Por Iván Escoto Mora*
En estas fechas se cumple un año de surgido el proyecto de La Voz del Norte y todos los que colaboramos en sus páginas celebramos el logro. En medio de tiempos convulsos, el semanario se ha convertido en un escaparate para la literatura, la música, el folklor y todas las expresiones del arte que, multiplicadas, devuelven el rostro humano a la existencia.
Mi participación en éste proyecto periodístico-cultural se debe a la invitación de Mario Arturo Ramos, hombre dedicado a las letras, pero también a la música en esa frontera que se disuelve entre sonidos y palabras, entre imágenes y ritmos.
Recuerdo (o creo recordar y transformo) alguna de las conversaciones que sostuve con el poeta sobre la música y su papel en el universo. En una charla de café, enfilándose el medio día, hablábamos de la naturaleza del ritmo como construcción originaria. El poeta sostenía una tesis que no me atrevo a desmentir: “En el principio fue el sonido”.
Con el sonido, la música, la voz, el hombre. Somos seres de sonido, al nacer el primer acto es un grito, al morir un estertor mínimo pero audible. Vivimos en una tensión que, como el arco y la lira, no deja de cantar. El hombre canta y vibra, canta y vive, nace y muere entre ritmos que componen la existencia.
-Cuál es la expresión musical más propia de nuestra cultura, pregunté al poeta queretano.
-El corrido, respondió con firmeza.
La música ha dado cuenta del devenir humano. El corrido, como el laúd del trovador y el cantar del juglar, se desplaza en saltos de un lugar a otro, arrastra las noticias, da cuenta del tiempo pero también del hombre, de sus cambios en el mundo, de sus formas de sentir, distintas siempre y siempre iguales.
La música popular es manifestación de intimidad pero también, identidad común. Si ocurriera un día que la música se prohibiera, la existencia seguiría y aún el silencio sería canto, retrato de la condición humana que no se callará jamás.
La música es movimiento, tirar de cuerdas en la boca, estertor sonoro en la guitarra, golpeteo del ritmo en la oquedad. Corazón batiente y sufrir del alma. La música corre con el hombre, le acompaña, le precede, le adelanta. En ese andar sonoro, traduce lo más íntimo del ser.
En medio de la fiesta, se desean muchos años más para el semanario. Que su voz siga alzándose en canto y descubra nuestra intimidad.
*Abogado y filósofo/UNAM