“Alabando a Diooos, quítense el sombrero/ porque en esta casa/ vive un caballero/ vive un caballero/ vive un general/ si me dan licencia/ para comenzar/ si me dan licencia/ paso para dentro/ y a su puerta canto/ este gran nacimiento… “ Y el coro contestaba: “Naranjas y limas/Limas y limones/ más linda es la virgen/ que todas las flores…”. El canto de La Rama seguía su marcha de casa en casa improvisando versos dedicados de manera especial para los habitantes de cada casa que se visitaba… La rama, era una especie del sustituto regional del arbolito de navidad que generalmente encontrábamos seca de algún árbol de los que talaban. Con una lija, preparábamos cada parte de la rama para pintarla generalmente de blanco o de plateado… Una vez que se secaba, se adornaba con esferas, escarcha, serpentinas y al final, era infaltable el “pelo de ángel”… Había que tener cuidado, porque ese adorno era fabricado de fibra de vidrio y podía ser riesgoso así que los mayores eran los encargados de ponerlo… Para acompañar a ese coro navideño, sacábamos instrumentos musicales totalmente sui generis… Maracas hechas con botellas de plástico que en ese entonces eran rarísimas, algún bongó ya medio desvencijado o un sustituto de ello como una lata muy sonora, una guitarra sin cuerdas o con cuerdas de alambre y sin afinar… El caso era hacer más ruido que las demás “agrupaciones musicales” de otras ramas y recaudar el mayor número de monedas que luego de recorrer el barrio entero, se llevaba para que la mamá de alguno de nosotros, lo contara y repartiera equitativamente… Una vez que se cumplía con la tradición diaria de cantar la rama, guardábamos todo con gran cuidado en la casa de alguno de los integrantes y partíamos a la celebración de la posada en turno que se organizaba para la comunidad… Y ahí, los cánticos eran distintos… Más dulzones, motivantes de una melancolía que nunca me supe explicar pero que vivía tan intensamente como la rifa de los regalos que para un niño son algo maravilloso… “eeeen el nombre del cieeeeeloooo/ yooooo pido posaaaaaadaaaa/ pueeees no puede andaaaaaar/ miiiii espoooosa amaaaaaaaaaaadaaaa… “ Así, las nueve posadas de rigor que eran esperadas por todos nosotros durante todo el año. Pasarían muchos años para que me enterara de lo que las posadas mexicanas, significan y por qué son únicas en el mundo. En el antiguo México, las fiestas en honor de Huitzilopochtli, se llevaban a cabo durante el mes llamado Panquetzaliztli, del calendario azteca. Estas celebraciones, coincidían, o cuando menos se acercaban a las fechas en que se realizaban las ceremonias de adviento, algo así como la navidad, el nacimiento de Jesús. Los misioneros españoles, y se piensa que muy probablemente fueron los religiosos agustinos, aprovechando la coincidencia de fechas, introdujeron pues la tradición católica entre las fiestas al dios del sol, utilizando para esto, la representación del peregrinar de José y María de Nazareth a Belén. De esta manera, se celebraba el ritual católico, igual número de días que las fiestas de Huitzilopochtli, dado que era en la cosmogonía azteca, la deidad más importante. Para “capturar” a los fieles en los rituales católicos, se ofrecían viandas, obras de teatro catequizadoras, música, etc. De este modo, las posadas son una mezcla del ritual católico y los rituales en honor de el dios que se encuentra “a la izquierda del colibrí”, Huitzilopochtli. Según los historiadores, fue en el pueblo de San Agustín de Acolman donde se realizaron las primeras posadas mexicanas en el año de 1587, cuando Fray Diego de Soria, obtuvo el permiso o bula del Papa Sixto V para celebrar las llamadas “misas de aguinaldo” realizadas en los atrios de las Iglesias para sustituir las fiestas del señor Huitzilopochtli. Para hacer más atractivas esas celebraciones, se agregaron como parte del festejo: Luces de Bengala, cohetes, villancicos y la simbólica lucha entre el bien y el mal representado hasta la actualidad en nuestras mexicanísimas pastorelas. Desde luego, la simbolización de la lucha entre el bien y el mal, apaleando una piñata que cuando el bien triunfaba derramaba sus bondades, era infaltable… De los atrios, las posadas pasaron a los barrios, conservando hasta donde era posible, su carácter religioso… Ahí, fueron adicionados otros elementos que ya totalmente festivos: el baile, el ponche, esa nuestra típica bebida navideña realizada a base de frutas y aguardiente de caña, los tamales, etcétera. Tenemos entonces que lo que en un principio, era celebración meramente religiosa, se convirtió en un verdadero jolgorio donde reina la alegría y en el que hasta la actualidad se llega a observar de cuando en cuando la tradicional ceremonia del paseo de los santos peregrinos que cantando las letanías de petición de posada, se dividen en grupos donde unos representan a los posaderos y otros a los peregrinos. Después de recorrer “varias” posadas donde rechazan a José y María, finalmente son aceptados. El grupo que representa los peregrinos, lleva cargando un nacimiento con figuras de barro representativas de la artesanía de México: pastorcitos con zarapes y sombrero de palma, borreguitos,un burrito, etc. Y por supuesto, la figura de José, María y el Niño Dios… Después de cumplir con el ritual que expía culpas y baña de bondades a los que participan en él… Todo se deja a un lado para entrar de lleno a la fiesta donde el alcohol y el baile, hacen que se olvide todo acto de contricción hasta el día siguiente donde volverán a cargarse los peregrinos durante nueve posadas, mismas que, mirándolas detenidamente en ese sincretismo característico del pueblo mexicano, son únicas en el mundo… Celebraciones en fusión perfecta del ritual católico y el prehispánico… De tal modo que en gran parte, podrían ser nombradas Las Posadas de Huitzilopochtli.
*Cantante, compositor y escritor