Texto atribuido a José Sabas de la Mora publicado como editorial en el semanario Voz del Norte, Año V. No. 362, del miércoles 18 de diciembre de 1907
¿Qué placer puede experimentar el que escribe un anónimo, con la intención dolosa de hacer daño? Si ahondamos un poco, descubrimos con sorpresa que en un rincón de la vida hay monstruos que esgrimen esa arma para vengar agravios. Y si ahondamos más todavía, encontramos al hombre que va con su veneno manchando cuanto encuentra. Herir a mansalva es obra de pequeños, de insignificantes que nada son y que en resumen nada valen, parodiando una frase feliz del señor Lic. Emeterio de la Garza Jr.
Si existen a flor de tierra personas que en realidad se interesan por el bienestar de los demás y que desean salvar de algún peligro dándoseles puntos y señas de algo que les afecta directamente, ¿por qué no presentarse tales cuales son y sin la careta del misterio? El anónimo puede influir, y de hecho influye, en espíritus vacilantes y débiles; el anónimo es un roedor terrible que al fin y a la postre preocupa a las almas honradas; luego si el que está inclinado a prestar su ayuda al que la necesita, sea para exhibir al criminal, sea para atraer el convencimiento de que aquello o el de más allá ha perdido su honor, ¿Por qué no dar un paso firme en el camino del derecho y de la legalidad?
Entonces el denunciado y el aludido, por deber, por delicadeza y por obligación, tendría que erguirse o sucumbir en el terreno de las pruebas claras, precisas, irrefutables. El que arroja un anónimo tiene la libertad de servirse a su gusto de cuanto venga a la memoria, pero colocado frente al que ha dirigido sus tiros, esa libertad se extingue, concluye, se acaba, termina de un golpe y porrazo.
Por lo general, el autor del anónimo desciende a la vida privada: allí se apega, allí muerde, allí se hace sangre. Está reconocido por los hombres de valor y de cerebro de todos los tiempos y de todas las épocas, pensadores y filósofos, legisladores y políticos, que la vida privada de cada uno no debe tocarse, porque es única, es sagrada, porque en suma, no nos pertenece ir a investigar con el escalpelo de la censura o de la crítica mordaz, lo que la mujer o el hombre sin dar escándalo, ni andar de calle en calle, ni de plaza en plaza, pueda hacer o sea capaz de hacerlo…
Entrando en otro orden de cosas, a una mujer de esas que van a dar al arroyo, y comercian con su cuerpo y su corazón, aun cuando nos consten sus deslices, no estamos autorizados para gritárselos en público. Y es que a su vida privada no tenemos que penetrar de igual manera que penetramos a una plaza de toros donde todos vociferan ruidosamente.
Recuperación de Gilberto J. López Alanís,
en el centenario luctuoso de tan destacado periodista y maestro de
Rafael Buelna, Macario Riveros y Macario Alanís en Mocorito.
(Archivo Histórico General del Estado de Sinaloa)
Me dio mucho gusto encontrarme con este artículo de mi tío abuelo. Al mismo tiempo me he encontrado con un libro titulado «Remembranzas de mi vida», escrito por María Esther de la Mora, hermana del ilustre profesor Sabás donde comparte con una narrativa llena de imagenes el transcurrir histórico en sus primeros años en Mocorito. Felicidades por su nueva temporada de La Voz del Norte…