Por Iván Escoto Mora*
El hombre busca constantemente, porque constantemente cambia, su ser se encuentra en devenir, por tanto, es siempre “ser” en construcción.
En el diálogo “La apología de Sócrates”, Platón describe el juicio en que se acusa al filósofo ateniense. El delito: curiosidad exacerbada.
Qué hay de grave en la tarea afanosa de entender el mundo, qué es eso que perturba tanto a quienes prefieren la comodidad del mito, el hecho dado, la sombra vana y la resignación impuesta, antes que la verdad.
Sócrates cometió una falta que le arrastró a la muerte: amar en demasía, buscar entre brumas, tratar de penetrar los cielos en que sólo los dioses pueden transitar. Qué buscaba Sócrates, lo más cercano y quizá, lo más distante: conocerse, reconocerse.
Según el diálogo de “La apología”, la diferencia entre Sócrates y los políticos, poetas y artistas, es la misma que existe entre quien presume su grandeza y quien asume sus carencias. El filósofo ateniense señala: “unos creen saber algo aunque no sepan nada, y yo, no sabiendo nada, creo no saber”. A cambio de la consciencia de sus límites, el filósofo decide seguir buscando.
No es posible pretender saberlo todo, pero tampoco es racional aceptar el desconocimiento total y mirar con distancia las desgracias que asoman a nuestra puerta.
Un punto relevante en las reflexiones socráticas es esa necesidad hacer filosofía desde la experiencia que busca comprender. Desde luego la perspectiva humana siempre lleva un sesgo implícito pero la tarea de entender o tratar de entender pese a la amenaza del castigo, divino o humano, es la gran aportación de la “apología” socrática, que no es otra cosa sino una defensa de la razón frente al discurso de la impostura.
En la civilización posmoderna, la información es considerada como un derecho de la humanidad, en el “saber” se reconoce una necesidad fundamental de los hombres que, como seres en construcción, quieren unir los pedazos de su vida y darles sentido. Por eso buscan, por eso quieren entender el mundo y entenderse en él.
En el año 399 a. C. Sócrates fue condenado a muerte por aspirar al “saber”, por cuestionar a los hombres que creían tener la verdad de las cosas sin poseer en realidad nada. Siglos después, la información sigue siendo veda, sólo un puñado puede acceder a ella, para los demás, están dispuestas breves cápsulas de historias mutiladas, transformadas a modo para ajustarse al dicho de la conveniencia.
Michel Foucault en “El discurso del poder” afirma: “Siempre puede decirse la verdad en el espacio de una exterioridad salvaje; pero no se está en la verdad más que obedeciendo las reglas de una ‘policía’ discursiva que se debe reactivar en cada uno de los discursos”.
El discurso en esencia es una expresión del poder. Quien reproduzca la verdad oficial, recibirá los laureles del institucionalismo, quien se atreva a controvertir el “establishment” del Estado, se convertirá en destinatario de la fuerza represiva de su maquinaria.
Bradley Manning, soldado estadounidense, adscrito a la lucha contra el terrorismo, habiéndose especializado en el mundo árabe, se encuentra en una prisión de máxima seguridad desde hace más de diez meses acusado por la justicia militar de su país. La causa: difundir información clasificada y colaborar con el enemigo.
Se dice que Manning colaboró para difundir miles de cables con información confidencial sobre las guerras de Afganistán e Iraq, los cuales fueron publicados por el sitio de internet “Wikileaks”.
Bradley, sin libertad ni recursos tecnológicos o financieros, es el gran olvidado de la prensa mundial dentro del escándalo periodístico y diplomático.
El joven soldado de 23 años de edad es destinatario de la violencia planetaria que castiga la difusión de información comprometedora, esa que evidencia las atrocidades de un sistema mundial de guerra, saqueo, muerte e impunidad.
Si son verdad las acusaciones contra Manning, será castigado por su humano deseo de saber y cuestionar lo insostenible. En ese caso, por llevar luz a la oscuridad, su nombre deberá pasar a la historia como el de un Prometeo contemporáneo. Si las acusaciones vertidas en su contra son verdad, deberá la sociedad mundial cuestionar las razones de fondo por las que los Estados temen tanto a que los hombres comunes accedan a la información. Tendríamos que preguntar entonces, qué horrores encierran los secretos tan celosamente guardados.
*Abogado y filósofo/UNAM