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Gonzalo Armienta Calderón ayudó a la nacionalización de Carlos Rigual

Por domingo 24 de abril de 2011 Un comentario

Por Faustino López Osuna*

Entre 1989 y 1990, estando yo laborando junto con Mario Arturo Ramos en el área de Fonomecánico, que él dirigía, de la Sociedad de Autores y Compositores de México, cierto día me comentó que el gran compositor cubano Carlos Ri­gual, autor de Cuando calienta el sol, tenía el problema de que la editora de sus canciones, no recuerdo si americana o italiana, le solicitaba que comprobara su nacionalización en México para poder situarle aquí sus regalías. Pero tenía el impedimento de que, pese a residir desde 1951 en nuestro país y haber procrea­do hijos mexicanos, Rigual conservaba su nacionalidad cubana, y realizar los trámites normales le llevaría cinco años lograrlo. Ma­rio Arturo me sugirió que fuera a ver al doctor Gonzalo Armienta Calderón, por ser mi paisano, y que le planteara la dificultad de Carlos Rigual, solicitándole su intervención y apoyo en el caso. El doctor Armienta fungía como director jurídico de la Secretaría de Gobernación, a cuyo frente estaba el veracruzano Fernando Gutiérrez Barrios.

Fui atendido diligentemente por el doctor Gonzalo Armien­ta quien, una vez que conoció de la situación del compositor cubano, de inmediato le habló por teléfono al director jurídico de la Secretaría de Relaciones Exteriores, mismo que, a su vez, le orientó cómo procediera Rigual, utilizando un formato espe­cial que le permitiría reducir el plazo a uno o dos meses. De ese modo, gracias a un sinaloense, el popular integrante de los fa­mosos Hermanos Rigual, obtuvo su nacionalización mexicana y normalizó el cobro de sus regalías del extranjero.

Carlos Rigual no encontraba cómo agradecer al doctor Ar­mienta Calderón su ayuda. Entonces Mario Arturo Ramos le aconsejó que en vez de hacerle un regalo material, le organi­zara en la casa del propio Mario Arturo, en Paseo de Reforma e Insurgentes, un convivio donde le cantara sus canciones. Ri­gual aceptó encantado. Le extendió la atenta invitación al doc­tor Armienta y Mario Arturo tuvo para la ocasión, además de su distinguida esposa Lourdes, excelente anfitriona, a cuatro invitados: Ignacio González, productor de José José; Eduardo Magallanes, gran arreglista, pianista y compositor, quien gra­bó por primera vez a Juan Gabriel; Jesús Monárrez, compositor ganador de la OTI nacional e internacional, y el que escribe. Los dos últimos, paisanos del festejado.

Pero hubo una estupenda sorpresa para el funcionario sina­loense. Enterado Mario Arturo que su amiga y paisana quereta­na, Yolanda Santa Cruz Gasca, viuda de Agustín Lara, atendía, de visita en México, al extraordinario compositor, cubano tam­bién, César Portillo de la Luz, autor, entre otras obras inmorta­les, de Contigo en la distancia, le pidió que le extendiera la invi­tación a la recepción que le organizaba, de agradecimiento, su paisano y entrañable amigo Carlos Rigual, al doctor Armienta Calderón. Y ahí estuvo, en compañía de Yolanda Santa Cruz. De ese modo, inusitadamente, los dos cubanos, enormes, deleita­ron con sus canciones, buena parte de la velada a los selectos asistentes.

Llegó el turno de Jesús Monárrez, quien se lució espléndi­damente al piano. Y, finalmente, para cantarle a la tierra del doctor Gonzalo Armienta, Mario Arturo me invitó a partici­par, interpretando con el magistral acompañamiento de Jesús Monárrez, unas dos canciones mías, entre ellas La Tambora sinaloense que, por sentimentales razones, agradeció el ho­menajeado. La reunión, única por haber sido, tal vez, la última participación conjunta de Rigual y Portillo de la Luz con sus gui­tarras habaneras, calculada para una hora, duró más de tres, aquella noche inolvidable.

Carlos Rigual me hizo sentir muy bien, agradeciéndome no solamente lo que, dijo, habíamos hecho por él, sino porque le pusimos el sabor del terruño a la fiesta, en honor de su bene­factor.

Mario Arturo Ramos, con su habitual buen gusto quereta­no, proveyó al evento de exquisitos quesos de todo tipo, de San Juan del Río. Fluyeron deliciosos vinos tintos chilenos escan­ciando la vigorosa velada.

Creo recordar que, al calor de la estupenda bohemia, el doc­tor Gonzalo Armienta Calderón dijo algunos versos de su inspi­ración, dando muestra de su sensibilidad y cultura.

Rememoro también que cuando intervine, tras la buena re­cepción de mi corrido a la Tambora, sin advertirme, Jesús Mo­nárrez inició los acordes de una canción ranchera, también mía, titulada La vida tiene que seguir (No tiene caso), que él consi­deró apropiada para el momento, la cual fue bien recibida, elo­giándola tanto Ignacio González como Eduardo Magallanes.

Hoy, en estos sórdidos días presididos por la barbarie a lo largo y ancho de la República, posiblemente puedan valorarse de mejor manera eventos como el aquí descrito. Carlos Rigual recibió su carta de nacionalización en el mes de octubre de 1991. Nos confió que, aunque sus hermanos se habían antici­pado a nacionalizarse mexicanos, él se tardó en hacerlo porque soñaba con volver a su tierra amada, “a Cuba libre”, repetía. Pero lo alcanzó la edad, impidiéndoselo.

Lamentablemente, meses después murió en la ciudad de México, como mexicano, dejándonos su bella tonada que fue un éxito mundial en muchísimos idiomas, a ritmo de bossa nova:

“Cuando calienta el sol aquí en la playa
siento tu cuerpo vibrar cerca de mí…”

*Economista y compositor.

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