Por Victor Roura*
Miro a Ali y a Bono en un precioso cartel a color para la propaganda de Louis Vuitton, fotografiados de manera brillante nada menos que por Annie Leibowitz, la famosa artista visual que hizo méritos en la connotada revista Rolling Stone, pareja de la ya fallecida Susan Sontag. Y mero abajo, con letras que hay que leer con lupa, una breve indicación que dice que los beneficios generados por las ventas de los bolsos que llevan en sus hombros ambos esposos, así como sus honorarios, serán destinados a la Conservation Cotton Initative Uganda como para apaciguar, supongo, a los posibles detractares y aviesos juzgadores del dadivoso comercial.
A mí me parece normal: Bono se ha llevado tanta agua a su molino por su publicitada solidaridad con los desheredados de este mundo que ya no me sorprenden sus calibradas y bien aceitadas argucias, que hará seguramente que sus seguidores continúen conservándolo en mirra e incienso; pero, ¿quién le quitará a la familia del vocalista de U2 haber viajado como reyes a Uganda con las comodidades dispuestas por Vuitton y haberse, de paso, agenciado unas cuantas divinas bolsas de dicha casa de modas? Y, digo, ¿la fotógrafa Leibowitz tampoco cobró un quinto por su trabajo, ahora que ella misma ha confesado estar en bancarrota? Es un hecho, aunque la inocencia de la gente común se niegue a dar fe de ello, que todos los actos solidarios conllevan un indudable beneficio a las “estrellas” que prestan su nombre a las marcas de prestigio en el mercado mundial. No es ocioso repetirlo: mientras veía por los empobrecidos del planeta, Bono en agosto de 2006 se incorporaba como socio activo del grupo de inversionista Forbes Media con 300 millones de dólares.
Tal cual el caso del rapero Jay-Z, quien no olvida –solidario que es ahora cuando, según él mismo hace notar, gana cada año más de 45 millones de euros por hacer rimas desmadrosas y sugerir a sus fans que no se rindan y levanten su autoestima-, no olvida su desgraciada infancia en los miserables barrios de Brooklyn –vendiendo en las esquinas coca, razón por la cual aduce, ingenioso como es, que su vida se resume en la frase: “De los gramos a los Grammy”-, pero hoy, casado con la escultural Beyoncé (¡la innata capacidad del cuantioso dinero que vaya uno a saber por qué atrapa a mujeres de solvencia corporal!), ofrece incluso discursos a ejecutivos en el Barclays Center de Nueva York sobre cómo enriquecer a los enriquecidos y se deja fotografiar para portadas de Forbes con el magnate Warren Buffet y ahora camina con una docena de guardaespaldas cuando acompaña a sus amigos Clinton u Obama, quienes a su vez caminan respectivamente con sus veintenas de guardaespaldas. ¡Cuánta pululación, Dios, de guaruras durante un encuentro amistoso entre dos acaudalados!
Pero Jay-Z, como Bono, son firmes solidarios con las causas humildes… siempre y cuando por supuesto sus fabulosas cuentas bancarias se vean fortalecidas. Recuérdese que quien más tiene más necesidades económicas tendrá para su diaria supervivencia, al grado de conseguir en agraciados intercambios bolsos Vuitton para el armario personal, que mucha falta hacen para las reuniones en los exquisitos clubes en los que están suscritos, como los deportivos 40/40, pertenecientes a Jay-Z (porque, delante de este rapero millonario, Beyoncé, ¡ay!, es un objeto de cerámica diminuto), para la vip de las clases sofisticadas del orbe.
La mayoría de los solidarios lo son porque saben que en sus solidaridades cosechan ganancias para sus propios terruños. ¿No la gente ordinaria cree todavía que de veras todo el dinero del Teletón va directamente, ja, a las manos de los desvalidos mexicanos y por eso cada año desembolsa uno o dos pesos, a veces hasta mil, para sentirse reconfortada consigo misma sin saber, nunca, en realidad cual es el destino pecuniario de su modesto aporte? Por eso alguien una vez me dijo que el dinero del Teleton va directo a los bolsillos del niño desamparado… Ascárraga Jean.
Vuelvo a mirar el precioso póster de Bono –descendiendo de una avioneta particular en la desabrigada Uganda con una bolsa Vuitton en el hombro izquierdo mientras en la mano derecha sostiene el estuche de una guitarra- para decirme cuánta razón tiene el señero compositor Tom Waits cuando dice que: “somos tan consumistas que nuestra única senda espiritual parece proceder de esta perspectiva: la caza del dinero”. Dice Waits que a la gente no le interesan las dignidades del artista: “Parece como si estuviera bien en el caso de que paguen lo bastante. Venderse está bien visto mientras cobres lo suficiente”. El no ha aceptado posar para ninguna empresa comercial, aunque le han ofrecido cientos de miles de dólares para ello. Otro hombre decoroso, Bruce Springsteen, rechazó 12 millones de dólares por aparecer en un anuncio de la Chrysler durante tres segundos. Y, en efecto, hay quienes, enfáticos, aseguran que tanto Springsteen como Tom Waits son pendejos por el hecho de no aceptar los convencionalismos monetarios contemporáneos, y Jay-Z y Bono son demasiado astutos, y admirables, por ganarse el pan mediante sus elocuentes famas. “Para algunas personas —ha dicho Waits al respecto— estar en la música pop es como presentarse a unas elecciones. Cortejan a la prensa de un modo muy consciente. Besan a los bebés. No importa lo oscura que sea su visión de la vida, su comportamiento público siempre es el mismo”.
Ganar dinero. Como fuere. En el contexto nacional las cosas también se mueven del mismo modo. A Héctor Aguilar Camín lo he visto en carteles anunciando relojes, a Ángeles Mastretta y a Sebastián retratándose con tarjetas bancarias, a Alberto Ruy Sánchez vistiendo determinados pantalones jeans, a Frabrizio Mejía Madrid en anuncios de la óptica Devlyn, a Enrique Krauze alentando el turismo en Vive México junto con Javier Aguirre y un numeroso contingente de servidores de la televisión mexicana, siempre éstos dispuestos a zambullirse en los millonarios contratos de las casas de prestigio. ¡Necesitan más dinero del que ya poseen Leonardo Dicaprio o Brad Pitt, por ejemplo, como para aventurarse en poses propagandísticas de consorcios de marcas registradas? Sabemos que no, pero lo hacen con peculiar esmero. Porque el excesivo dinero (no hay dinero a secas, sino el excesivo dinero) es lo que hace que las personas se hagan visibles en las sociedades modernas. ¡Qué diablos importa que no aparezca un ugandés en los anuncios de Vuitton si aparece Bono? ¿A quién le importa si el niño Godofredo Solórzano va a poder comer en el año 2013 si en este momento podemos apreciar la festiva cara de Brozo en el Teletón? ¿A quién le importan los descalzos del Metro citadino si Paulina Rubio usa botas Andrea y de paso deja que miremos su ropa interior?
—La vida es así, Víctor Roura, no nos la amarguemos ni nos la amargue usted con sus zarandajas de dignidad y decoro —me dice por la espalda un lector, de pronto, y me calla la boca y me arrebata el teclado de la computadora y la desenchufa y me da un sonoro bofetón—, ¡para que vaya reaccionando, carajo!
Ya tumbado en el suelo, me pregunto cómo demonios entró a mi casa con tanto sigilo este irascible terapeuta contemporáneo. Lo cierto es que debo mandar poner otras cerraduras de seguridad a la puerta.
*Jefe de la Sección Cultural de El Financiero.