Por Luis Álvarez Beltrán*
Fundada por 1890 en los territorios del rancho de la Tía Juana, la esquina de México y Latinoamérica es, en muchos sentidos, única en su especie. La transculturación estadunidense vivida por la población de ese rincón peninsular a partir de su misma fundación es parte irrenunciable e inherente de una profunda y entrañable identidad. Se habrá leído, dicho, comentado y escrito poco o mucho a este respecto; pero los nativos de esa costa noroccidental poseen una natural amabilidad y un optimismo alegre que se empata bastante con la dulzura sin complejos de sus vecinos anglosajones de San Diego y más allá. Sea por el mar, o por uno de los mejores climas del país, o sea por la bonanza de ser California el estado (no país) más rico del planeta, lo que ha supuesto en por lo menos todo el siglo XX una circunstancia plena y constante de certidumbre financiera, laboral, patrimonial, campo de crecimiento y formación de riqueza, latitud privilegiada para el sueño mmericano y mexicano, que los dota de ese optimismo casi fisiológico. La identidad cultural es un aspecto antropológico, histórico o sociológico completamente lleno de intangibles: Los indígenas de la región, a saber guaycuras y cucapahs entre ellos, puede ser que heredaran en el centenario mestizaje procedente ese gen de “contento” y de pujanza a los habitantes fronterizos, o haya sido, como se dice, el clima costero que a los veracruzanos irradia para tal amor al buen talante y a la música; o haya sido esa vida licenciosa que priva y ha privado en la “frontera caliente” como referencia innegable y central de su cotidianidad, pero me gusta establecer, independientemente de cual sea el verdadero origen o la real explicación a esta premisa, como rasgo cultural de los nacidos en estas tierras como gente “muy buena”, hospitalaria, alegre, optimista, trabajadora y extraordinariamente tranquila, así como sencilla. Y a pesar de las distancias y diferencias con el resto de las entidades del país, todas ellas con fama de lo mismo: amabilidad, hospitalidad, alegría, nobleza, laboriosidad, riqueza folclórica, los tijuanenses a pesar de no contar con historia decimonónica, colonial o precolombina, no se quedan atrás en cuanto a su orgullosa y particular “mexicanidad” genuina y altamente patriótica.
En contraste y como abono a ese marcado factor de transculturación norteamericana en un territorio nacional, es sensato recordar que la transculturación mexicana en California resulta prácticamente un pleonasmo ya que California perteneció a la Nueva España y después a México desde el siglo XVI hasta mediados del siglo XIX, de ahí que los nombres de todas sus ciudades principales provengan del idioma español como Sacramento, San Isidro, San Fernando, Los Ángeles, San Francisco, San Diego y otras más. Pero si la ocupación anglosajona de California propició una avasalladora transculturación gringa en el “golden state” o estado dorado, arrasando a través de la demografía, las leyes, la economía, la educación y sobre todo la dominación territorial, con todo vestigio oficial de la cultura hispana, y no sólo eso, sino transculturando más allá de las fronteras formales hasta irradiar en Tijuana algunos de sus signos más acendrados; pues viene a ser, como reflejo o resultante natural de la dinámica social, que la cultura hispana en California no sólo no cedió a la brutal instauración de lo norteamericano, sino que sobrevivió como una hermosa especie de flor que prolifera a lo largo y ancho del estado como verdadera raíz de los que traen su sangre. Desde novohispanos hasta mexicanos o chicanos nacidos en ese suroeste estadunidense. Por eso hablar de una cultura californiana es siempre relativo o por lo menos no susceptible de una acepción única. Lo primero que viene a la mente de la cultura californiana es el mosaico racial de gente rubia, alegre, con aspecto turista, de buen nivel económico, buen nivel de bienestar y muy afectos a los placeres de la buena vida: entretenimiento, consumismo, esparcimiento, comodidad, viajes, etc… Pero ya en el siglo XXI, es un lugar común decir que la cultura californiana incluye la diversidad racial a partir del enorme crecimiento de las minorías: afroamericanos, chicanos, centroamericanos, filipinos, chinos, coreanos y hasta sudamericanos. Por lo tanto, se puede considerar que la transculturación profunda de la frontera mexicana por parte del “american way” californiano es directamente proporcional a la transculturación mexicana en California no solo por la herencia histórica de la colonia y el siglo XIX sino por el éxodo y establecimiento legal, ilegal o legaloide de millones de trabajadores mexicanos en ese rico estado durante los últimos sesenta años, que si bien no se han incorporado definitivamente como ciudadanos estadunidenses y como derechohabientes de las garantías civiles y humanas que les habiliten una verdadera igualdad, sus décadas allá no han permitido que sus raíces culturales desaparezcan, sino que se fortalecen a partir de la práctica de su cultura en esas tierras vía el idioma, la comida, la danza, las letras, la música, las festividades y muchas tradiciones más. Así las cosas, la transculturación fronteriza de las californias no es una historia de vencedores y vencidos, sino de una curiosa circunstancia que a veces parece intitularse amigos y enemigos o revueltos pero no tan juntos. Aunque debe aceptarse una gran condición de respeto, solidaridad y hasta hermandad entre vastos sectores de la población californiana de distintos extractos, lo que habla de una muy establecida educación donde uno de los valores más importantes promovidos desde la niñez es la existencia y por lo tanto la tolerancia de la diversidad. De otra suerte ya se hubiera desatado una guerra civil californiana entre tanta diferencia racial y cultural.
Tijuana se dio a notar en la década de los ochentas como baluarte del empleo una vez consolidadas las actividades de comercio y servicios tales como el turismo de playa y el de tipo familiar en la ciudad; la atracción de los juegos de azahar a partir de un hipódromo y una cadena de casinos; la venta de artículos curiosos o curious y arte mexicano; pero sobre todo, el detonador del empleo fue el movimiento maquilador que presentó un crecimiento exponencial principalmente en los últimos veinte años del milenio. Esto dio lugar al cluster de la televisión, donde fabricantes de marcas líderes a nivel mundial: Samsung, Sony, Panasonic, Phillips, Toshiba, Dae Woo, Sanyo y otras, no sólo establecieran macro plantas productivas sino que sus surtidoras de piezas también establecieron sus fábricas en la ciudad, de tal forma que Tijuana se convirtió en líder mundial de producción de aparatos de televisión y otros en el ramo electrónico en el transcurso de los años noventa, gracias también a la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio y las estipulaciones de las reglas de origen para productos de exportación a los Estados Unidos.
El rápido crecimiento urbano y demográfico de Tijuana dio lugar a la duplicación de la ciudad, toda vez que existía hasta fines de los ochenta una ciudad trans – Cerro Colorado, cuyo límite era precisamente esa mole inmensa y altísima de tierra firme. Era una ciudad costera, turística, al estilo de la Tia Juana de mediados del siglo XX, pequeña, casi exclusiva, donde acunaron los más antiguos barrios de la costa, Playas, la Zona Norte, la Altamira, la Independencia, la Cacho, la Libertad, la Zona Centro y muchas más. La moderna Zona del Río era antes de la inundación de “cartolandia” una periferia de vagabundos y paracaidistas. La ciudad difícilmente alcanzaba los trescientos mil habitantes. La universidad estatal, fundada en 1957 y el instituto tecnológico, ahora en los primeros accesos de la gigante Mesa de Otay, todavía apenas en 1980 estaban alejados de la ciudad, en terrenos ejidales. Pero el auge maquilador duplicó la ciudad, y surgió más allá del Cerro Colorado ese gran centro demográfico, urbano y comercial que es la delegación de “La Presa” junto a la delegación Mariano Matamoros, ahora con cientos de colonias y que han llevado a esa frontera a ser la cuarta ciudad más grande de México, a la vez que una de las más visitadas en el mundo. Viva Tijuana.
*Novelista y economista. Caborca