La mañana decembrina estaba aún joven, serena, hacía frío, cosa rara en Culiacán, sin embargo lo disfrutaba ya que esto es extraño en esta ciudad en la que predomina el calor casi todo el año. Lo hacía en una de las mesas de la vieja casona del siglo XIX habilitada como cafetería. Esta finca ubicada en el corazón del viejo Culiacán, es de la pocas que se ha salvado de la destrucción sistemática de los finca-tenientes; destrucción que se ha dado con la complacencia de las autoridades en turno. Simulación que le ha retirado la identidad al centro histórico, por lo que ahora proliferan construcciones de diversos estilos arquitectónicos que vinieron a destruir el añejo rostro de esta ciudad que había conservado hasta mediados del siglo recién terminado. Entre sorbo y sorbo de café esperaba a mi invitado; el cual de pronto emerge de entre los árboles de la plazuela Obregón, venia enfundado en su inconfundible filipina blanca, pantalón y zapatos del mismo color. Tal y como lo hace muchos años atrás; esto fue a instancias de la Secretaría de Salubridad y Asistencia que exigió que las personas que manejaban bebidas y alimentos que lo hicieran vestidos de blanco; desde aquel entonces, el zurdo siempre está vestido de blanco; blanco que contrasta con el color moreno intenso de su piel, con el de su pelo negro y el de sus abundantes cejas azabaches.
Se acercaba a paso firme, rápido, tal como sucede a diario desde hace más de treinta años en los que hábilmente ha sorteado lo abigarrado de las mesas del bar que alguna vez se llamó El Viajero y que por el dicho de la gente, y dado los tres guayabos que son testigos mudos de lo que ahí sucede le dieron su nombre actual El Guayabo Bar. Sí, el zurdo desde hace más de tres décadas unió su existencia a esta cantina y a la de los mucha gente que ha diario son asistidos con prestancia, con eficiencia y con su don de gente desde esos entonces. Muchos ciudadanos de Culiacán asisten a diario a calmar su sed con ambarinas y de paso comensales que acuden a deleitarse con las recetas especiales de carne asada y el pollo guayabo.
Su historia como parte cotidiana de El Guayabo comenzó cuando un mesero le pidió al zurdo que le cubriera un turno, se lo pidió cuando nuestro personaje laboraba en un billar. Se presentó en esa ocasión y fue ahí donde descubrió su verdadera vocación; servir a la gente sedienta, ser mesero, desde ese momento comprendió que ya no debería volver nunca al billar ni a la panadería la Única; que ya no debería alegrar a la gente con el “pan de hielo”, de que ya no volvería a amasarlo jamás. El zurdo intentó ser panadero, lo hizo hasta poco antes de la petición del compañero, desde entonces es mesero, mesero de corazón porque así lo decidió el destino, porque así lo quiso Dios.
Encontró su razón de ser, y con ello se siente realizado como persona, tanto que, su existencia se desliza fácil, sin envidias, sin rencores, sin temores ya que se siente realizado, satisfecho; se siente mesero, se asume mesero y está feliz de serlo- “Soy un buen pobre” me dijo, con esto me aseguró que estaba conforme con lo que hacía y contento con lo que le daba Dios a través de los comensales que lo queremos y que reconocemos su eficiencia. Me aseguró que no necesita ganar más, que estaba agradecido con la vida- esta es mi filosofía-recalcó. Lo anterior me hizo comprender su actitud especial, el porqué de su oído de cantinero para tolerar necios, de su capacidad de servir.
Es buen conversador, fácil de palabra, es por eso que la mañana trascurría rápido, transitaba entre sorbos de café y de las delicias que me relataba el zurdo. -He sido mesero en eventos especiales y he atendido a gentes importantes, todos son muy buenos conmigo. Mientras lo decía sus ojos tomaban nuevo brillo y sus facciones se tornaban relajadas, una arruga que le surcaba la frente al elevar sus cejas negras desapareció. Se refería a que dado su personaje; el zurdo, ha sido llamado a asistir en eventos diversos a gente importante, de sostener entrevistas, reportajes, y de su aparición en películas y de ser mencionado en algunos textos. Como los que escribió Chema Figueroa (qepd).
El frío continuaba y le pregunté- ¿tienes frío?- no- me contestó y agregó- estoy feliz, hace muchos años que no a disfrutaba Culiacán a estas horas, no sucedía desde que estaba chamaco, desde que hacía cortes- ¿cortes?- si cortes, luego me aclaró de lo que hablaba; se trataba de ayudar con las bolsas repletas de mandado que llevaban las señoras que acudían muy temprano a comprar en el mercado Garmendia- Me regalaban unas monedas por cargar las bolsas hasta las ”arañas” o hasta su domicilio, si este estaba cerca, dinero que luego llevaba a mi madre. Si, desde entonces no veía Culiacán a estas horas.
Zurdo porque lo quiso Dios, sus funciones motoras se encuentran en el cerebro derecho, al contrario de los que usamos la mano derecha. Esta bendición le dio su identidad, y el nombre, – Me llamo el zurdo y me dicen Rubén Rosas- aseguró que por su alias nadie lo conoce.
Hoy el zurdo y El Guayabo van juntos, van de la mano, no se puede entender, el uno sin el otro, desde hace muchos años sortea lo caótico de sus mesas, camina encorvado, ágil, con su pelo negro sobre la frente amplia, sobre su cejas pobladas entre ellas; lo hace vestido de blanco, como la Lupita la Novia de Culiacán, como el padre jeringas, ahora el zurdo se suma a esa casta de seres emblemáticos de nuestra ciudad; de seres con alma del color de su uniforme, que se asumen como tal, personas que se la creen y que están dispuestos a dar todo por agradar al otro, por todo eso son personajes, son ejemplo para muchos de nosotros; ¡salud zurdo!
*Docente Facultad de Medicina, UAS