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Darren Aronofsky: obsesiones del corazón

Por domingo 20 de febrero de 2011 Sin Comentarios

Por Iván Escoto Mora*

Darren Aronofsky

Darren Aronofsky (1969) nació en la ciudad de Nueva York, sus gustos bordan la ciencia y las artes. Interesado por las matemáticas, la antropología y la animación, es probablemente uno de los cineastas contemporáneos más perturbado­res. Sus filmes siempre tienen un dejo de os­curidad, retratos que entre sombras mues­tran las caras siniestras del hombre pero también las más vulnerables y humanas. Así se aprecia por ejemplo en “Pi”, “Réquiem por un sueño” y “El cisne negro”, su más reciente cinta. Obras en las que la enajenación es constante obsesiva.

La exposición de los “claro-oscuros” en la constitución humana no es nueva en las manifestaciones estéticas, los ejemplos son muchos, tocan todos los continentes y todas las expresiones. Por mencionar quizá uno de los más dramáticos -de gran semejanza con el cine de Aronofsky- citamos a Emil Michel Cioran, filósofo húngaro. En “Ese maldito Yo” afirma:

“Existe, es evidente, una melancolía sobre la que a veces actúan los fármacos; existe otra subyacente a nuestras expo­siciones de alegría, que nos acompaña constantemente, sin dejarnos solos ni un instante. De esa maléfica presencia nada nos permite librarnos: ella es nuestro ‘yo’ frente a sí mismo para siempre”.

En “El cisne negro” Nina Sayers, protagonista de la cinta, es seleccionada por el director del Ballet de Nueva York para encarnar a la reina de los cisnes en la obra clásica del compo­sitor ruso Tchaikovsky.

Neuróticamente perfeccionista, reprimida sexualmente, hostigada por las aprensiones de su madre (mujer frustrada en su carrera dancística por los años y el nacimiento de su hija), Nina es un semillero de manías que terminan por des­bordarse ante su nombramiento como “prima ballerina”.

Los relatos de obsesiones traen consigo siempre algo de melancolía que ni el éxito ni el fracaso logran borrar. Frente al abismo insaciable, queda el “yo” desnudo o más bien dicho, hueco, inhumano, deshabitado para siempre.

Las obsesiones han llevado a los hombres por distintas veredas: al progreso, a la creación, al rechazo de lo dado y la búsqueda de lo prohibido, de lo oculto, de eso que pare­cía inalcanzable y finalmente se obtiene. Pero también, debe decirse, le han llevado a la destrucción y la autodestrucción bajo condiciones de ambivalencia que recuerdan el fuego de Prometeo: al tiempo luz y condena.

En el mito griego, la llegada del fuego produce en el hom­bre calor y ciencia. En Zeus, ira y venganza. Prometeo es en­cadenado en el Cáucaso, un águila devora sus viseras por la eternidad. A la humanidad se le castiga por medio de Pan­dora, mujer que desata las furias sobre la tierra. La tragedia biselada que retrata Aronofsky, lleva a Nina a la perfección y a la muerte como en el mito de Prometeo.

En la historia de la humanidad, la obsesión se volvió carro­za cotidiana, sobre su marcha corren las penas que el cofre de Pandora vertió alguna vez. A su paso, la civilidad ha caído en ruinas tras la guerra, la miseria, la hambruna y la orfandad. Muestra de ello es el siglo XX y éste que apenas pasa de la década.

De 1939 a 1945 la obsesión arrasó en Europa con más de seis millones de hombres, destruidos con motivo de su identi­dad sexual, ascendencia étnica, profesión religiosa o fijación ideológica.

Por ambición obsesiva, los pueblos situados en la periferia imperial fueron y siguen siendo saqueados bajo un proceso de empobrecimiento recrudecido por dictaduras y totalita­rismos que aún hoy se extienden como ecos disfrazados de revolución o por mecanismos de careta democrática, que van generosamente repartiendo la carencia entre los más y con­centrando en avaros puños la abundancia.

La humanidad es presa del odio de Estado, estructura he­chizada por el orden construido a modo y complacencia para justificar kilómetros teñidos de sangre, calles inundadas de hambre, cárceles y más cárceles abarrotadas, el mundo en­tero tras barrotes, centenares de guardias vigilando con celo cerros de hombres desheredados del privilegio.

En la modernidad los crímenes llegan al grado de lo ab­surdo: rodar fuera del gusto fílmico del régimen, escribir con filo cáustico, hablar dejando ámpula, defender, defenderse, cuestionar, ser hombre, ser mujer, revelarse, abrazar una fe. Cuántos Jafar Panahi, Liu Xiaobo, Orlando Zapata, Sakineh Ashtiani, David Kato, cuántos asesinatos de Estado y prisio­neros de conciencia, cuántas ejecuciones instigadas desde el poder mientras miles de voces claman libertad y piden a gritos recobrar la vida. Pueblos unidos por la misma ausencia y un pequeño grupo enquistado, dispendioso, cuántos, hasta cuándo.

El arte, con todos sus lienzos y tonos, es reflejo de una esencia que en realidad, es todas las esencias juntas. Aronofs­ky bosqueja las tinieblas en el corazón de una mujer y en un esbozo deja ver lo más lo humano en el género del hombre: las obsesiones que nos constituyen y derrotan.

*Abogado, filosófo/UNAM.

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