Por Álvaro Delgado*
Los periodistas arrastramos muchos vicios. Nadie lo sabe mejor que nosotros, pero somos nosotros también los que poco o nada hacemos para desterrarlos de nuestra actividad que no termina de aceptarse siquiera como profesión. No me refiero a vicio en la acepción de desenfreno etílico que llevó a la definición, asumida por cierto con jactancia en el gremio, de que “un periodista sin aliento alcohólico es como una rosa sin perfume”.
Hablo del “defecto o exceso que como propiedad o costumbre tienen algunas personas, o que es común a una colectividad”, como define la Real Academia Española al vicio y que, en el periodismo, se traduce sobre todo en falta de rigor en el manejo de la información.
Es frecuente, por ejemplo, que los propios periodistas no sean capaces de diferenciar los géneros periodísticos y, con una impunidad absoluta, uno lee o escucha que se llama artículo a un reportaje, nota informativa a una entrevista y, el colmo, editorial a una simple opinión de alguien que ni siquiera es periodista.
Naturalmente, los usuarios de la información –lectores, radioescuchas y televidentes–no están obligados a saber que la nota informativa, la entrevista, la crónica y el reportaje se denominan géneros periodísticos informativos, y que el artículo, la columna y el editorial pertenecen a los géneros periodísticos de opinión, pero es inaceptable que los profesionales de la información lo ignoren.
Aún hoy hay quienes no asumen su carácter de periodista, es decir, el profesional que investiga, procesa, jerarquiza y difunde información de interés público, cuyo “sujeto clave” no es el que emite una opinión, por más lúcida que sea, sino el que tiene como misión cotidiana la búsqueda de información: El reportero.
Porque cualquiera opina, pero no cualquiera informa.
Por eso la ética es, también, el dominio de la técnica.
Es frecuente ver en los diarios notas informativas, el género periodístico básico, construidas con una dejadez que, desde la “entrada”, ignora las reglas elementales de redacción periodística y de higiene lingüística: Párrafos de más de seis líneas, redacción caótica y profusión de comas, aunque con frases circunstanciales con sólo una de éstas.
Nadie que sea incapaz de elaborar una nota informativa que, desde la “entrada”, responda a las preguntas de qué, cómo, cuándo, dónde y porqué podrá articular un reportaje, el género mayor del periodismo, que perdura más entre más profundo es.
Más todavía cuando el reportero escamotea o regatea información a los usuarios de la información y de la peor manera: Con lugares comunes.
A menudo se lee que se celebró una reunión “en conocido hotel del centro de la ciudad” o que se publicó tal cosa en “un diario de circulación nacional”, ejemplos que demuestran no sólo un desprecio al rigor periodístico, sino fórmulas retóricas usadas para, respectivamente, evitar la tontería de que se le hace publicidad de gratis a un negocio o para aludir a un medio escrito que si acaso se edita en la capital del país.
Peor todavía: Casi todos los medios son capaces de no difundir información de interés público sólo porque otro medio obtuvo la primicia y, cuando deciden difundirla, lo hacen sin reconocer el mérito del otro y la presentan como si ellos fueran la fuente primigenia.
Eso no es sólo ausencia de rigor profesional, sino mezquindad, algo casi consustancial en la actividad informativa.
No resisto concluir este artículo sin aludir a un vicio en las secciones de cultura en México: En la nota sobre cualquier personaje se usa, casi como una muletilla, la expresión “el autor de” y enseguida se citan sus libros, poemas o canciones.
Hombre, yo padecí ese vicio cuando, en 1988 –¡hace 23 años!–, Víctor Roura me dio oportunidad de publicar reportajes en la sección cultura de El Financiero que entonces comenzaba y que ha perdurado hasta hoy.
Y muy probablemente en estas líneas pude haber incurrido en vicios periodísticos que critico. Discutámoslo.
*Periodista.