Por Juan Diego González*
“Ahora mismo le podés decir basta al trabajo que odias,
porque él que trabaja en lo que no ama,
aunque trabaje todo el día… es un desocupado”
El año pasado, el 27 de septiembre para ser exacto, Facundo Cabral se presentó en Ciudad Obregón, en el auditorio del Itson. Mi esposa Claudia y un servidor fuimos a esa presentación. Para Claudia, Facundo es su cantante favorito entre los favoritos. Ese día, además de vivir uno de los momentos más especiales con su charla y sus canciones, salimos del auditorio con un disco autografiado por Facundo. Sin embargo, desde semanas antes del evento, ese hombre duerme con nosotros en la recámara. Es, como lo diré, el tercero en discordia. ¿Cómo llegó a suceder tal cosa?
Aquí viene la historia contada con todo apego a la veracidad y la realidad de los hechos tal y cómo sucedieron. Tres semanas antes de la presentación, se colocaron pendones de 2 x 1.5 metros en diversos cruceros de la ciudad anunciando el evento. Recuerdo uno que fue colocado encima de otro de Armando Manzanero y Francisco Céspedes. Esa publicidad, al igual que toda la propaganda, una vez pasada la fecha, se vuelve cosa olvidada, inútil, de desecho, basura pues. Claudia no soporta eso y me dice, entre molesta e indignada, “Todo el trabajo y las manos que se esforzaron en hacer y colocar esas imágenes… deberían recogerlas y darles otro uso, o por lo menos, regalarlas a los fanáticos. Ahí se quedan maltratadas por el sol, el viento, el polvo, por el olvido y la amnesia.” Yo le daba la razón a mi mujer -sin saber en esos momentos lo que pasaría días después- porque le enumeraba las diferentes formas de reusar los pendones e incluso los anuncios espectaculares.
Como nosotros vivimos en Cócorit, debemos tomar la California hacia el sur para llegar a Ciudad Obregón. Luego cambiamos a la calle Quintana Roo porque la California se vuelve de un solo sentido a la altura de la avenida Cananea. En el semáforo de esa esquina estaba, precisamente, un anuncio de Facundo Cabral. Claudia lo miraba con detalle y luego me contaba una anécdota sobre la vida del cantor, de la cual sabe mucho. Luego sus ojos se tornaban tristes: “No me gustaría que se maltratara esa foto” me decía y cuando la luz verde nos daba el pase, guardaba silencio. Varias veces me repitió la misma frase y como yo no quería llegar a la conclusión obvia de esa argumentación, le sacaba la vuelta a la plática.
Pero así como el sol llega a mediodía, pase lo que pase, la propuesta llegó. Con sus ojos inquietos y sonrientes, me dijo durante la segunda taza del café de los sábados: “Vamos por la imagen de Facundo, la que esta por la Cananea… ándale, no soportaría ver como se destruye cuando sea olvidada por todos”. Con la seriedad de un esquimal le dije que no, expuse varias razones… No la convencí, pero ella guardó silencio. A la hora de comer, la sorprendí alegre y hasta cantando las canciones de Facundo. No dije nada. La besé… sabía que ya había encontrado la forma de quedarse con la publicidad y a su manera, protegerla de la desmemoria del mundo.
Tres días antes de la presentación, Claudia le pidió un favor a su amiga Daniela y quedaron de verse en nuestra casa. Como a las ocho llegó Danny… oh sorpresa, venía acompañada de otra amiga, Nubia. Por cierto, Nubia traía a su recién nacida –y preciosa- Frida. Mi mujer siguió firme con sus planes. Una de las cosas que admiró de ella, es su determinación para lograr lo que se propone. Esa noche no fue la excepción. Como por dos horas charlaron, escucharon trova, cargaron a la bebé. Cuando Claudia me aviso “Voy a un mandado con las plebes”, no sospechaba nada. Era normal que salieran con otra amiga… cosas de mujeres. Una hora después llegaron. Venían excitadas y no paraban de reír. El rostro encarnado de las tres mosqueteras las delataba en una aventura. De pronto Claudia me enseñó el pendón de Facundo. Al principio me molesté pero luego accedí a que me contaran. En verdad era una foto grande. Tuve que recortarla para ponerla en la puerta de nuestra recámara.
“Danny y Nubia no sabían nada. Les dije que íbamos a Obregón. Cuando llegamos a la esquina de la Quintana Roo y Cananea, le pedí a Danny que se estacionara. Les señalé la publicidad de Facundo y les solicité ayuda para quedarme con él, porque no quería ver como se destruía. De momento se asustaron, luego dijeron que sí. Me bajé del auto. Por la hora, el lugar estaba solo y oscuro porque no funcionaba la lámpara pública. Primero quité el pendón del poste y cuando traté de romper la madera que hacía las veces de marco, Nubia me interrumpió. Dejó a la bebé –inocente criatura de los atrevimientos de su madre- en brazos de Danny y empezó a cortar la lona con precisión, cual sus manos fueran tijeras. Lo enrolló y me lo dio. Nos subimos con aquel tesoro al auto. Esperamos el cambio de luz del semáforo y al dar vuelta… Oh Dios mío, que nos enciende las características luces rojas y azules una patrulla. A punto del infarto las tres, porque la bebé sonreía con las luces multicolores, nos detuvimos… Nada, simplemente a Danny, con los nervios, olvidó encender las luces y el oficial le dijo que tuviera cuidado”. Así, Claudia resumió su relato. Un relato de cariño y devoción a un mensajero de la vida, la libertad, la verdad, el amor.
Ahora, Facundo, por siempre, vela nuestro sueño, duerme con nosotros. Con su guitarra nos arrulla para cerrar nuestros ojos… o para ser testigo del amor que se prodigan dos cuerpos bajo el calor de las sábanas, porque como dice el mismo Facundo “Hay una sola religión: el amor”.
*Docente y escritor sonorense.