Por María Esther Sánchez Armenta*
Conocedores, aficionados, curiosos, y despistados, hacen un alto para ver o comprar libros de segunda. Ahí están, en rústicos tablones, cajas fruteras o en el suelo, a la paciente espera de un nuevo lector.
Libros de viejo, de segunda mano, antiguos, usados, descatalogados, raros, curiosos, de colección, edición limitada, lo cierto es que su nuevo hogar es, paradójicamente, la librería de viejo.
Este tipo de establecimiento no es común encontrarlo en nuestro estado, pero sí en lugares como la ciudad de México, también en el famoso mercado La Lagunilla, a donde acuden cientos de visitantes en su paseo dominical y cuyo pasatiempo es buscar durante horas, la revista o el volumen de su predilección.
En Sinaloa, este estilo de comercio lo realizan los vendedores o libreros ambulantes que han elegido como lugar la Plazuela Revolución en Culiacán, la Plaza Machado, en Mazatlán, y la Plazuela Pedro Infante, en Guamúchil. Uno de los sitios más conocidos, sin duda, es el Parque Revolución, frente a la transitada rúa, el bulevar Obregón.
La preciada mercancía se exhibe en una estructura de herrería, en tablones de madera o en cajas de plástico para fruta. Todo al aire libre.
Algunos transeúntes ni siquiera voltean, menos aún se detienen por instantes en esta vendimia cultural. Otros, invadidos por la curiosidad se acercan, hojean y compran revistas de espectáculos, por supuesto, de ediciones pasadas, a tan sólo cinco pesos.
Hay volúmenes cuyo estado de conservación es aceptable; unos más no ocultan su uso y el paso inexorable del tiempo con sus hojas de color amarillento, de carátula borrosa, añejos diseños gráficos, subrayadas, manoseadas, mutiladas, con manchas. A veces, traen el nombre de su antiguo dueño, y hasta alguna dedicatoria.
¿Los precios?
Accesibles, y a veces, baratos.
Se observan desde bestsellers, libros de autoayuda, enciclopedias, de computación, novelas, ficción, esotéricos, comics, poesía, arte, historia, geografía, medicina, en fin, diversidad temática para quien anda en búsqueda y encuentro de un texto en especial.
Detrás de ellos, una pequeña o gran historia, tanto para quien su venta fue resolver una pequeña angustia económica, la limpieza de un área de su casa, o simplemente deshacerse de ellos una vez leídos y sin ánimo de acumular, entonces qué mejor obtener a cambio una remuneración.
Lo cierto es que se da una rotación de usuarios. Los volúmenes van y vienen, amontonados en las cajas que se llenan, se vacían… ahí están, a la espera de cambiar de manos. Con cuánta razón se dice que el libro es la mejor compañía en horas de soledad o tristeza o cuando nos hieren la inseguridad y la duda.
Así, en ese diminuto paraíso me detuve un día a buscar Senderos, de Liv Ullmann, la novela que proyectó a la famosa actriz como una mujer plena, inteligente, de aguda sensibilidad y, por sobre todo, portadora de un mensaje de amor por la humanidad, en su lugar encontré un pequeño y rústico volumen lleno de sabiduría, a precio módico, 15 pesos: Desde el día común, editado en Tijuana, Baja California, en 1987. Trozos de pensamientos que se entrelazan sin rigidez, y cuyo deleite es leerlos una y otra vez.
“… El día común en esta geografía, preside el rito de lo que a diario nace. La vida cotidiana que se gasta de a poco, a razón de 24 horas por día. Cuando la mañana empieza a despuntar y los rayos de luz sacan del sopor a la ciudad, ya se miran caminando de prisa los afortunados que van al trabajo, los optimistas con los cuadernos bajo el brazo, y los sin rumbo… Días de paso lento, desganado. Perdida un poco la fuerza del calor que tan poderoso los hizo, los días de esta parte del mundo empiezan a manifestarse casi en su normalidad: templados, lentos, con nubes, sin la prisa que mata a los humanos, esos seres que somos, tan aturdidos por la vorágine del siglo que nos tocó vivir…”
La sabiduría está en oferta, cuesta muy poco animar al espíritu, a nuestra vida y sus envites, para gozar la compañía de un viejo amigo especial: el libro. Hay que entrar al juego amoroso, al encanto de la relectura, que finalmente no es un acto intelectual, ni alarde de erudición, sino emoción de los sentidos.
Hay que volver los ojos a las palabras, no importa si es un título del pasado, no importa si está recién salido del horno, o si su presentación es edición económica o de pasta dura, de lujo, empastado, numerado, ilustrado, y de una vez por todas, sin más argumentos ni excusas, enriquecer nuestra pequeña biblioteca.
Así, ni un día debe ser igual a los otros días; el alma vacía resucita, se llena como una ráfaga de viento liberador, limpia, al igual que un cielo abierto, al adentrarnos cualquier hora y en cualquier lugar, en el vuelo, en el viaje de la lectura.
*Comunicóloga y promotora cultural.
Hola Maria Esther, que gratificante volver a leerte, volver a vivir a traves de tus palabras todo eso que solo tu sabes trasmitir. Volver a recorrer cada rincón donde a otros no nos gusta trastear, pero que a ti no se te escapan, la verdad me siento muuuy contento de poder leerte en este medio tan importante para la cultura de nuestro estado. El periodismo cultural tedebe mucho y me da mucho gusto, no sabes cuanto, encontrarme con estos retazos del quehacer de la cultura.
Te mando un abrazo