Por Faustino López Osuna*
Mi regreso a Aguacaliente de Gárate a partir de febrero del presente año, me ha permitido el privilegio de volver a degustar las comidas con las que fui criado, como el temole, el tistigüil, el frijol con hueso, el colachi, el chile de queso y el atole blanco, entre otros, y todo tipo de tamales tradicionales: de elote, de bolita, colorados, de elote con piña, de frijol, de res y de cochi o puerco.
Los recuerdos se agolpan en palabras que tienen el color de la nostalgia. Regreso a un espacio físico en donde el tiempo pende de la luz de la luna, lo invade todo como el olor a tierra mojada o, como los surrealistas relojes de Salvador Dalí, avanza de lado, adherido a las paredes de la barda del patio, como transparente salamandra. Y con ellos, con los recuerdos, escucho a mi padre explicándome la vida de las abejas, enseñado en la práctica por el abuelo de su mismo nombre, Eugenio, quien fue un gran apicultor. Por él supe que en un enjambre hay tres clases de abejas: la reina, el zángano y las obreras.
Busqué ilustración en el diccionario y supe que abeja en latín es Apis; que es un insecto himenóptero, que tiene el cuerpo de color pardo negruzco, cubierto de vello rojizo, seis patas, cuatro alas y un aguijón muy fuerte en el extremo del abdomen; que vive en las colmenas donde produce la cera y la miel. En zoología, himenóptero es una orden de insectos con cuatro alas membranosas de grandes celdillas.
Tal vez por mi origen en una comunidad agraria y por andar diariamente, durante toda mi infancia, los caminos a las rancherías del pueblo, cuando cursé secundaria me apasioné por las ciencias naturales. Igual que las maravillas del macro universo, la Biología me apasionó. Me agradó muchísimo conocer científicamente de plantas, reptiles, batracios y aves. De éstas, me asombró precisar que son animales vertebrados, ovíparos, de respiración pulmonar y sangre caliente, de pico córneo, cuerpo cubierto de plumas y con dos pies y dos alas.
Más me impresionó saber que se conocen veinte mil especies de aves en el planeta, subdivididas en ocho órdenes: palmípedas, rapaces, gallináceas, palomas, zancudas, prensoras, pájaros y corredoras.
Pero retorno a mi niñez para destacar un episodio desagradable que viví en mi búsqueda del conocimiento, cuando cursaba el cuarto año de primaria.
Rescato de la memoria que en una ocasión que me mandaron a entregar aros para quesos, al pasar frente a la plazuela un medio día de agosto, descubrí un pozo de hormigas de las llamadas de limpio, rojas, cuya picadura es más dolorosa que las del alacrán y las avispas, pues su veneno contiene ácido fórmico. Me detuve a observarlas, percatándome de cómo subían arena a la superficie, acomodándola en un círculo perfecto, a la vista de otra hormiga supervisora.
Embebido por la admiración de seres tan diminutos obrando con una inteligencia asombrosa, aunque los estudiosos digan que se trata únicamente de instinto, escuché los gritos destemplados que me lanzaba un borracho que salía de la cantina de Rodolfo Valdez Valdez “El Gitano”: “¡Muchacho pendejo! ¡Se te van a revenir los sesos por estar al rayo del sol! ¿Nunca habías visto hormigas? ¿A eso vas a la escuela?”
Comprendí que me gritaba aquello para hacerme sentir tonto. Pero no le contesté nada, porque íntimamente estaba convencido de que había descubierto algo que nunca me habían explicado en las aulas.
En secundaria, pues, completé mi información sobre este género de insectos. El pobre beodo ignorante, tal vez nunca se enteró que el nombre de la hormiga en latín es, precisamente, formica, no sé si por el ácido de su veneno. Seguramente, aunque conocía el comején, tampoco supo que también se le llama hormiga blanca y que la hormiga león es un insecto neuróptero cuya larva se alimenta, curiosamente, de hormigas.
En zoología, neurópteros es la orden de insectos que tienen cuatro alas membranosas y llenas de nervaduras. Habrá que aclarar que muchos los confunden con la palomilla, que es una mariposa pequeña que causa estragos en los graneros. O con la polilla, que es la palomilla de la ropa.
En bachillerato en el Distrito Federal, al tener acceso a la lectura en la inmensa Biblioteca México de la Ciudadela, leí esa obra maestra de la literatura universal, que es El Principito, del francés Antoine de Saint-Exupéry. Y recordé mi amarga experiencia infantil con el crítico de mi investigación in situ sobre las hormigas, sobre todo cuando el prodigioso Principito narra cómo un adulto frustró su carrera en el pincel, cuando, al mostrarle su dibujo de una boa, el barbaján aquél le dijo que solamente veía un elefante recostado.
Para los niños observadores, agregaremos que el círculo de reproducción de las hormigas va del huevo al capullo, la larva y la ninfa, hasta la obrera o adulta y viven en colonia en los hormigueros, no siempre bajo la tierra, pues los del comején alcanzan varios metros de altura. Éste, el comején, es un insecto arquíptero originario de los países cálidos que destruye cuanto encuentra. En América se llama hormiga blanca y en Filipinas anay. Arquíptero, en zoología, es la orden de insectos ápteros, con cuatro alas membranosas y reticuladas, como la libélula. En historia natural, áptero: que carece de alas.
*Economista y compositor