Por Ulises Cisneros*
Culminó el ciclo sinfónico dedicado a Beethoven dentro de la Temporada de Otoño de la Orquesta Sinfónica Sinaloa de las Artes con una apoteósica interpretación de la Novena Sinfonía dirigida por Gordon Cambpell que dejó, para los melómanos y nuevos espectadores, una formidable impresión acerca de la calidad ejecutante de este cuerpo orquestal que se ha convertido, sin ambages, en uno de los tres mejores a nivel nacional.
Los conciertos ofrecidos el 8 y 9 de diciembre en el Templo de la Lomita, dedicado a la advocación de María de Guadalupe en Culiacán, fueron llanamente majestuosos por la fuerza emocional desplegada por el ensamble de voces que conjugó la actuación de los cantantes invitados, Conchita Julián, María Luisa Tamez, Arturo Barrera y Ángel Ruz, y la del Coro de la Ópera de Sinaloa, cuya potencialidad y musicalidad fueron llevadas al máximo por la batuta de Campbell.
Con ello se demostró las altas posibilidades expresivas del Coro bajo la mano de otro titular concertador. El vigor y cuadratura de las voces, a excepción de unos cuantos tenores que buscaron con sus volúmenes dar la nota y hacerlas descollar entre sus pares, fueron sin embargo patentes por la conmoción sensorial causada en el público, que llenó en ambas ocasiones el recinto sacro.
Aun con las deficiencias acústicas del templo, del sordo sonsonete de la planta eléctrica, de las campanadas del reloj del atrio y de la inesperada grabación digital del himno de la Guadalupana que en el primer concierto, justo al término del primer movimiento, sonó a un comercial religioso entre actos, la monumentalidad de la Novena se impuso.
Los tres movimientos restantes fueron in crescendo. El tercero fue de una extrema delicadeza y el cuarto adquirió, ya en vena y brío el total concertador, la majestad que demanda la pieza. Ahí debió concluir el concierto a nuestro juicio. Fueron innecesarios y hasta de ripio los villancicos navideños posteriores que, como cursi complacencia, la orquesta tocó, demeritando el alto grado de virtuosismo alcanzado.
La siempre certera recomendación de la armonía y elegancia establece que “menos es más” y en materia escénica es la regla de oro. Detenerse en el momento justo asegura la finura de la impresión última que queda entre el público. Las cosas son en su lugar y en su momento y, en materia de música, en su tono exacto. Con todo y el respeto que merecen los villancicos por su rítmico jolgorio, estuvieron fuera de lugar después del “Himno a la Alegría”. Haberlos incluido fue de una chabacanería sensiblera digna de mejor causa. Casi, casi, sus arreglos tropicales se prestaron a convertir el templo en una pista de baile y, con toda la proporción guardada que imponen las cosas, no es posible allanar un recinto destinado a la sacralidad ni tampoco disminuir una obra que es patrimonio de la humanidad a un recetario de caprichos.
No obstante esa obvia peccata mayúscula, el concierto fue la coronación del programa diseñado para la OSSLA en esta temporada que, a pesar de sus diversos cambios de última hora y de verse reducida en número de asistentes debido al limitado aforo de la sala “Socorro Astol” (la que funcionó como emergente en virtud de la remodelación del teatro “Pablo de Villavicencio”), se significó por el ímpetu interpretativo de las nueve sinfonías del compositor alemán.
Cabe subrayarlo: A lo largo de la serie de conciertos dedicados al inconmensurable Sordo de Viena, los atrilistas de la orquesta sostuvieron una pauta de alta exigencia ejecutante.
Observadas en conjunto desde septiembre pasado, sus intervenciones se caracterizaron por el regocijo de dedicarse a recrear la complejidad sinfónica de Beethoven y de alcanzar los niveles de magistralidad que cada uno en lo particular por su excelencia académica y por la vasta sonoridad de matices obtenida en el conjunto orquestal lograron componer literalmente un ciclo sinfónico, cuyas más lamentables deficiencias fueron: Una, la de no haberse hecho las grabaciones profesionales respectivas y, dos, la de no hacer extensivos los conciertos en vivo a través de los medios electrónicos a un mayor número de espectadores.
Sin embargo, esto no es responsabilidad de los músicos, sino de los organizadores y directivos del Instituto Sinaloense de Cultura que pudieron haber aprovechado la disposición de medios como Radio Sinaloa y Radio UAS a efecto de difundirlos en todo el estado.
Empero, para quienes siguieron como espectadores esta impronta alrededor de Beethoven por parte de la OSSLA, fue singular el disciplinado ejercicio de apreciación que representó el catálogo de las nueve sinfonías.
Esto da la pauta para que en el futuro haya una planeación más estricta sobre los alcances y dimensiones que pueden obtenerse con la Sinfónica de Sinaloa que, a punto de cumplir 10 años, ha cosechado fehacientes reconocimientos por parte de los músicos invitados, públicos y críticos especializados a nivel internacional y nacional que la han escuchado y participado en ella.
También demuestra la necesidad de contar en Sinaloa con una sala de conciertos que, al margen de los teatros existentes, sea sede titular de la OSSLA, tanto por el hecho de que cada vez hay un mayor número de niños y jóvenes que optan por la elección profesional de la música y por la notoria atracción de nuevos públicos que se suman al descubrimiento de la música sinfónica como una alternativa de formación y disfrute artístico a la del empecinado baturrillo comercial de otros géneros musicales, respetables en sí en más de un sentido, pero insuficientes para ahondar en el desarrollo estético y humano.
Los conciertos de la Novena en La Lomita fueron también el cierre de la temporada de la Sociedad Artística Sinaloense y del ISIC que, con sus altibajos a lo largo de este año, implica una revisión a fondo de sus objetivos, metas y costos a efecto de alcanzar una consolidación estable de sus programas sin tener que depender a ultranza de los recursos públicos para subsanar sus debilidades administrativas y logísticas.
Todavía quedan dos conciertos más de la OSSLA: El que se efectuará el 16 de diciembre en Los Mochis en el casco industrial del ingenio azucarero, llamado con un excepcional tino, “Ingenio sinfónico”, mismo que constará de música popular navideña bajo la conducción de Gordon Campbell, y el del domingo 19 en Culiacán con motivo de la reapertura del “Pablo de Villavicencio” que, al momento de escribir esta nota, está previsto que lo dirija Enrique Patrón de Rueda sin saberse aún cuál será su contenido.
Para enero de 2011, hay una cortina de humo en torno a la programación de la OSSLA. Excepción hecha de la reciente cancelación de algunos conciertos de cámara pronosticados dentro del ciclo habitual de los “Café conciertos”, no hay mayores avisos. Habrá que consultar una bola de cristal o recurrir a astrólogos tan venerados como los Tres Reyes Magos para saber del futuro inmediato de la Sinfónica de Sinaloa.
*Periodista, locutor de Radio UAS.