Por Ulises Cisneros*
Tres fueron las virtudes de la calidad humana de Ricardo Urquijo Beltrán: La humildad, la paciencia y la capacidad de diálogo. La referencia no es mía. Es de su entrañable amigo, el sacerdote xaveriano, Rafael Piras, quien ofició la misa de cuerpo presente el pasado 12 de diciembre en el auditorio del Instituto Cultural de Occidente de Mazatlán, donde se congregó una multitud para rendir homenaje y enaltecer el luminoso paso de un hombre que se distinguió por su amor a las artes, la cultura y la naturaleza y que fue proverbial en su profesión de la amistad.
A ellas debo añadir las cualidades de la prudencia, la discreción y la honorabilidad de las que siempre hizo un ejercicio cotidiano en su trato con los demás, algo verdaderamente inusitado en un ámbito como el de la cultura, en el que priman la fatuidad y las vanidades y el desmesurado sentido de la megalomanía rayana en la sobreestimación patológica.
El “Cayo” fue distinto. En efecto, fue humilde, tal como lo señaló el prelado, quien lo conoció desde niño y fue un guía espiritual en su vida. Sin presunciones ni jactancias, fue un hombre que se dedicó a enaltecer su tierra natal, sirviéndola de diversas maneras, sobre todo, a través del trabajo. Tanto desde su esfera privada como empresario ganadero como también desde su desempeño público al ejercer una profunda vocación como promotor cultural y turístico en el Sur de Sinaloa.
Esta faceta de su persona se convirtió en un paradigma. Hasta la fecha no hay en la historia del servicio público en el estado alguien que durante 12 años haya estado al frente de una dependencia cultural con los evidentes resultados de una tarea que fue siempre ascendente por el alto impacto social de una visión de trabajo pertinente y sensible a las necesidades de su entorno.
Mazatlán fue por supuesto su gran amor. Agregaría que su relación con el puerto que lo vio nacer fue de una intensidad pasional siempre renovada con interesantes proyectos que impulsaran su desarrollo y que honraran el potencial que tiene entre su gente y entre sus calles.
Lo conocí alrededor de hace 20 años en el trabajo mismo. Dinámico y atento, sin perder nunca el estilo de caballerosidad que era otra de sus prendas personales. Simpático y dicharachero como buen porteño, abierto a la amistad y dispuesto a conocer, con una curiosidad insaciable, todo aquello que le permitiera redondear su desempeño al servicio de la gente.
Su entusiasmo fue uno de los grandes motores que permitieron reerigir el teatro “Ángela Peralta”, prácticamente de las ruinas en que había quedado el foro a fines de los 80. Fue también uno de los propulsores del rescate y rehabilitación del Centro Histórico del puerto, esa maravilla que ahora define a Mazatlán como un destino turístico cultural de sol y playa.
Fundador del Festival Cultural que ahora es imprescindible los tres últimos meses de cada año en el puerto, el “Cayo” promovió y gestionó otras importantes aportaciones a la cultura del estado como el establecimiento de la Escuela Superior de Danza a cargo del internacionalmente reconocido grupo de danza contemporánea, “Delfos”.
Otros notables logros de su acción fueron el redimensionamiento del Centro Municipal de las Artes y la creación de grupos corales y de música sinfónica, entre muchas acertadas iniciativas.
Demás está decir que, tras los bastidores del andamiaje de cada carnaval, él estuviera presente. El consejo justo, la disposición a organizar y resolver los muchos aspectos financieros, logísticos, operativos y de difusión que conllevara efectuar la festividad más importante de Sinaloa, fueron siempre la reiteración de su entrega a colaborar y servir a su pueblo.
Dicho de otro modo, y como buen patasalada, para el “Cayo”, al igual que para todos sus coterráneos, el carnaval fue y es una pasión incurable.
Poseedor de una aristocracia moral que es invaluable en esta época, Urquijo sorprendió a la mayoría con su partida. Menos de un mes atrás me lo había topado en el Centro de Convenciones del puerto. Al modo sinaloense, nos echamos el grito y platicamos un rato. Nada había en su semblante ni en su conducta que permitiera suponer el estado de salud por el que pasaba. Tenía el pudor de obviar sus preocupaciones personales y reservarlas a su esfera íntima. Al igual que un servidor, muchos otros se conmocionaron con su fallecimiento.
Se murió en la raya.
Apenas el miércoles 8, su hijo había inaugurado en su nombre una exposición fotográfica en el Museo de Arte de su paciente labor de explorador de la fauna y de la flora de Sinaloa. Había editado además su calendario 2011 con imágenes propias, recopiladas en su tiempo libre y en sus andanzas por el estado, un material cuyas utilidades las destinaba a causas filantrópicas cada año. Completó el acto la exhibición de un documental videográfico que produjo sobre los pájaros de la región, titulado “Por sus trinos los conoceréis”, en el cual mostró su alegre y devota perspicacia campirana de sorprender a los demás con adivinanzas a las que era afecto.
Fue una manera silenciosa y elegante de despedirse de sus semejantes. El viernes 10 emprendió el vuelo final.
La trascendencia de sus acciones es manifiesta desde hace tiempo en la fortaleza de las instituciones a las que sirvió. En particular, en la del ahora Instituto de Cultura, Turismo y Arte de Mazatlán que, pese a los desafortunados yerros que ha enfrentado en los últimos tres años, cuenta empero con el indeclinable propósito de los mazatlecos de restituir su prestigio y ascendencia pública, siguiendo el ejemplo dado por él.
Como pocos, el “Cayo” comprendió que cultura y turismo son determinantes de la vida económica, social y política de Mazatlán y del sur sinaloense. Al frente de la dirección de desarrollo turístico de la secretaría estatal, ahondó en el emprendimiento de numerosos proyectos y programas en los municipios de Cosalá, San Ignacio, Concordia, Rosario y Escuinapa. Su labor seguirá fructificando. Mucha gente que encontró fuentes de trabajo dignas en los pueblos mágicos y señoriales de Sinaloa continuará adelante con sus sabios consejos.
A sus funerales acudió la crema y la nata de la sociedad porteña. “Desde la princesa altiva hasta el que pesca en ruin barca”, como dicen los versos del tenorio. Todos unidos por la común aflicción de su deceso y consternados porque ahora tendremos al “Cayito” en nuestra memoria. En el imperecedero recuerdo de un sinaloense de bien, bien nacido y honrado a carta cabal, sin, lamentablemente, poder bromear con él y andar de argüenderos en la plazuela Machado y celebrar esa exultante alegría de vivir que nos contagiaba, que era como las olas de su mar de Mazatlán, refrescante y jubilosa.
*Periodista, locutor de Radio UAS.