Por Iván Escoto Mora*
La historia, la admiración recíproca, un hilo que en el fondo zurce nuestra lengua con la misma aguja. Mucho es lo que une a México y a Francia.
En el año 2009, la prestigiosa feria del Salón del Libro de París dedicó sus días a nuestra nación bajo el lema: “México, mosaico de diversidades”. En ese evento la casa editorial Gallimard presentó el libro “Portraits d’écrivains mexicains”, de Daniel Mordzinski, fotógrafo argentino especializado en retratar escritores, sobre todo latinoamericanos, en situaciones que van de lo cotidiano a lo irreverente.
Mordzinski nació en Buenos Aires. A los 18 años inició su “oficio-obsesión”: fotogr a f i a r escritores. Tuvo la oportunidad de captar a Borges en la filmación de un documental sobre su vida. La imagen es prácticamente viñeta de algún relato fantástico: El escritor que, en medio de la ceguera del espacio, es capaz de verlo todo, capturarlo todo en el infinito de sus mundos.
En Francia el 2011 es “El año de México”. Un sinnúmero de eventos tendrán lugar en diversas ciudades de la nación gala. El pasado 20 de enero fue presentado en La Casa de Francia, en la Ciudad de México, el libro de Daniel Mordzinski, en su versión castellana editada por el Fondo de Cultura Económica, con prólogo escrito alimón por Homero Aridjis y Jean-Marie Gustave Le Clézio. La presentación corrió a cargo de Mario Bellatín, Julio Patán y el propio Aridjis, quien sembró la noche de anécdotas.
Entre el público surgió la polémica por voz de la narradora Guadalupe Loaeza, quien afirmó: “La fotografía desnuda a la persona, revela algo del escritor que corresponde a sus letras”.
Bellatín discrepó señalando que en la obra es donde vive la desnudez del autor, la fotografía sólo es superficie: “en la imagen, aun sin ropas, estaría vestido”. Comentó además que él gustaba de joven leer textos de éste o aquel autor, sobreponiendo el rostro de otro en la tapa del libro, esto, aseguró, enriquecía enormemente su apreciación imaginativa.
Aridjis refirió que sería impensable imaginar otro rostro que no fuera el de Baudelaire cuando se repasan los versos del las “Flores del mal”; el de Poe al leer “El cuervo” o el de Rimbaud cuando se llega a “Una temporada en el infierno”. Recordó el poeta mexicano que cuando iniciaba en la lectura de los rusos, observó la fotografía de Tolstói: con esa mirada profunda, con esa barba nevada; se preguntaba entonces si alguna vez habría sido joven el autor de “Anna Karénina”.
Qué retrata la imagen: algo más que figuras, el ser desde otros planos irrepresentables fuera del foco de una lente. En su libro Mordzinski captura una parte no vista ni leída en el abecedario literario mexicano: Sergio Pitol, Fernando del Paso, Carlos Fuentes, Montemayor y Monsiváis, Elena Poniatowska, Vicente Leñero; Volpi, Villoro, Ximena Escalante, Jordi Soler, cuarenta y cuatro creadores fotografiados desde la impertinencia demoledora de máscaras, de nombres y poses solemnes.
Comentó Aridjis que alguna ocasión Octavio Paz le encomendó entregar una carta a José Gorostiza, a la sazón, subsecretario de Relaciones Exteriores. Homero, adolescente, lo alcanzó corriendo mientras bajaba de un vehículo oficial, le entregó la carta y luego le pidió que autografiara una primera edición de “Muerte sin fin” que había conseguido. El funcionario respondió furibundo: “¡Ya no soy poeta, ya no soy poeta!”. Homero insistió: “eso lo entiendo pero, me firma el libro de todas maneras”. Gorostiza imprimió un garabato y se marchó echando chispas.
El recuerdo de Aridjis nos permite volver sobre las formas que imponen las convenciones, las exigencias del parecer antes que el ser: “El hábito no hace al monje pero lo caracteriza”, reza el dicho popular en un contexto de ilusiones y cortinas humeantes.
En oposición al pétreo fondo de figuras oficiales, Mordzinski quiere ser irreverente, retratar a un hombre en el baño, a otro bajo la ducha, a éste lustrándose los zapatos y a aquel guarecido bajo un paraguas. Buscar en lo inmediato, en el ordinario de cada día: destruir todas las fachadas.
El prólogo de “Relatos de escritores mexicanos” se intitula: “Sueños en movimiento” y es la experiencia de dos vidas frente al mundo, sus fantasmas, sus andanzas, sus transformaciones en el tiempo. Escenarios desintegrados y reconstruidos, espacios que se abren a la vida y a la muerte. Metamorfosis que ni aun la imagen sostiene por siempre.
La fotografía es permanencia del instante y sin embargo, algo muda cada vez que se la observa. Imagen y lengua son constante percepción, despertar en cada palmo, abertura de la noche en la mirada, figuras cambiantes. La imagen es un cuerpo que se escapa y transforma: “Lo colmamos de nosotros y de alma/ de collares de islas y de alma/ Lo sentimos vivir y cotidiano/ lo sentimos hermoso/ pero sombra”. (“A veces uno toca un cuerpo”, Homero Aridjis).
En el desgarro de una realidad entre sombras y fachadas, derrumbes y naufragios, celebremos, con Francia y Mordzinski, la imagen de México a través de sus artistas.
*Abogado y filósofo / UNAM