La realidad histórica tiene muchas maneras de ocultarse. Una de las más eficaces consiste en mostrarse a la vista de todos. Por eso, Mark Jerome Walters, en 1999, cuando se enteró, en su oficina de Manhattan, de que había llegado a Nueva York la encefalitis del oeste del Nilo, comenzó a profundizar en el tema de las epidemias que más han azotado a las sociedades modernas. Así, la enfermedad de Lyme, el VIH-SIDA –“enfermedad cuya mortífera diseminación global era conocida por casi todos”-, el mal de las vacas locas, el Síndrome Respiratorio Severo (SARS), la encefalitis del Nilo y la Salmonella DT 104, son materia de su libro, recientemente publicado en México a través del Fondo de Cultura Económica (Colección Popular, 1ª. Edición 2011, 224 páginas), con el título “Seis Plagas Modernas y cómo las estamos ocasionando”.
En su reseña, La Gaceta del Fondo de Cultura Económica sostiene que es un escalofriante estudio que aporta luz a incógnitas tales como: ¿en qué condiciones ambientales y humanas se genera una epidemia?, ¿qué factores la permiten y la propagan?, ¿cómo podemos erradicarla? Sin ser alarmista, el libro que nos ocupa la atención, trata de hacer consciente al lector de una aterradora verdad: “Ahora, después de más de tres décadas (1960), las enfermedades infecciosas matan a una de cada tres personas en el mundo”(1).
Lo anterior debe ser considerado sin tener en cuenta que debido al desorden nutricional motivado principalmente por la escasez de recursos y el acelerado ritmo de la vida en las ciudades, la pandemia de la obesidad ocupa casi un 80% del porcentaje restante, con todas sus expresiones indeseables de diabetes mellitus, carcinomas de toda clase y nivel, trastornos cardíacos, entre otros, que trae consigo la mayor parte de las veces, según estadísticas de la secretaría de salud de nuestro país sobre dichas enfermedades crónicas.
Sin duda, por tomar decisiones extemporáneas, que han sido impulsadas en forma reciente por la mayoría de los países en su conjunto, para actuar en materia ambiental y evitar los impactos desfavorables del cambio climático, se manifiesta en todo el mundo un intenso malestar en las comunidades, y con ello, quizás sin advertirlo también, el malestar en la cultura actualmente en boga.
Alrededor del tema del equilibrio que deben guardar las empresas para lograr una mayor rentabilidad, no hay que soslayar la afirmación del connotado tratadista inglés Thomas Hobbes de que “el infierno es la verdad vista demasiado tarde”, y hoy resulta para las empresas, tanto de Sinaloa como de todo el país, demasiado costoso para no anticiparla.
Aquí hay que recordar el viejo principio griego que la aritmética puede muy bien ser objeto diferenciador de las sociedades democráticas, pues enseña las relaciones de igualdad, pero que la geometría solo debe ser enseñada en las oligarquías ya que demuestra las proporciones en la desigualdad.
Lo anterior, ocurre con el trato otorgado al entorno ecológico de las distintas regiones geográficas de México. Parece que con el paso de los años, en el modelo industrial aplicado por los distintos grupos empresariales se ha confundido la aritmética con la geometría.
El fuerte deterioro ambiental, está propiciando el surgimiento de enfermedades cuyos elevados costos afectan la economía de las familias, de nuestras comunidades y de las arcas gubernamentales. Esta situación viene agravándose día con día, como producto de una incesante contaminación ambiental, y de las graves carencias económicas, no sólo de las comunidades, sino también de nuestros atribulados gobiernos estatales y municipales –que se encuentran ante la disyuntiva de efectuar reducciones en sus gastos de operación, debido al acuciante deterioro de sus finanzas por el reducido presupuesto disponible y la ausencia de proyectos autosustentables-.
Alguna vez, Octavio Paz escribía que los pueblos se conocen no sólo por sus recuerdos (su historia) sino por sus proyectos, sus sueños y sus miedos (su futuro). Paz atribuía a México cierta miopía o cortedad de vista; según él, hemos pasado demasiado tiempo revisando lo ocurrido, que proponiéndonos lo que desearíamos que ocurriera. Pero ello puede (y debe) corregirse.
“Los mexicanos tienen la tendencia a olvidar que viven en el mundo, no en una isla. Es bueno recordar de tiempo en tiempo que no estamos solos. Y prepararnos para lo peor”. (2). Es una evidencia empírica, que el desastre ambiental está acarreando más pobreza para todos los actores sociales.
Una activa participación social a favor de conservar nuestros activos ambientales, en forma inobjetable permitiría detener, y algún día no lejano, erradicar para siempre, la aguda presencia de males detonados por el desequilibrio ambiental, que cada día flagelan a más familias.
Las empresas actualmente se preocupan por esta situación, ya que su entorno se ve afectado por el azote de epidemias inesperadas y a veces, desconocidas, y su mercado se retrae.
Basta con recordar los aciagos días de la influenza humana, virus A(H1N1), en México. Se demostró nuestra vulnerabilidad, ante una enfermedad desconocida provocada por una mutación. Mutación inesperada cuyo origen se explica por un entorno propicio de contaminación medioambiental. Por tal motivo, no debe dejarse de lado el rol de las empresas como el espacio de expresión de las fuerzas productivas, del trabajo digno, consciente, y como activas promotoras del desarrollo social y el bien común a través del cuidado medioambiental. Por eso, hoy en día, se vuelve necesario para una empresa realizar una revisión periódica de la calidad de vida laboral, para identificar qué tan preparada se encuentra para enfrentar las eventuales crisis causadas por epidemias o por alguna enfermedad que se creía erradicada del mundo, como es el caso del sarampión. Octavio Paz, afirmaba muy atinadamente, que “nuestra pobreza es nuestra verdadera riqueza: la gente. Esa población desocupada, pasiva, ignorante, que nos parece una piedra atada al cuello, puede convertirse en brazos que trabajan e inteligencias que piensan.
Si el almacén de proyectos históricos que fue Occidente (Europa y Estados Unidos) se ha vaciado, ¿por qué no ponernos a pensar por nuestra cuenta, por qué no inventar soluciones?”. (3). Es evidente que la calidad en las condiciones laborales y en la canasta de prestaciones sociales de las empresas, puede ser sinónimo de calidad de vida en las familias de sus trabajadores y del desempeño productivo de las comunidades en las que realiza sus actividades.
Las empresas para lograr un mejor desempeño social buscan conocer cuáles son las medidas más convenientes que hay que adoptar, a fin de lograr un mejor ambiente laboral y, por consecuencia, más productividad y calidad. Por eso, para lograr ser más competitivas, las empresas cuentan con declaraciones de misión y valores desarrollados internamente, códigos de conducta y principios relevantes para el desempeño económico, ambiental y social, y deben revisar el estado de su implementación.
También, necesitan contar con programas de educación, formación, asesoramiento, prevención y control de riesgos que apliquen a los trabajadores, a sus familias, y a los miembros de la comunidad, en relación con enfermedades graves, epidemias o catástrofes naturales, para lograr el desarrollo sostenido y sustentable, en mejores condiciones para todos sus grupos de relación e interés. Se necesita crear muchas más empresas preocupadas por su entorno, en forma corresponsable con todos sus grupos de relación. Se ocupan más empresas que, con su acción responsable, sean el motor del desarrollo social y el bien común de nuestra Nación.
(1): Cfr. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, Junio 2011, pág. 21.
(2): Véase, Octavio Paz, El ogro filantrópico, editorial Joaquín Mortiz,
México, 3ª. Reimpresión, 1981. pág. 337.
(3): Op. Cit., pág. 338.
*Administración/UNAM.