Por Mario Arturo Ramos*
El canto tiene una columna vertebral fundamental: Sus divas y una cúspide Ángela Peralta Castrera, prima dona que nació en la capital de México, el 6 de julio de 1845. El año que se publicó la novela: “La criolla y los jesuitas”, de Guillermo Prieto, escritor y hombre de la Reforma; el país fue mutilado perdiendo Texas ante los “vecinos del norte” y la patria vivía tiempos difíciles mientras se preparaba para la epopeya que significo la laucha entre conservadores y liberales. Cuentan sus biógrafos, que cuando tenía nueve julios fue escuchada por la célebre cantora prusiana Henrriete Sontang, quien maravillada por las cualidades vocales de la Peralta, la alentó a estudiar solfeo con el maestro Manuel Barragán, canto y piano, con Agustín Balderas y composición con Cenobio Paniagua, docentes y músicos que gozaron en el siglo XIX de sólido prestigio. La dama de sociedad, condesa de Rossi, escuchó los elogios apasionados de Henrriete sobre la cantante infantil, brindándole su protección económica y moral para que cursara sus estudios musicales.
El 18 de julio de 1860, doce días después de su cumpleaños quince, debuto en el Teatro Nacional interpretando a Leonor en la opera: Trovador, de Giuseppe Verdi; el éxito logrado por la joven fue mayúsculo, la crítica especializada reseñó su presentación con cálidos comentarios que la catapultaron a la categoría de estrella del bel canto. El 22 de febrero de 1861, requerida por los escenarios europeos, Ángela se embarcó rumbo al viejo continente, debutando en la ciudad de Cádiz, en el teatro que lleva el nombre de esta ciudad española; al poco tiempo la capital Ibérica le abrió las puertas de sus teatros operísticos para que su voz privilegiada conquistara a los melómanos madrileños. La aceptación de los conocedores fue total, bautizándola con el nombre de El Ruiseñor mexicano, identificación que la acompañó hasta el final de su existencia.
Sus giras europeas fueron triunfales, presentándose en la Scala de Milán, en teatros griegos, de Egipto y, de otras ciudades de Italia. De regreso al continente americano se presentó en escenarios de los E.U. y Cuba. Los triunfos internacionales de la soprano tuvieron un amplio eco en México, donde gobernaba el espurio emperador Maximiliano, apoyado por los traidores; el invasor austriaco encargó al empresario artístico Aníbal Brach, que la contratara para presentarse en el país, Brach consiguió el cometido y Ángela desembarcó en tierras nacionales en 1865. El 27 de enero de 1866, presentó la ópera de Melesio Morales, Idelgonda. El éxito apoteótico ocasionó que los archiduques la nombraran “Cantarina de Cámara”. Los pensadores liberales condenaron con toda justicia el nombramiento, por considerarlo afrenta a la Patria. Su boda con Eugenio Castera, fue un acontecimiento que la Corte Imperial promocionó y difundió con gran vehemencia como muestra de su sentido nacionalista.
En 1867, al triunfo de la República, los adherentes al Segundo Imperio, huyeron en busca de otros aires donde pudieran continuar sus conspiraciones y su camino; la Peralta llegó a Madrid, ciudad donde radicó alternándola con Barcelona. La enfermedad de su consorte la obligó a retornar a México en 1871, formando una renombrada compañía operística con la que presentó, Guatimozin, del compositor Aniceto Ortega, refrendando triunfos y elogios. Su trabajo artístico logró que las heridas causadas por su filiación conservadora fueran poco a poco cerrándose. A partir de 1880 con su empresa emprendió un recorrido por el territorio nacional dando muestras fehacientes de sus cualidades y su amor por el canto, a la vez que creo canciones de singular belleza. Un verano caluroso, en Mazatlán, Sinaloa, el treinta de agosto de 1883, al finalizar la presentación de El Trovador, de Verdi, Angélica de voz y nombre como la llamara, Francesco Lamporti, víctima de la enfermedad del cólera que azotaba a los habitantes del puerto sinaloense, fallecía El Ruiseñor Mexicano. La fecha fúnebre marcó el inicio de la leyenda que a partir de 1937, reposa en la Rotonda de las Personas Ilustres, del Panteón de Dolores en la capital de México, como justo homenaje a una artista que a pesar de sus contradicciones ideológicas, representa lo mejor del arte mexicano.
*Investigador y autor.