Por Miguel Ángel Avilés Castro*
Casi se ha vuelto un lugar común decir que la clase política actual no está muy prestigiada.
Cuando se les escucha disertar en un ir y venir de gesticulaciones y excéntricos manoteos tras de cámaras o en una rueda de prensa, algunos terminan suspirando de la emoción y se van con la finta creyendo que en verdad están diciendo algo muy interesante.
Pero nos hemos dado cuenta que todo esto es una quimera, estrategia de oropel como preámbulo de la rapiña que ya no puede tolerarse más.
Por eso, analizadas con extremo rigor las condiciones objetivas y subjetivas del momento, su servidor concluye que la calidad de los actores políticos de la República requiere, en este tempranero siglo XXI, un cambio radical.
Basta ver a cualquiera de los que atraviesan la pasarela preelectoral, para darnos cuenta que la estatura intelectual de cada uno de ellos ha caído precipitosamente en relación a la calidad de los que antaño fueron los grandes pensadores que con su aporte darían vida a lo que hoy pudiéramos llamar, sólo para meterle un poco de pedantería, el México contemporáneo.
Esto no puede tolerarse más, muchas han sido las oportunidades que se le han dado con la benevolencia de nuestro voto o con nuestra mera complacencia del dejar hacer-dejar pasar, pero el país no se merece ya tanto anarquismo político, tanto argüende que casi llega al escupitazo. Contra la férrea oposición de estos tipos y tipas, que sin duda la habrá, creo que llegó la hora de construir al hombre nuevo. Sí, ese ente que nos garantice el prestigio y nos aparte del bochorno frente a las próximas generaciones.
La idea es formar una camada, una cría de clase premier que nos haga olvidar lo mas que se pueda, esos actos por medio mundo conocidos y que nos han internacionalizado allende las fronteras: desde los personificados por presidentes de la República, como los ejercidos por los obsesionados en las francachelas camarales blindadas por el efímero imperio de un curul.
Desde los atentados de un representante popular hacia un colega, hasta la disputa canina de un mínimo escaño entre un partido hacia el otro o el otro, o los altercados cantineros que se suscitan hacia el interior de un mismo partido cual si fueran múltiples pandillas lidiando rabiosamente con el fin de apoderarse del timón del respectivo cártel y tripularlo para sí, no importa que con ello se mande al despeñadero los destinos que nos han dejado como nación.
Desde la explotación de franquicias partidistas que simulan cambiar para no cambiar hasta el yacimiento de oro que para muchos significa la militancia o la sacrificante, casi mártir carrera parlamentaria, esa generosa balsa encontrada para salvar a muchos de su agobiante desempleo o para blindar su infinita holgazanería.
Esto funda mi idea de considerar que ha llegado la hora de construir un hombre nuevo: el estadista, el tipo con el mejor IQ de todos los tiempos, recto, gallardo, nacionalista, intrépido, de mirada penetrante, con una honestidad a prueba de cualquier video clandestino, con voz de locutor de radio o de César Évora o de Juan Ferrara en sus mejores tiempos, de apariencia metrosexual, lecto, culto, bueno para cantar, excelente deportista, alburero hasta las cachas, con estatura mayor a 1.70 para arriba, con futuro asegurado (claro, antes de ocupar el respectivo cargo porque después él se lo asegura solo), con dotes de orador que casi raye en la declamación, incólume y estoico ante cualquier ofrecimiento de cinco millones de pesos para aprobar cualquier plan del adversario, pulcro versus no renuente al baño, que tenga pleno dominio del idioma, que se sepa el Himno Nacional (claro, el nuestro).
Sin ser requisito esencial, es importante también, para medir su valor y su temple, que haya sido protagonista de una hazaña o una epopeya digna de admirarse. Por ejemplo: yo tengo un sobrino que a la edad de 4 años se cayó desde un tercer piso y vivió para contarlo. Le quedó la frente llena de cicatrices como al Perro Aguayo pero con esa hazaña, dicha exigencia ya la tiene cubierta por si en un futuro tiene aspiraciones políticas.
Así ustedes, si tienen a algún conocido, un pariente, un amigo que les haya pasado un carro de la basura por encima y siga vivo, si fue víctima de una negligencia médica en el IMSS, si estuvo en manos de la policía estatal o federal investigadora y está ileso, si leyó completita toda la obra de Leonardo Stemberg o de Carlos Cuauhtémoc Sánchez y no se la lleva hablando estupideces, si logró liberar a un detenido en la PGR sin dar un quinto, si salió sano y salvo después de abordar un camión urbano, si no fue secuestrado en un retén del ejército, si no es uno de los daños colaterales ocasionados por el plan anticrimen de Felipe Calderón o si aguantó estoicamente por más de tres minutos una disertación de Ernesto Cordero, o si soportó dos programas consecutivos de Laura Bozzo, o si escuchó un CD de canto nuevo en la voz de Beatriz Paredes o si salió bien librado de un rivalidad con Beltrones, propóngalo, téngalo listo para cuando llegue la hora de seleccionar a los hombres y mujeres que significaran un parteaguas en la vida pública del país.
Esto es apenas un bosquejo, un esqueleto de lo que puede constituir esa criatura que dará vida a ese hombre (o a esa mujer) y con diez cañones por banda , viento en popa a toda vela, deberá plantarse ante su paternidad ciudadana y ponerse cuanto antes a las ordenes de sus mandantes, es decir nosotros, los verdaderos dueños del sufragio y complemento imprescindible para conseguir una auténtica democracia representativa.
Sé que el reto que tenemos enfrente nos es fácil. Es más, si la ciencia estuviera mas adelantadita nada nos costaría estirar una mano y aplastar un botón para que, cual de una lámpara, emergieran ilustres personajes de nuestra historia remota.
Ojala contáramos con algo parecido a esas expendedoras de refrescos o de café donde tú eliges cual tomar, le aplastas al logo y cae, como por arte de magia, la de tu predilección.
Digamos que yo estuviera enfrente de esa que llamaremos la máquina del tiempo y, órale, le pico donde dice “El cura Hidalgo” y de repente se deja venir el padre de la patria todo amorronado, con sus escasos cabellos blancos todos parados, con un gallo en una mano y una baraja en la otra pero dispuesto a continuar la batalla.
Viendo tanta disposición de don Miguel, uno se emociona, entonces, ya entrados, le aplastas por ejemplo donde diga “José María Morelos y Pavón” y cuando salga, le acomodas el paliacate y lo formas con don Miguelito. Luego seguimos con doña Josefa por eso de la paridad de género, y le sigues aplastando a la maquinita a ver si anda por allí Ignacio Allende, Javier Mina, Aldama, los hermanos Galeana. Por lo pronto, con estos pudiéramos hacer un buen fandango, aunque eso sí: que no se nos vaya a olvidar el Pípila por si hay necesidad de cargar algo pesado.
Esto es nada mas para darnos una idea de cual es el plan: ya cada quien en casa, mientras logramos acabalar al hombre nuevo, puede hacer campechaneadamente su propio equipo: Que quiere usted sumar héroes de la Reforma con personajes de la Revolución, ¡adelante!, que quiere meter tres niños héroes y los sumó con Pancho Villa ¡adelante!, que si quieren montar en un caballo juntos a Zapata y a “La corregidora” allá ustedes, que cada quien haga su drim tim de acuerdo a su propio albedrío y como mejor le parezca.
También, ya entrados en la fantasía, no necesariamente el hombre nuevo por el que vamos en su búsqueda tiene que construirse de una sola persona. Sí alguien cree que el camino está en el colage y le apuesta a la suma de virtudes, caracteres, fisonomías, partes corporales, emociones, tono de voz, color de cabello, gustos, preferencias sexuales, manías, características, estas que irán saliendo de aquí y de allá, no se detengan.
Que alguien sólo se quedó con los principios y arrestos de don Miguel Hidalgo pero prefirió ponerle la melena de Rigo Tovar, ni hablar, mientras el objetivo de honorabilidad se cumpla. Si al Pípila creen que deban ponerle alguno de los cuerpos de los luchadores de la triple AAA por si se ofrece levantar algo más pesado, bienvenido; si el engendro de hombre nuevo estiman que debe tener la voz de Alberto Vázquez con cigarro y toda la cosa, o la de Enrique Krauze o la de Javier López “Chabelo”, ya es cuestión de cada quien mientras el objetivo se cumpla. Si para que reencarne en alguien “La corregidora”, o Leona Vicario, o Carmen Serdán es necesario ponerle atributos como los que emperifollan a Paty Navidad o Catherine Z Jones (sin que esto constituya un ápice en la perdida de nuestra soberanía) ni hablar, cederemos ante esos encantos con tal de alcanzar nuestro deseo de refundar nuestra patria con hombres nuevos y, sobre todo, mujeres nuevas.
Al cabo esto es provisional, casi parte de un sueño, mientras logramos construir con el tesón de nuestra ciudadanía a ese esperado, esperadísimo hombre (mujer) nuevo. A los otros, los que murieron, así como a nuestra imaginación, hay que dejarlos descansar en paz, al fin que ellos ya hicieron, y muy bien, lo que históricamente les correspondía. ¡Viva México!
*Abogado y escritor.