Por Faustino López Osuna*
Florencio López Osuna nació en Aguacaliente de Gárate, Concordia, el 25 de diciembre de 1946.
Fueron sus padres Eugenio López Peraza, pequeño comerciante que conocía los oficios de soldador, apicultor y herrero, y Tomasa Osuna Angulo, de origen campesino y sobresaliente inteligencia, quien influyó de manera decisiva para que Florencio estudiara. Tuvo cinco hermanos: Lucrecia, Faustino, Juana, Celia y Waldina.
Florencio López cursó la instrucción primaria en su pueblo natal; la secundaria en la Escuela de Enseñanzas Especiales número 23 o Prevocacional, en Culiacán; bachillerato en la Escuela Vocacional de Ciencias Sociales, del Instituto Politécnico Nacional, en la ciudad de México, y profesional en la Escuela Superior de Economía, del propio IPN. Fue tan sobresaliente como estudiante, que desde la enseñanza media hasta la licenciatura, nunca reprobó ni una sola materia. Como cumplía años a fines de diciembre, en 1968 cursaba el quinto y último año escolar, a los 21 de edad.
Desde su infancia, a Florencio se le inculcaron principios de solidaridad en la familia. Por provenir de una cultura de comunero en su pueblo natal y haber conocido durante tres años las dificultades de la vida del internado en secundaria, cuando llegó a la Escuela Superior de Economía, en sus aulas maduró su conciencia crítica de la realidad socioecnómica nacional, tomando como herramienta la propia ciencia económica. El ímpetu de su juventud y su creencia en la necesidad de una mayor apertura democrática en el país, lo llevaron a representar a su escuela ante el Consejo Nacional de Huelga, del histórico Movimiento Estudiantil de 1968.
F lor enc i o fue el primero y único orador en el sangriento mitin del infausto 2 de octubre. Como todos sus compañeros del Consejo Nacional de Huelga, fue detenido, y sólo él herido en la boca de un culatazo por haber sido el orador oficial, en el mismo edificio Chihuahua, cuyo balcón que da a la Plaza de las Tres Culturas sirvió de presidium. De ahí, junto con todos a quienes identificaron agentes del fatídico Batallón Olimpia, lo trasladaron al Campo Militar número 1. Con decenas de cargos por delitos inventados del fuero común, todos los dirigentes del movimiento, entre quienes figuraron estudiantes sinaloenses de gran valía, tanto del IPN como de la UNAM, la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo y otras, fueron recluidos, por más de dos años, en Lecumberri.
Estando en prisión, mientras que Pablo Gómez, Gilberto Guevara Niebla y Salvador Martínez Della Roca daban clases de Economía y Filosofía a sus compañeros, Florencio les impartió un curso completo sobre los tres tomos de El Capital, de Carlos Marx. Ahí casó con su primera esposa, Silvia Niño, y tuvo la primera hija de ese matrimonio. Ahí, el mismo octubre del 68 le redactó y envió una extensa carta a su padre, Eugenio, explicándole que no estaban presos por asesinos ni ladrones, sino por defender causas en favor de los más humildes. Ahí cultivó la guitarra y el ajedrez, arte-ciencia del que años más tarde fue campeón nacional.
El “Pai” Osuna, como lo llamaban sus paisanos sinaloenses en el Politécnico, nunca antepuso su interés personal al de los demás. El día que salió libre junto con Manuel Marcué Pardiñas, le reclamó a éste por hacer declaraciones personales a la prensa que ponían en riesgo la liberación de los que aún quedaban presos: el acuerdo era no abrir la boca hasta que todos estuvieran libres.
Su imborrable indignación por los muertos inocentes en Tlatelolco y el infame encarcelamiento de que fueron objeto los miembros del CNH, lo llevaron a perder el interés por terminar su carrera. Sin embargo, presionado por sus hermanos para que diera a sus padres esa satisfacción, se tituló de Licenciado en Economía, habiendo sido apadr inado, junto con un reducido grupo de su generación, por Salvador Allende Gossens, el p r e s i d e n t e mártir de Chile, durante su vibrante visita a México.
Desencantado de la justicia y sofocando un volcán de conflictos que lo acompañarían por el resto de su vida, ante la disyun tiva de continuar la lucha por sus ideales de manera partidista con una proyección política y el magisterio, Florencio optó por éste, entregándose a la investigación y la docencia en su propia alma máter, la Escuela Superior de Economía.
Congruente con sus principios, Florencio López nunca buscó el brillo de los reflectores. Aunque supo que otro compañero de la escuela, envidioso de su gloria, dejaba correr la versión de haber sido el último orador en Tlatelolco, nadie escuchó jamás de sus labios jactarse de su papel histórico el 2 de cctubre de 1968. Su satisfacción ahora era contribuir, calladamente y hasta con humildad, a la formación de las generaciones de egresados de Economía, lo que hizo durante 30 años.
Sin embargo, compensando tal vez su modestia, la Historia le tenía reservados a Florencio el reconocimiento y el más grande esplendor merecidos por su valiente actuación estudiantil 33 años atrás. Pero tendría que beber el cáliz de tres terribles tragos, más amargos que la hiel.
En septiembre de 2001 falleció don Eugenio, su padre. Al asistir a su último adiós a Mazatlán y Aguacaliente, supo que doña Tomasa, su madre, padecía el mal de Alzheimer. Se comprometió con sus hermanos a reunirse en diciembre para atender juntos lo necesario para su progenitora. Mas, en ese mes, de pronto Florencio se convirtió, por el poder del internet, en una celebridad mundial, al publicar su fotografía en primera plana la revista Proceso, en el momento que eran aprehendidos él y los miembros del Consejo Nacional de Huelga aquella triste noche de Tlatelolco, como la llamó Elena Poniatowska. Las fotografías testimoniales las había enviado de España la periodista San Juana Martínez, quien las recibió, a su vez, anónimamente, desde México. La televisión y la prensa nacionales las universalizaron, convirtiendo a Florencio en el más importante testigo de los aciagos acontecimientos de 1968.
Todavía Proceso le dedicó el siguiente número con un reportaje desde el lugar de los acontecimientos del 2 de Octubre. Pero el día 19 en que todas las escuelas entraban de vacaciones de fin de año, después de una larga convivencia por el rumbo de Insurgentes Sur con su estimado paisano Della Roca y varios amigos más, de regreso a su casa por Zacatenco, en el otro extremo de la ciudad de México, Florencio se detuvo, para su mal, en un bar que frecuentaba desde que había sido subdelegado en la Delegación Cuauhtémoc, del Departamento del Distrito Federal. Al día siguiente, Florencio López Osuna, subdirector en funciones de la Vocacional de Ciencias Sociales del IPN, sospechosamente amaneció muerto en un cuarto del contiguo hotel del Chopo, muy cerca del Museo del mismo nombre, de la colonia Santa María la Ribera. Cumplía 55 años de edad.
Proceso volvió a publicar en primera plana la fotografía que, con los buenos oficios de Raúl Álvarez Garín, apenas dos semanas antes lo había hecho inusitadamente célebre. Sólo que, ahora, con los ojos cerrados. El hecho conmocionó a la ciudad de México. Santiago Creel Miranda, Secretario de Gobernación, se vio obligado a publicar una nota en los diarios capitalinos, expresando que el Gobierno de la República lamentaba el deceso del líder del Movimiento de 1968, Florencio López Osuna. Sobre él escribieron ampliamente, entre otros, San Juana Martínez, Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis. Este último, lo elogió por su dignidad y estoicismo a partir de la primera fotografía de Proceso.
El pasado mes de octubre de 2010, recordando la página negra de nuestra historia que representa la represión al Movimiento Estudiantil de 1968, en Sesión Solemne de la LIX Legislatura con motivo de la entrega del Premio al Mérito Juvenil 2010, en la voz del diputado Francisco Javier Luna Beltrán, Presidente de la Gran Comisión, el Congreso del Estado de Sinaloa, al mismo tiempo que a otros líderes sinaloenses de aquél Movimiento, rindió homenaje a Florencio López, para bien de nuestra democracia.
Florencio López Osuna reposa en el Panteón Americano, de la ciudad de México. El próximo 25 de diciembre cumpliría 64 años de edad.
*Economista, compositor y director del Museo de Arte Mazatlán.