La migración es un fenómeno que nace con el hombre mismo o sea que su origen se pierde en lo obscuro de los tiempos. Los motivos son diversos: ansias de aventuras, necesidad de conocer nuevos horizontes, amenazas, guerras, persecuciones, miedos y por último la necesidad de mejorar las condiciones de vida para uno mismo y para la familia.
Cada uno de nosotros, los que hemos dejado alguna vez de manera temporal o definitiva nuestros lugares de origen sabemos cuales fueron esos motivos, y son muy íntimos y respetables, pero algo me dice que muchos lo hicieron para buscar mejores condiciones de vida que su comunidad y su país no pudo darles.
El modelo económico neoliberal implantado en México y en la mayoría de los países latinoamericanos ha dado sus frutos: millones de pobres y pocos con el dinero de todos. En suma, las ganancias al año de millones de mexicanos no superan los 16,000 pesos en ninguno de los casos. Lo que expresado en dólares no pasa los mil doscientos al año. (Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares ENIGH del INEGI, 2008). Aunado a lo anterior, la inflación que pulveriza la capacidad de compra de satisfactores necesarios para una vida digna y, aquí me refiere no sólo a la alimentación, techo, calzado y vestido; sino a la del resto como son el transporte, educación, esparcimiento de calidad. Esto último está vedado para la gran mayoría de mexicanos. De aquí que me lleve a pensar que este es el motor principal de la migración.
Los Estados Unidos es el país que recibe más migrantes y esto es por dos motivos; la cercanía y por la tradición, son pocos los que se van a la comunidad europea y sólo conozco el caso de Martín Morachis que dejó Costa Rica, Sinaloa para vivir en el oriente, específicamente en el Japón. O sea que son más los que se van en busca del American Dream. (Más del 95% de la población migrante elige como destino a la Unión Americana; López Villar y Cols 2004).
–En unos de los pocos viajes que he hecho por tierra hacia la ciudad de Tijuana, Baja California, llegamos a un retén federal de los muchos que instaló el gobierno federal desde El Carrizo, Sinaloa hasta la frontera. En cada uno de éstos el descenso del camión o de tu auto es obligatorio, enseguida lo revisan buscando estupefacientes y armas de fuego.
–¡Bájense todos por favor!, nos ordenó un soldado que de repente miré parado en el pasillo del camión, justo a un lado
del chofer que lo conducía. El puesto de revisión estaba en un punto inespecífico del árido estado de Sonora, era a media mañana cuando lo hicimos.
La gente se arremolinó tratando de alcanzar la puerta y así poder cumplir con el mandato. Hice lo mismo y al abandonar el ambiente climatizado del transporte, recibí de golpe el calor agobiante que hacía esa mañana de verano. El vaho del desierto envolvió todo mi cuerpo. Me estremecí, sin embargo rápidamente traté de asimilarlo, luego fui al baño, tenía ganas de vaciar mi vejiga, al salir de aquel espacio reducido habilitado a manera de baño pude distinguir un cerco que por cierto tenía porciones sin alambre de púas. Era ni más ni menos, la frontera de México con el estado de Arizona.
Estaba frente a mí, al alcance de mi mano, no me pude resistir en alcanzarlo por lo que me dirigí hacia allá, quería brincarlo, quería tener la extraña sensación de hacer algo indebido así que me acerqué a territorio ajeno, a terreno extranjero.
Durante el recorrido desde el baño hasta “La línea” serían unos cien o ciento cincuenta metros en los cuales me percaté del esfuerzo muscular que implicaba el llegar hasta allá, ya que tenía que avanzar sobre un terreno flojo, arenoso en el que a cada paso se me hundía, daba la impresión que huía el suelo de las plantas de mis pies. Como si me recordara que aventurarse por esas tierras no sería nada fácil. El esfuerzo era supremo y el desgaste era mayúsculo dado lo caliente de los rayos del sol que caían a plomo sobre mi cabeza desnuda. Estábamos a más de cuarenta y cinco grados Celsius.
Pronto se llenó mi cara de sudor y sentí seca la boca, sin embargo tenía que vivir la experiencia de brincar el alambre, de entrar de ilegal a los Estados Unidos. Y lo hice, no hubo dificultad alguna para hacerlo, en un santiamén estaba en el “Otro lado”, al adentrarme unos metros encontré huellas de llantas en una brecha de terracería que corría paralela a la “línea”. Claramente mire las marcas de los vehículos con los que hace sus recorridos la “Migra” intentando detener el paso de indocumentados. En esos momentos no estaban, había silencio, matorrales chaparros, sahuaros, arena, mucha arena y lejos, al fondo se distinguían algunas montañas desnudas por el choque incesante de los vientos del desierto. No había más en ese páramo.
Ya, de nuevo en el autobús, disfruté realmente del aire acondicionado, me sentía agobiado, poco a poco me fui calmando, mientras esto sucedía, el camión avanzaba, y a los lados arena. Chamizos y sahuaros.
Al mucho rato de observar este panorama me invadió la imagen de Luis, un lugareño menudito que nació en las estribaciones de la sierra de Sinaloa, en el Ranchito de Los Burgos, muy cerca de El Salado, Sinaloa. Su relato retumbaba mis oídos, sus palabras no me abandonaban ese día caluroso, recordé lo siguiente:
–Doctor Avilés, no sé como salí vivo de la caminata, tan sólo recuerdo que entré por Tecate, Baja California, y ya en el camino sudaba a chorros, tenía mucha sed y se me engarrotaban las piernas y me dolían los pies. Me pasaban los plásticos donde llevaba el agua y con espanto veía que se iban acabando. Lejos, rumbo a unos cerros se me figuraba que veía la cara de la muerte. Era la primera vez que venía al “Otro lado” y no podía fallar, no podía morirme. Mi familia me necesitaba.
Los riñones de Luis, lo ayudaron, ya que al estar con falta de líquidos se corta la orina, el hígado inunda el torrente sanguíneo de sus reservas energéticas para alimentar a los músculos que luchan por trasladar el cuerpo del migrante a buen puerto, pero lo anterior no siempre se logra ya que si fallan ambos mecanismos puede sobrevenir la muerte.
–Mire doctor, al mucho rato de caminar, empecé a mirar que había agua a lo lejos y, entonces me animaba, ya estoy cerca de algún pueblo, de alguna ciudad, me decía, Carmelo, tienes que llegar. Tu familia te necesita. A ratos me llegaba la imagen de las casas del Ranchito de Los Burgos y como que eso me daba fuerzas y avanzaba.
La falta de fluidos en el cerebro produce confusión, delirio, convulsiones y muerte. Eso es si antes no te muerde una serpiente de cascabel, un escorpión o un monstruo de Gila de los que abundan en esos parajes inhóspitos.
–Me iba mareando, casi se me terminaba el agua tras tres días de camino y cuando llegamos al sitio donde nos esperaba una troca que manejaban los otros polleros di gracias al cielo, nos enfilamos a la ciudad de Los Ángeles y después mandé por mi familia, desde entonces allá estamos.
El American Dream representa alcanzar el éxito en los Estados Unidos ¿y qué es el éxito? Ah, dirán algunos: son acceso a espectáculos de alfombra roja, calzado de moda, joyas, casas de ensueño, viajes, autos y mujeres caras. Inmediatamente surge otra pregunta ¿Y cuántos lo consiguen?, ¿cuántos logran el glamour? ¿Y en cuántos el American Dream se convierte en pesadilla?
–No se me olvida lo que me dijo al despedirse.
–Al principio duré casi diez años para volver al Ranchito, pero ya arreglé papeles, ahora puedo ir y venir a México, puedo pasar por la garita, pero ahora que estoy derecho no tengo tiempo por el trabajo y a pesar de que me mato en la chamba todo el día, tampoco me queda suficiente dinero, así es que vengo poco a ver a mi’pá , y por cierto cada vez que lo hago, lo miro cada vez más viejo…
*Docente. Facultad de Medicina / UAS.