Por Juan Cervera Sanchís*
Juan Nepomuceno Adorno fue un hombre admirable. Nació y murió en la ciudad de México -1807-1880-. Vivió 73 años. Dejó una imborrable huella de su paso por esta efímera y, siempre, azarosa vida. Para algunos fue un loco. Otros no dudan en calificarlo de genio.
Fue ingeniero, filósofo y musicógrafo. El aciago año de 1848, en que se firma el Tratado de Guadalupe Hidalgo, Adorno deja el país y viaja a Europa. No retornará hasta el año de 1859 en que Benito Juárez expide las leyes de Reforma.
Durante los once años que reside en el viejo mundo recorre España, Italia, Francia, Alemania e Inglaterra. En 1851 radica en Londres. Ahí publica una obra, para muchos rarísima, que se titula: “Introduction of Harmony Geometry”, con la que impresionó profundamente a los hombres cultos de su tiempo y recibió muchos elogios de sus pocos pero atentos lectores.
En 1862 dicha obra fue traducida al castellano y publicada en la ciudad de México con el título de: “Armonía del Universo sobre la Armonía Física y Matemática”. Se trataba de la primera parte de la obra. Vendría una segunda. Esta, empero, no vería la luz sino después de morir su autor.
La actividad inventiva y creadora de Adorno fue de veras notabilísima y, por ende, admirable.
El año de 1855 se encuentra en Paris. Ahí, durante la Exposición Universal que se efectúa, Adorno presenta los planos de un piano melógrafo sumamente original. La construcción de dicho piano fue encomendada a la Casa Erard.
Con el fin de clarificar su sistema musical, Juan Nepomuceno Adorno publica una obra titulada: “Melographie ou. Nouvelle notation musicale”. Lo hace en inglés y francés. Él hablaba y escribía media docena de lenguas modernas, a más del griego clásico y el latín.
El piano de Adorno grababa la música y la ejecutaba sobre una tira de papel, que se enrollaba al usarse, la que después se transportaba al papel pautado.
Esto nos habla respecto a que aquel insólito mexicano fue, en todo, un hombre que se adelantó en mucho a su tiempo. Lógico que algunos lo vieran con desconfianza y se empeñaran en considerarlo un desquiciado y hasta una especie de diablo.
Su originalidad producía cierto temor en la gente de su época. Hoy hay quienes lo consideran un admirable utopista y el más sorprendente de los filósofos mexicanos de todos los tiempos, aunque siga siendo un gran desconocido para las mayorías.
Hay, no obstante, una confiable información, para aquellos que quieran ahondar en los hechos de su vida y su obra. Por ejemplo: la obra “Una utopía de América”, de Pablo González Casanova, que está enteramente consagrada a despejarnos las incógnitas en torno a su prodigiosa figura. Recomendamos su lectura. Tras leer esta obra, el poeta costarricense Alfredo Cardona Peña glosaba:
“Adorno fue un tipo de lo más estrafario e interesante que pueda imaginarse, mezcla de Cagliostro con Enrico Martínez, es decir, de charlatanismo por un lado y por otro de buena fe y de espíritu emprendedor. Parece un personaje escapado de Balzac, o mejor de Dickens: inventor, mecánico, pensador social y autor de utopías.”
Es todo eso y aún más Juan Nepomuceno Adorno. Sus contemporáneos, en México, lo menospreciaron. Su memoria, pese a todo, sigue viva. El interés por sus trabajos e ideas no es algo sobreseído.
Adorno intentó colaborar con los hombres de su tiempo instalados en el poder con el fin de mejorar la vida práctica. No sé le permitió.
Queda, no obstante, de aquel esfuerzo que siempre lo animó, su “Memoria sobre Hidrografía, Meteorología e Higiene del Valle de México”, publicada en 1865. Ahí, Adorno, incluye un recuento de los sismos registrados en la ciudad de México durante los tres siglos y medio posteriores a la conquista.
Elaboró también un proyecto de desagüe de la capital y dejó otra digna de ser revisada hoy: “Análisis de los males de México y sus remedios practicables”, publicada el año de 1858.
Al final de su vida, Juan Nepomuceno Adorno, reflexionó profundamente sobre la realidad de la irrealidad y el utopismo puro y teorizó sobre el ser y la nada y el espacio infinito.
La lectura de sus obras sigue siendo estremecidamente reveladora y signo del hombre cósmico, preconizado más tarde por José Vasconcelos.
Hombre que habrá de parir esta tierra cuando la fusión de razas sea, finalmente, un hecho consumado en el hoy inimaginable futuro que nos espera, y del que Juan Nepomuceno Adorno fue un precursor.
*Poeta y periodista andaluz