Los desenchufados Tigres del Norte
Por Víctor Roura*
Todo parece indicar, en efecto, que la mejor agrupación de rock en México son Los Tigres del Norte, ahora invitados especiales de MTV en su serie denominada Unplugged (¿pero no Los Tigres, caray, ha sido siempre un grupo desenchufado?), antes un programa que merecía una meticulosa selección por parte de los productores, anfitriones entonces de gente indiscutiblemente talentosa como Bob Dylan, Neil Young, Nirvana, Bruce Springsteen o 10,000 Maniacs con una jovencísima Natalie Merchant. Pero todos sabemos que MTV, con el paso del tiempo, fue convirtiéndose en una empresa obscena, perversa y vulgar, aliada de las disqueras transnacionales (¡sólo dos de importancia en el mundo, y ambas situadas en Estados Unidos!), provocadora de las mayores imbecilidades televisivas en el orbe anglosajón. De ser en su comienzo, y de ahí su auge y su éxito, un canal alternativo, ¡incorporando en su catálogo a músicos no incluidos en la radiofonía comercial!, pasó a ser, drásticamente, un abyecto medio de entretenimiento trivial, instando al consumo de droga, al mercenarismo de la música más ramplona, ocultando cualquier tipo de ideología progresista e induciendo, de manera descarada, a su público a fanatizarse por los ídolos implantados en las discográficas.
No quiero decir con esto, no, que sólo por eso tienen Los Tigres del Norte la oportunidad de aparecer en ese canal; pero también tengo que reconocer que en ningún otro momento pudieron haber estado en ese foro. Es decir: están por fin en MTV, sí, porque MTV ya no es rigurosa en su programación, sino muy maleable; mas esta maleabilidad, que denigra en sí a una plataforma mediática –como lo observamos a diario tanto en Televisa como en TV Azteca, por ejemplo–, ha hecho accesible, quizá sin querer, a esta televisora, cuyos ojos se han alzado para mirar hacia otros espacios donde nunca tenían ojos. ¿Una deficiencia, entonces, puede resarcir un defecto? Pues sí, aunque pareciera objetable: es el caso de estos Tigres norteños que se han dado el lujo de grabar un unplugged con algunos amigos no del todo, ejem, benignos, pero sí harto carismáticos para una audiencia uniformada, subordinada, sometida, dócil y correctamente disciplinada. Es decir: no es que no merecieran incorporarse Los Tigres del Norte en los unplugged, sino que, ya incorporados, hubieran realizado otra cosa, no haberse apegado, tal como lo hicieron, a los cánones establecidos de una industria musical conservadora y acrítica. ¿Quién les dijo, por ejemplo, que debiera participar Paulina Rubio, que es la cara opuesta a los decires de los mismísimos Tigres del Norte? Porque, vamos, ¿y a estas alturas quién no lo sabe?, una cosa es el rostro impuesto en las carteleras y muy otra cosa el talento intrínseco.
Cantó Andrés Calamaro con los Tigres, y Juanes, y Diego Torres, que son, o parecen ser, elementos imperturbables en los tributos: lo mismo cantan con Chana que con Juana, despersonalizando sus propias, y a veces ínclitas, personalidades. ¿Quién les dijo a Los Tigres del Norte que cantaran la canción “La manzanita”, una pieza que se ajusta a modo a las conciencias, que es un decir, de colectividades como Timbiriche o Garibaldi? Y es allí donde me perturban un poco estos afamados Tigres del Norte: ¿por qué después de cantar una digna versión de “La jaula de oro” se prestan a entonar una indigna “La manzanita” como si ambas cosas fueran asunto de un mismo costal? De acuerdo: estas son las costumbres regionales de los artistas mexicanos, que hoy cantan al PRI y mañana son devotos panistas. O pueden aparentar ser lopezobradoristas pero le regalan a Felipe Calderón, unos cuantos días antes de tomar posesión de la presidencia republicana, una guitarra acústica para apapacharlo indiscretamente, como lo hicieron los integrantes de Maná, a pesar de su discurso ambientalista e izquierdoso. Así que, dados los recalcitrantes manierismos en los que estamos inmersos, los grupos en México pueden ser adoradamente paradójicos, decir una cosa hoy con Carmen Aristegui y otra muy distinta mañana con Joaquín López Dóriga, decir a Carlos Loret de Mola que admiran a Lady Gaga pero decirle a Ricardo Rocha que se mueren por Guadalupe Pineda, pueden decirle a Felipe Calderón en Los Pinos que lo apoyan en su guerra contra el narcotráfico (como lo hizo Bono encantado de la vida a sabiendas de que al otro día abandonaría el país con los millones de dólares que los fans le depositaron en su cuenta bancaria para que continuara peleando por los desfavorecidos del mundo) pero decirle a Marcelo Ebrard que están hasta la madre de los crímenes organizados.
Por eso, a estas alturas, Los Tigres del Norte (los Rolling Stones de Mocorito, según la divertida y certera definición de Mario Arturo Ramos) parece un ejemplar grupo de rock, porque ya no se distinguen, por lo menos en México, estas minucias –tan diminutas que parecen no existir—que antiguamente diferenciaban a los exponentes de los géneros musicales. Antes podíamos saber que quienes estaban hablando, por lo que decían, eran miembros de un conjunto de música tropical, o de un mariachi, o de un trío, o de baladas, y podíamos saber que quien hablaba, precisamente por lo que decía, era un roquero, porque su ilación de las palabras iba por otros conductos, como se van por otros circuitos los decires de Springsteen, Leonard Cohen, Nick Cave, Tom Waits o Bob Dylan. Pero ahora aquí en México ya no. Ya quien habla puede ser hasta un roquero. Por eso ya hasta Zoé también ya hizo un unplugged. Y por allí seguramente también está ya en pláticas Paulina Rubio. O Kalimba. O Yahir. Cualquiera. Pues MTV es como La Mejor, tan jacarandosa, y desmadrosa, y populachera, y atrevida, y grosera, y altanera, y, ¡ay!, tan divertida.
Por eso, sin duda, ahora, el mejor grupo de rock mexicano son Los Tigres del Norte.
¿Quién lo duda?
*Periodista y editor cultural.