Por Iván Escoto Mora*
A la pregunta: “Qué es un signo”, se agregan distintas variables: ¿significa el signo en función de la cosa representada como imagen de fotografía? o ¿es una designación interpretativa? Estas consideraciones llevan a la interrogante del valor: cómo se da contenido a un nombre, cómo se justifica su peso, por ejemplo en una divisa o una obra de arte.
Un signo, un rostro, un grito cuántos sentidos tiene: amor, placer, odio, dolor, miedo, repugnancia, otros tantos.
Puede plantearse como pregunta si el signo representa en sí mismo o es acaso necesario que la percepción se ubique a su costado para que adquiera contenido y entonces, sea entendido por alguien en relación a algo.
Luego viene el problema de la certeza, ¿realmente se aprecia lo que el signo representa?, ¿existe una forma única de representar al signo?
Parecería que los signos representan en función de la estructura en que se establecen. Sólo quien entiende los códigos de interpretación es capaz de extraer su contenido en contexto.
Si los signos representan algo, señala Foucault en “Las palabras y las cosas”, es porque: “se conoce la posibilidad de una relación de sustitución entre los elementos ya conocidos”. Porque conozco el valor de una moneda puedo sustituirla por un bien y adquirirlo.
El conocimiento del signo supone un indicio sobre el significado de las cosas del mundo. En el campo de la estética, existen una serie de presupuestos que generalizan su apreciación aunque también se deban advertir condiciones personales que perfilan la concepción de “lo bello”. De dónde surgen y cómo se integran, son circunstancias que ingresan en el campo valorativo del juicio.
Existe la idea de “belleza” y de “fealdad”, los signos que representan estos nombres mencionan algo o indican algo a la percepción, sin embargo, cuando se pregunta a una persona y a otra respecto del mismo objeto, es posible que difieran en su juicio valorativo.
Puede existir una idea sobre el concepto “bello”, incluso puede conocerse la definición de su voz en el campo semántico, sin embargo, la forma en que se percibe lo bello en el arte es siempre distinta. Quienes se oponen al expresionismo abstracto, al “figurativismo”, al arte conceptual, no logran apreciar la aportación estética de las tendencias que rompen con las estructuras convencionales.
El régimen nacional socialista privilegió el sentido estético del clasicismo y persiguió las formas artísticas de vanguardia: cubismo, surrealismo, etc. Enrich Heckel (1883-1970), expresionista alemán, fue acusado de pervertir la esencia de lo humano. En su delirante búsqueda por la perfección, el líder del régimen nazi afirmaba hacia 1933 que “sólo los griegos y los romanos en su concepción estética, estaban cerca del pueblo teutón”.
La exhibición “Chaos and classism”, arte entre guerras (1918-1936), organizada por el museo Guggenheim de Nueva York (octubre-diciembre 2010) da muestra del valor histórico-material que dota de contenido a los signos en lo estético. El fascismo definió lo “bello” en términos ideológicos, reprobando toda configuración opuesta a la construcción grecolatina.
Se puede utilizar el signo “belleza” para calificar una cosa, se dice que es bella y se explica por qué se la considera así usando signos dentro de un sistema lingüístico. Sin embargo, resulta complejo decir qué es lo que produce lo bello en la percepción, cómo se da el sentimiento estético en lo personal.
Si se describe un objeto, quizá haya coincidencia en la apreciación que otros tengan de él, pero difícilmente habrá coincidencia en la experiencia que se tiene frente a éste.
El lenguaje está unido a la interpretación tanto como al análisis. El sistema del lenguaje se establece arbitrariamente, su utilización para relacionar los objetos del mundo con las representaciones de éste, se encuentra justificado dentro de los límites del sistema que les dota de valor.
El mundo se representa ante la percepción que ordena sus elementos para tratar de entenderlos. El lenguaje acomoda los hechos para darles significado. El lenguaje en realidad no es copia fiel del mundo, es reproducción de quien habla a través de su mirada. Así, el arte es todo lo que es el hombre y todo lo que se quiere hacer de él en el sesgo particular del creador y del crítico, como ejemplo, el cuadro del italiano Antonio Donghi (1897-1963), “Circus”, en que se representa la humanidad como civilidad, pulcritud y decoro, pero también, como el bufón decadente que lucha por definirse entre el absurdo y la razón, entre signos y lenguajes que valen en contextos de perpetuo cambio.
*Abogado, filosófo/UNAM