Por Victor Roura*
1. En su libro La palabra mágica, Augusto Monterroso habla también sobre el asunto de la traducción: “En ninguna forma el tema de estas líneas serán divertidas equivocaciones en que con frecuencia incurren los traductores. Se ha escrito ya tanto sobre esto que ese mismo hecho demuestra la inutilidad de hacerlo de nuevo. La experiencia humana no es acumulativa. Cada dos generaciones se plantearán y discutirán los mismos problemas y teorías, y siempre habrá tontos que traduzcan bien y sabios que de vez en cuando metan la pata”. Monterroso dice, empero, tenerles tolerancia. “Desde que por primera vez traté de traducir algo me convencí de que si con alguien hay que ser paciente y comprensivo es con los traductores, seres por lo general más bien melancólicos y dubitativos. Cuando digamos en media página me encontré consultando el diccionario en no menos de cinco ocasiones, sentí tanta compasión por quienes viven de ese trabajo que juré no ser nunca uno de ellos, a pesar de que finalmente he terminado traduciendo más de un libro”. A diferencia de Milan Kundera, Monterroso no se desespera ni se atormenta cuando lee barbaridades traducidas porque, dice, “hay errores de traducción que enriquecen momentáneamente una obra mala. Es casi imposible encontrar los que puedan empobrecer una de genio: ni el más torpe traductor logrará estropear del todo una página de Cervantes, de Dante o de Montaigne. Por otra parte, si determinado texto es incapaz de resistir erratas o errores de traducción, ese texto no vale gran cosa. Los ripios con que el argentino Bartolomé Mitre se ayudó no enriquecen la Divina Comedia, pero tampoco la echan a perder. No se puede”. Más aún, Monterroso es determinante: “En todo caso, es mejor leer a un autor importante mal traducido que no leerle en absoluto. ¿Qué le va a suceder a Shakespeare si su traductor se salta una palabra difícil? Pero existen los que no lo leen porque alguien les dijo que estaba mal traducido. Y los que esperan aprender bien el francés para leer a Rabelais. Ridículo”. La traducción de títulos es cosa aparte, asienta Monterroso. Y pone un ejemplo: “La importancia de llamarse Ernesto. En este momento no recuerdo quién lo tradujo así, pero quien quiera que haya sido merece un premio a la traición. Traducir The Importance of Being Earnest por La importancia de ser honrado hubiera sido realmente honesto; pero, por la misma razón, un tanto insípido, cosa que no va con la idea que uno tiene de Oscar Wilde. Claro que todo está implícito, pero se necesita cierto talento y malicia para cambiar being (ser) earnest (honrado) por llamarse Ernesto. Es posible (sin embargo) que la popularidad de Wilde en español comenzara por la extravagancia de ese título”.
2. ¿Cómo carajos traducir en español Creedence Clearwater Revival si Creedence es el nombre de una persona, un nombre propio, y lo posterior son palabras comunes, que sí pueden tener una versión no complicada: ¿el renacimiento del agua clara? ¿Cómo fusionarlas? ¿Cómo otorgarles sentido en castellano? ¿Cómo embellecerlo en nuestro idioma si así en inglés es ya radiante y bello?
*Periodista y editor cultural.