Por Luis Álvarez Beltrán*
Aunque la fundación de la Misión de la Purísima Concepción del Caborca corresponde a la orden jesuita, cuyos frailes Eusebio Francisco Kino, Francisco Javier Saeta y Tomás Tello escribieron aún con sangre las huellas de su obra civilizadora, estableciendo las primeras capillas cristianas al pie del Cerro Prieto; no fueron sino los franciscanos los que se dieron a la tarea de edificar lo que hoy conocemos como templo histórico de Pueblo Viejo.
La expulsión de Nueva España de los misioneros jesuitas se dio en 1767. La Orden de San Francisco de Asís llegó a estas tierras tres años después. La construcción del magnífico templo inició en 1797, según estudios y publicaciones del cronista de esta ciudad, y fue el padre Andrés Sánchez quien emprendió las obras y avanzó la finca los siguientes seis años en esa transición del siglo XVIII al XIX.
José Jesús “El Loco” Valenzuela, entregado estudioso de este tema y difusor de la historia de este pueblo, amplía las referencias al mencionar que los sacerdotes Pablo Mota, Ramón López y Santiago Usuastegui participaron también en el desarrollo de la construcción del Templo. Se puntualiza la importancia de los trabajos de los hermanos Gaona, arquitectos de la época, quienes fungieron como maestros constructores, y cuya labor se asocia a la edificación del templo de San Xavier de Bac, misión hermana de la de Caborca, con características arquitectónicas muy similares, por no decir idénticas. Los hermanos Gaona dispusieron de mano de obra indígena local para las tareas del templo.
La iglesia, de hermoso acabado barroco y detalles elegantes de exquisita estética, con dimensiones importantes que saltan a la vista, fue terminado tras casi doce años de trabajos y el 8 de mayo de 1809 tuvo su misa de dedicación, a cargo del señor cura de La Ciénega fray Francisco Javier Vázquez. Recibió el nombre de Templo de Nuestra Purísima Concepción de Caborca.
El papel que ha jugado el templo histórico de Pueblo Viejo, como popularmente se conoce, al ser principal pieza arquitectónica de la comunidad y tradicionalmente símbolo y recinto de la fe de los moradores del pueblo, no se ha limitado a su expreso y lógico propósito de la práctica sacramental del cristianismo. Los accidentes del devenir humano han exigido a la gente caborquense sacrificios donde el templo ha hecho las veces de cuartel militar, trinchera, refugio ante catástrofes, albergue, de forma que sus altas paredes y su altar registran con fidelidad las letras de sangre, hierro, fuego, oro y barro que marcan el paso de este pueblo por la historia.
En la batalla del 6 de abril de 1857, las familias del pueblo, atrincheradas en el templo, evitaron el parque embravecido del fusil invasor, desde ahí perpetraron esa resistencia que los hizo vencer. Diez años después, la monumental parroquia fue la fortaleza que salvó la vida de muchos pobladores durante la inundación de 1867. Es una idea aceptada por los historiadores, que ante las acometidas apaches el templo era resguardo para los más débiles, que no estaban en edad o en condición de dar la guerra.
El templo histórico de Pueblo Viejo reviste una importancia tan grande para la comunidad, que su significado ha trascendido el ámbito religioso para el que fue bellamente edificado. El estoicismo de su resistencia a las embestidas del río Asunción a través de los siglos, no obstante sus mutilaciones, reflejan el carácter recio de los hombres del desierto. Su calidez y su magnificencia como anfitrión de eventos cívicos, su idóneo espacio para el esparcimiento, sus cómodos y vistosos jardines, su inigualable atractivo turístico, su plaza que se vuelve seno de multitudinarios festejos, su agradable y popular vendimia, su paisaje, su vista, su localización, su panorama, lo hacen ser nuestro más grande orgullo. Nuestro mejor lugar.
*Economista y novelista