Por Ulises Cisneros*
Entre las bambalinas del teatro “Pablo de Villavicencio” la observé en silencio y con la impudicia de quien capta para la memoria los mínimos gestos y movimientos de una leyenda viva. Sentada junto al telar, absorta en la concentración previa a su salida a escena, Alicia Alonso parecía repasar en su mente los trazos coreográficos de “El lago de los cisnes” al compás de la música.
En un primer plano, ella, envuelta en un ligero manto, atenta a los sonidos como una cierva en el bosque. Al fondo, los bailarines del ballet Nacional de Cuba, iluminados por los resplandores de la tramoya. La sola escena de Alicia ensimismada y paciente era deslumbrante.
Fueron varios los minutos de espera. Los suficientes como para no olvidar jamás esa intimidad arrebatada a su persona por la mirada impenitente de quien, por los gajes del oficio, tuvo para sí el espectáculo arrobador de su presencia majestuosa a contraluz.
Me clavé en mi sitio. Como el cazador de imágenes que se reserva el placer de atrapar unos instantes únicos e irrepetibles. No llegó a tanto mi osadía como para perturbar con una cámara el privilegio de admirarla a unos cuantos pasos de ella.
A cambio, grabé su perfil en mi recuerdo. Una línea clásica, de nariz vigorosa y pómulos esculpidos por el tiempo y la disciplina férrea. El cabello recogido entre las plumas de cisne y coronado por una discreta tiara. El cuerpo erguido y relajado. A sus sesenta y algo de años, en la quietud de su punto de espera, Alicia impregnaba el aire alrededor con su suave elegancia, en una magnética serenidad que, por ende, era un fenómeno físico en estricto sentido.
Fue un regalo contemplar un mito viviente y verla salir transformada en Odette y cautivar desde su aparición al público.
Eso fue hace veinticinco años. La fecha exacta es una de las traiciones de la desmemoria. Sin embargo, es más tenaz la persistencia de su imagen augusta y la hermosura y gracia de su danza.
Aún en sus recién cumplidos 90 años, Alicia conserva su belleza de magnífica loba. Acabo de verla en un documental de la Televisión Española que celebra como todo el mundo tan espléndido aniversario. Sentada junto al proscenio del Teatro “García Lorca” de La Habana, relata algunos de los muchos pasajes de su esplendorosa existencia. Ella es una de las sobrevivientes de los monstruos sagrados de la danza del siglo XX.
Su voz es enérgica y segura. Sin titubeo alguno atribuible a la edad. Con el salero característico de una cubana afincada en sus reales de matrona de la danza habla del trabajo y de su amor por el arte, de los proyectos por efectuar la compañía y de la reiterada exigencia a sus discípulos de dar al máximo su sensibilidad interpretativa.
Algunas celebridades como Montserrat Caballé atestiguan la sencillez de su trato y la grandeza de su humildad personal. Es como los espíritus enormes, dueña de una generosidad abierta y práctica, afable como una buena amiga que comparte los pequeños detalles que honran la vida.
Otros mencionan cómo aun en las sombras de su ceguera parcial, Alicia ha desarrollado sus sentidos y afinado su comprensión de vivir al grado de practicar un solidario humanismo como elemento cotidiano de su persona. El desprendimiento de las retinas de sus ojos le ha permitido mirar mejor asomándose al alma, a la esencia de las cosas y de los seres humanos.
Tal faceta de su personalidad es indisoluble de sus grandes aportaciones a la danza mundial. Fundadora del American Ballet Theatre y de la Escuela Cubana de Ballet, ha desplegado durante más de siete décadas sus conocimientos a las diversas generaciones con una obsequiosidad poco común entre sus pares.
Nacida el 21 de diciembre de 1920, Alicia Ernestina de la Caridad del Cobre Martínez del Hoyo, simplemente Alicia, está más allá del bien y del mal. Puede decirse que lo ha visto todo en la vida, pero ella misma confiesa que todavía le falta mucho por ver y conocer. No menciona el lugar común de que por su edad la muerte le sea próxima. Es más, ni siquiera la tiene entre sus proyectos futuros.
Habla de cómo hay que seguir adelante con la formación de bailarines y de la reposición y recreación de algunos montajes. Está al frente de las clases y ensayos de sus alumnos, los nuevos bailarines que reciben de ella la lección magistral de crecer como artistas. “La danza no es un ejercicio. La danza es arte”, afirma.
No se le da la retrospectiva de su vida como un resumen de glorias acariciable por la nostalgia. Le significa más un reto a seguir hacia adelante con replanteamientos de creatividad y de trabajo. Como las mujeres centenarias, predica con el ejemplo: Moverse, estar en acción, ocupar la mente y el cuerpo. “El que se sienta, se tulle”, diría, repitiendo los consejos de las sabias abuelas de todos los tiempos.
Parte de su enseñanza se ha extendido a Sinaloa a través de maestras que han sido alumnas suyas como Fernanda y Jimena Guerra y Karemia Carrión del Rey y de un buen número de bailarines que han ido a La Habana a adiestrarse en el perfeccionamiento de las técnicas de ballet. Ellos son parte de las raíces dilatadas del pródigo árbol que desde Cuba se extiende a los cinco continentes.
Leyenda viva de la danza clásica, a Alicia no podemos menos que sentirla como propia los mexicanos y todos los latinoamericanos. Fecunda maestra, excepcional mujer y artista, el regocijo por su reciente cumpleaños es mutuo. Estamos de fiesta por ello. Con su ejemplo alegra el alma y nos permite reconocer que, como lo sostiene ella en su convicción apasionada, “los colores de la vida son las artes”. Así que no hay más que seguir adelante.
*Periodista y locutor de Radio UAS.