Por Mario Arturo Ramos*
En el nombre del cielo
pedimos posada,
pues no puede andar
mi esposa amada.
Los cantos más populares en la temporada navideña son los villancicos, versos y prosas litúrgicas que nacieron en el siglo IX, como anuncios del gozo de los pastores que conocieron la Anunciación o como alabanzas a Dios. En sus primeros días se escribieron y cantaron en latín y, en el siglo XIII al extenderse por Europa se cantaron en francés, alemán y flamenco en las ceremonias religiosas con las que se celebraba la natividad. Por lo tanto, músicos, compositores, autores y cantantes de las regiones donde se hablaban estos idiomas, encontraron en este género músico-litúrgico un medio de expresión que contó con gran aceptación en las sociedades europeas que tenían una profunda carga religiosa en su vida diaria. A finales del siglo XV el villancico se instaló en los territorios de la corona española, donde encontró terreno fértil para desarrollarse como canto popular.
Su forma musical se basa en la alternancia de un estribillo cantado por un pequeño coro o un solista, las coplas o estrofas que le siguen las interpreta el coro y tienen mayores complejidades polifónicas. Regresando al estribillo, algunas veces el villancico fue creado para ser interpretado por un solista, el cual era acompañado por una pequeña sección de ejecutantes de cuerda. Este es el antecedente del contemporáneo que es una canción de carácter pastoril en la que se describen ocurrencias simpáticas y dichos populares adaptados a la tradición de celebrar el nacimiento de Jesucristo.
Venimos rendidos
desde Nazaret,
yo soy carpintero,
me llamo José.
El género desembarcó en América junto a los conquistadores y pronto adquirió carta de naturalización en la Nueva España. En los inicios mención especial merecen los escritos por Juana de Asbaje en el siglo XVII y publicados en las colecciones de música de la autoría de Sor Juana; los de Antonio de Salazar, Maestro de Capilla de las catedrales de Puebla y la Ciudad de México, entre los que debemos citar: “Al nacimiento de Cristo”, “Al Santísimo Sacramento”, “A la limpia concepción de María”, “A nuestro padre señor San Pedro”; resultan importantes los creados por Juan Matías, gobernador indígena de Azcapotzalco. En los villancicos mexicanos la influencia musical italiana es notoria en sus planteamientos melódicos y en su temática dramática y pintoresca, elementos que le ayudaron a popularizarse y que los convirtió en un instrumento vital para la tarea religiosa de los hombres blancos.
Sus vertientes populares permitieron que se fusionaran en la parte literaria los lugares comunes, dichos y refranes que utilizaban para comunicarse los mestizos con las festividades masivas navideñas, por lo tanto, el estilo nacional tuvo voz propia y matices que nos distinguen de los europeos, sobre todo por el ingenio que se manifiesta en este género musical. Entonces los personajes adquirieron características, nombres y apelativos mexicanos, por eso el diablo fue más diablo, más compadre, más simpático.
La Virgen María vistió rebozo de bolita, trenzas largas, falda de manta, los pastores bebieron tequila, mezcal, pulque y atole; su música se nutrió de aires del jarabe, del son, del corrido, la danza. Así son nuestros villancicos. Su historia cuenta que el 31 de enero de 1667 en la Catedral de México se estrenó el villancico “San Pedro Nolasco”, con versos de la Décima Musa y música de Joseph de Aguirre y Loaiza. En 1729 Francisco Moratilla creó “Al nacimiento de Cristo Nuestro Señor”; por esos años José Gabino Leal dio vida al popular “Señor San Joseph en hora dichosa”.
¿Eres tú, José?
¿Eres tú, María?
Entren, peregrinos,
no los conocía.
Durante la etapa de la Independencia, los compositores de villancicos integraron al género otras formas musicales populares; sus expresiones lingüísticas se nutrieron de vocablos procedentes de rancherías y pequeños poblados. En el México contemporáneo son imprescindibles en las celebraciones decembrinas y a cualquier pieza instrumental o vocal con tema navideño, se le denomina villancico, por eso las posadas religiosas y profanas no estarían completas sin ellos. Los villancicos modernos se componen de manera anónima y por autores/compositores de prestigio que encuentran en ellos la manera de plasmar el espíritu navideño, por eso Navidad es tiempo de villancicos, por es cantamos:
Vamos, pastorcitos,
vamos, a Belém,
a ver a la Virgen
y al niño también.
Vamos, pastorcitos,
vamos a adorar
al rey de los cielos
que ha nacido ya.
*Autor e investigador