Por Luis Álvarez Beltrán*
Según ha publicado el respetado cronista caborquense José Jesús Valenzuela, la palabra Caborca es de origen pápago, se escribe Kabortk y significa cerro redondo o lomita. Agrega que el nombre de la ciudad proviene del Cerro Prieto, ubicado en la actual colonia Tierra Blanca, en el suroeste del casco urbano. La historia cuenta que ahí vivían los pápagos desde tiempos anteriores a Colón. Al pie de ese cerro fue fundada la ciudad como pueblo misión por el Padre Jesuita Eusebio Francisco Kino el 18 de diciembre de 1692.
Otras acepciones del nombre de Caborca coinciden con tal idea, el historiador Manuel San Domingo aduce que los indios nombraban ‘Cabosk’, que significa “cerro boludo”, pero para los naturales más propios del lugar, los pimas sobas, Caborca era “cauto-a”, que significa loma chiquita, que por origen e idea impone probabilidad, pero redunda la comunión de las versiones.
Todas las ciudades, grandes y pequeñas, tejen el manto de su historia con las letras doradas de un solemne cúmulo de trascendentales hechos y con la convicción de un horizonte que anticipa o se dirige a un destino elevado, a veces calificado de divino. Los derroteros de la historia a veces son como los misterios de la cristiandad, dolorosos, gozosos, gloriosos. Pero a lo largo del tiempo hay algo que intitula todos los eventos de un lugar y ese algo ha de perdurar inscrito en la memoria al paso de los vientos, las arenas, las lluvias y la erosión del paso de los siglos que lleva y trae generaciones, modernismos, modos de producción distintos, regímenes políticos, épocas, culturas, cambios en toda la extensión de la palabra: Ese algo es el nombre de los pueblos.
Precepto aplicable también a las personas, los objetos y las instituciones, el nombre evoca e identifica, el nombre constituye la imagen, el nombre indica, da a lugar, señala, remonta, ubica y reconoce. Paris, la ciudad de las luces; Nueva York, la urbe de hierro, la gran manzana; México, la ciudad de los palacios; Guadalajara, la perla de occidente; Mexicali, la ciudad del sol; Caborca, la perla del desierto, la heroica.
El nombre sella la identidad de las comunidades, enmarca nuestros títulos, enraíza un origen y una pertenencia, un solidario andar por el suelo de nuestros antepasados. Hay ciudades anteriores a la era cristiana, como Babilonia o Atenas, o que fueron erigidas en tiempos del imperio romano, como ciertas capitales europeas, o en la edad media, o en el renacimiento, durante la ilustración o en tiempos de la revolución industrial. Hay también ciudades jóvenes que en breve tiempo reclamaron trascendencia.
Caborca es una ciudad que ostenta orgullosa no sólo una historia extraordinaria que describe sus propios avatares y se convierte en micro espejo de la historia del país y del mundo. El nombre de Caborca resiste los cambios de la historia y, mejor aún, agrega blasones a su insignia cuando se le reconoce heroica. No se traslada su nomenclatura a segundos bautismos que parten en dos o refuerzan, por qué no, la idea o la mentalidad de que el mismo lugar ahora es otro. Pitic pasó a llamarse Hermosillo, pero la evocación es cada día más fuerte; Cajeme adoptó el nombre de Ciudad Obregón pero pensar en ese valle sigue siendo sinónimo de la palabra yaqui. Así lo será siempre. La Sonoita centenaria alcanzó categoría de municipio con el nombre de Plutarco Elías Calles, pero da la impresión que ese nombre es para llenar los documentos y el primero es el que la gente usa. Caborca se quedó Caborca, como debe ser, arrastra consigo cuatro grandes siglos, quizá más. Es responsabilidad de sus hijos honrar y engrandecer su nombre.
*Economista y novelista.