Parto de tus grafías y ritos, para constatar que ocupaste estos difuminados paisajes. Sigo líneas, recorro hendiduras en el petroglifo y el encendido barro, para recordar junto a ti, el trazo original de la cultura y te encuentro viva; palpitante; retadora.
Bordeo el taste y admiro las medidas de tu sorprendente reto; hombres y dioses tentados por el azar, imaginan la cuenta primera, cuando el número, vaguedad precisada en la grafía, adjudicó los méritos de ganes y derrotas; cúmulo imperecedero de la vida.
Oigo tus coros naturales al son de los raspadores en la hueja. Rompen el ritmo los tenabaris que ya han sentido las caricias derivadas de la tierra y las huellas se expanden por el polvo de la plaza, el sacudimiento sube a los coyoles y las sonajas hacen que el venado adquiera vida con adornos de encendidas flores de amapa; blancas, moradas y amarillas.
Cerca, por el vado, el coyote merodea, mientras las cholis, aletean su sorpresa. El sagaz espíritu del maíz, el peyote y la pitahaya han sido incorporados y entre el día y la noche viajaremos por las estrellas.
Fascinado por tus ojos admiro los tintes que te adornan, los sellos de blandas maderas y pulido barro corren por tu piel, dejando una estela de sorpresas, al conducirme a tus excelentes lugares. La plumería en arco iris decora tus lacios cabellos o los ensortijados mechones resplandecen con el polvo de las piedras que has traído de las montañas, los valles y las playas.
La túnica de algodón cae tersa, mostrando el vibrar de tus pezones. El huarache embellece tus alas inferiores que has abierto a los febriles goces en el remanso del arroyo o la turbulencia del río. El arete, espuela del amor, encaja su agudo placer en mis nacimientos y la luna alumbra tu faz para recibir la espuma del oleaje.
Tejes la cesta y desde el nudo original reproduces el signo del sol, calendario de elotes, numeralia de la vida vegetal. Por donde se asoma la cuenta de los días que nos traerán el producto de las milpas sembradas en las vegas de los ríos.
Entretejes tus dedos y las palmas, estética de lo íntimo muestran las originales grecas que has llevado a las telas, las cenefas, las maderas y la cerámica en el universal signo de los trazos humanos.
La flecha, hija del tucuchi, nace de vertical extremidad para después aderezarse con el pedernal que atravesará, las carnes en el sustento o la contienda por el honor o el territorio.
Así voy recorriendo tu diversa geografía; lomeríos, hondonadas, lagunas y montañas; grutas, aguas termales, cuevas, tierra de diversos colores, ríos, arroyos, estanques; pitayales, bosques de palo de Brasil ya desaparecidos, amapas, cedros, mezquites, palo fierro, guayacanes, sabinos, palo blanco y palo verde, vara blanca, guamúchiles, tu discreta biodiversidad sorprende cuando me adentro en tus secretos.
Esteros, mangles, isletas, brazos de mar, médanos y playas, rocas eternas y piedritas pulidas en el arte milenario del reflujo marino en el suave oleaje. Hermosos caracoles, estrellas de mar, camarones, algas y trigo marino. Inmensidad de vida natural que apenas vislumbro en tus papaches, aguamas y ciruelas.
Vendrán después los tamales de venado para inaugurar la cosecha y el ayali espera paciente la fermentación de los licores de la alucinación. El toloache, me enviará al desvarío cuando quiero amarte al extremo y el tesgüino lleva a la lenta procesión por los caminos de la divinidad. Tomo la pipa que has diseñado para aquella vida y la decoración muestra la belleza del ocio improductivo de tu cultura, goce civilizado donde la maldad muere por su desamor a la vida. Te nombro para no olvidarte y te imagino entera, viviendo en el seno del eterno viaje.
*Economista e historiador/IPN-UAS