiriendo al cruce de Paseo de la Reforma e Insurgentes. Mi hijo mayor estudiaba la secundaria, en la escuela Cervantes, ubicada al cruzar la Plaza de la Madre, en la Colonia San Rafael; el menor comenzaba a escalar la niñez y dormía bajo el cobijo materno. Como todos los días hábiles, me levanté temprano a preparar los huevos revueltos con el que hacia el desayuno al primogénito, que con toda sabiduría gastronómica consideraba mi logro de cocina, un platillo detestable, y en eso, entre olor del guiso, comenzó el baile trágico.
El edificio de Reforma 157, estaba bien hecho y resistió como otras construcciones de la colonia Cuauhtémoc, el zangoloteo mortal, por lo tanto no fue nada anormal para que todos siguieran las actividades habituales. El sonido de la alarma sísmica, trajo el paisaje que en las horas, los días, y en algunos años siguientes, mostró las heridas de una polis que aun llora a sus muertos. Seres anónimos y famosos que fueron aplastados por las olas de cemento y hierro, que les lanzó la naturaleza. Entre los fallecidos, se encontró un rockero/ porteño/cosmopolita/ rupestre: Rodrigo Eduardo González Guzmán, “Rockdrigo”.
El 25 de diciembre de 1950, en el puerto de Tampico, nació el más tarde llamado: “Profeta del nopal”, era la década del rock and roll, bautizado por el marketing como el ritmo juvenil del siglo XX. Etapa que define las primeras andanzas en nuestras tierras, con un marcado impulso por la industria discográfica nacional, que realizando versiones de los éxitos “gringos” de venta más pegajosos, lograban interesar a los medios de comunicación a que promovieran su producto con singular alegría. Al final de los 50, los nuevos ídolos del espectáculo saltaron a la palestra con sonidos eléctricos, melodías bailables y textos dulzones y repetitivos. Eran los primeros pasos nacionales, de la música popular que cambió a la música
En los siguientes diez años se plantearon otras opciones, grupos y solistas buscaron textos en español, mezclaron géneros tradicionales, otras concepciones, voces y armonías se sumaron. En 1976, Rockdrigo llegó a la “capirucha”, guitarra y armónica acompañaban al nacido a orillas del rio Pánuco; el rock mexicano trataba de salir de la copia y la cursilería con algunas muestras de originalidad; habían pasado cinco años del Festival de Avándaro, comenzaban a terminarse las prohibiciones a las tocadas y reuniones rockofilas, los jóvenes y los no tan encontraban maneras de expresarse en el ritmo norteamericano que se había convertido en mundial. Del 76 al 85, el también llamado “Rupestre mayor”, grabó discos y casetes de forma marginal y en pequeñas compañías discográficas; poco a poco (como dice la canción) se ganó un lugar en la canción alternativa, algunas de sus obras músico/ literarias fueron conquistando adeptos y cantores: Metro Balderas, Distante instante, Ama de casa un poco triste, Buscando trabajo, El profeta del nopal, y otras que sumaron más de cien rolas.
A las 13 horas de este 19 de septiembre de 2011, en la estación del Metro Balderas, título de una de las obras emblemáticas de Rockdrigo, rodeado de familiares, compañeros y fans, se develó una escultura de bronce de la autoría de Alfredo López Casanova, realizada con las llaves aportadas durante un año por los seguidores del tampiqueño; la ceremonia rompió los aires trágicos que durante la mañana habían campeado entre los habitantes de Chilangolandia; la estatua con una medida de 1.60 metros y casi 200 kilos de peso, representa un sincero homenaje a la canción rupestre, al rock y a las víctimas de un suceso que a 26 años de distancia, nos recuerda un 19 de septiembre y un cantor Rockdrigo.
*Investigador y autor.