Por Faustino López Osuna*
La sombra es a la pintura lo que el silencio a la música. Ni todo es luz, en la primera, ni únicamente sonido, en la otra. Sus sinónimos, de la sombra, son opacidad, penumbra, sombría y umbría. También es el nombre de ciertos colores oscuros usados en las artes: sombra de hueso, de Venecia, de viejo. Y como en todo existe una unidad de opuestos o de contrarios, la sabiduría popular habla de buena y mala sombra. De esta segunda, figurativamente se distingue la obscuridad intelectual y la de ejercer mala influencia sobre los que le rodean.
Por las razones que expondré, afirmo que nuestra admirada Lola Beltrán, tal vez por haber sido proclive a las supersticiones, siempre tuvo detrás de ella una terrible mala sombra. Salvo la última vez que asistió a misa en El Rosario, a casi un año antes de su muerte, nunca entró por la puerta principal al templo, siempre lo hizo por la de la sacristía, porque toda la vida así se lo aconsejaron quienes la atemorizaban de un posible atentado a su persona. Esa última vez le pidieron discretamente al sacerdote que la obligara a ingresar por donde lo hacía todo mundo y, al hacerlo, Lola descubrió la mentira en que la hicieron vivir quienes la acaparaban en su terruño: no sólo no se le faltó al respeto, sino que al unísono el pueblo ahí reunido le tributó el más caluroso aplauso que nunca había recibido en la iglesia que ella misma había contribuido a construir.
Hubo otras manipulaciones de Lola la Grande urdidas por su mala sombra, como cuando, al morir el mismo día don Cruz Lizárraga Lizárraga, el genio de la Banda El Recodo, y el compositor Tomás Méndez, la aconsejaron quedarse al velorio del autor de Paloma Negra, en el Distrito Federal, y no vino a Sinaloa a darle el último adiós a su paisano.
Conmigo fue más negativa la influencia de su mala sombra. La primera sucedió después de que Jesús Monárrez, el talentoso paisano de Lara y Monárrez, le hizo llegar el disco que me produjo él para WEA con diez de mis canciones, acompañado por el mariachi América de Jesús Rodríguez de Híjar. Cuando aquél la llamó telefónicamente para preguntarle su opinión sobre mi trabajo como compositor, aparte de decirle ella que le parecía muy bueno, como si en ese instante estuviera viendo la gran carátula del disco de larga duración y, la sombra, junto a ella, le pusiera palabras en su boca, refiriéndose a mí le preguntó sorpresivamente a Jesús Monárrez: “Chucho, como el sombrero lo cubre muy bien, ¿el señor tiene pelo?”, dando a entender que la sombra le había informado que era calvo, sobreentendiéndose que la sombra paisana me conocía personalmente.
Otro tanto ocurrió cuando Jesús Monárrez, informado por el músico poblano Raúl Fuentes, arreglista de ella y de Alberto Vázquez para discos GAS, que iba a grabar 40 canciones con mariachi, le llevó el vals Lindo Rosario querido, que compuse especialmente para ella. Después de informarnos el compositor sonorense Manuel Campos, empleado de la compañía, que la señora Beltrán había llegado muy entusiasmada al estudio manifestando que lo iba a grabar, de pronto y sin aviso, el tema fue retirado de la lista, informándonos años más tarde, que la misma mala sombra la había aconsejado que no lo grabara, porque era de mala suerte que quedara en el acetato, dicho por ella: “Si un día fatal/ llego al final/ y he de morir,/ quiero regresar/ y reposar/ por siempre en ti./ Lindo Rosario querido,/ suelo donde yo nací.”
Recuerdo con nostalgia, en la voz prodigiosa de la admirada paisana Lola Beltrán: “A la orilla de una playa/ una negra sombra vi,/ yo me retiraba de ella/ y ella se acercaba a mí.” Pero, obviamente, se trataba de otra sombra, de elocuencia meliflua o, para que no se malinterprete, suave como la miel, tan inmensamente dulce, eso sí, como su obscuridad intelectual. Sombra al fin. Recuerdo que en una ocasión, don Alfonso G. Calderón me dijo: “¡Que no te confundan!”
*Economista y compositor