Por Juan Cervera Sanchís*
¿Qué se hizo de las carpas?, Sí, de aquellas carpas que fueran las más calificadas academias de los más grandes comediantes de México. Buscar hoy una carpa en la ciudad de México es tanto o más difícil que tratar de encontrar una aguja en un pajar.
Fue en una carpa donde Mario Moreno “Can-tinflas” aprendió del ignorado “Bolito”, quien fuera peculiar timbalero, su manera de parlar y parlar en exceso sin decir nada en concreto y gracias a sus actuaciones en la carpa Rosete, donde era conocido como “Cantinflitas Parodista”, fue creciendo hasta llegar al cinematógrafo y lograr su portentoso éxito internacional. ¿Hubiera sido todo cuánto llegó a ser como comediante sin haber pasado por el sabio seminario de la carpa donde aprendió todos los secretos histriónicos? De ninguna manera.
Y, al igual que él, en la carpa, se forjaron don Joaquín Pardavé, Antonio Espino “Clavillazo”, Manuel Medel, Adalberto Martínez “Resortes”, Joaquín García “Borolas”, El Chicote, El Bigotón Castro, Manuel Palacios “Manolín”, Estanislao Schilinsky y quien bien podría haber sido considerado el último carpero: Jesús Martínez “Palillo”, quien ya a finales de los treinta del pasado siglo era una celebridad en el México memorable de las carpas. Aquel “Palillo” que lo mismo hacía de niña tonta que de cura listo, así como de niño en pañales y con chupón.
El egregio “Palillo”, don Jesús Martínez, quien antes de dejarnos y volar a la eternidad, intentó revivir, bajo el temblor mágico de la lona, la atmósfera festiva del alma carpera. Las últimas carpas que vimos y disfrutamos en México fueron las del irrepetible genio de “Palillo”, quien se resistió hasta su muerte a abandonar la tradición.
El que fuera conocido como “El Ídolo de San Juan de Letrán”, lo que era lo mismo que decir “El rey de reyes de las carpas”, nos lleva a evocar carpas como “La colonial” y, con ella, levantar en el barrio carpero de nuestra imaginación otras carpas clásicas, que ya son historia sagrada de la que la fuera vida carpera en la ciudad de México, como fueron: “La Mayab”, “La Carpa Chicote”, “La Valentina”, “La Ofelia”… y, por sentido y sabido, “La Principal”, “La Follies” y “El Salón Rojo”…
Las carpas, ¡ay!, que nos emocionaban en el Barrio Latino y nos llevaban por el Callejón del diablo o el Jardín de tumbaburros en busca de otros placeres…y otros martirios; aquellas carpas que viven y reviven en las páginas amarillas de los periódicos, que recogen y guardan el paso del tiempo y sus huellas en las hemerotecas, y algún que otro libro raro.
Noche de carpa con el colorido y llamativo animador en la puerta gritando, cuando el público se resistía: -“¡¡¡Dos tantas por un boleto!!! ¡¡¡¡Á…ní…men..se!!!! Y después de esto sonaban los nombres de los admirados artistas: Procopio, “La rorra”, Carmen Corona, que al decir de Pedro Granados, “era un verdadero pimpollo”, Celina y sus bogonseros… y también, como se viera en la carpa “La Colonial”, nombres que hoy están archivivos en la memoria colectiva de México: Pedro Infante y Jorge Negrete, pero esto, ya, en función de beneficio a las segundas tiples.
Las carpas pues eran los planetas de las carcajadas y movían a personajes como Arturo Copel “El Cuate”, que lo mismo bailaba que salpicaba de chistes pícaros las gradas. Con él había que reírse a reventar. La carpa era sinónimo de risas y diversión. ¿Cómo estar serios viendo a Anita Mejía y Doroteo, a Emma Venegas y a Aurora Rosales, a Periquín o a Las Kúkaras? Las carpas que, tras telones, también nos hablaban de dramas y tragedias y legendarios artistas como Roberto Ramírez, más conocido como el “Conde Boby”, el nombre de su muñeco.
Roberto Ramírez fue un ventrílocuo genial, a más del “Conde Boby” tenía otros muñecos como “Don Bernardo” y “El Tartamudo”, pero ninguno como el “Conde Boby”.
Roberto Ramírez y sus sketchs gustaban tanto al público que los dueños de las carpas se lo disputaban, por lo que durante la misma noche actuaba en tres carpas a la vez.
Era en verdad extraordinario, pero cuando se encontraba en los pináculos del éxito, un hecho fatal en su vida, acabó con su triunfal carrera. Un día le robaron la cabeza de Boby, su muñeco adorado y motivador de su ingenio y brillante inspiración. Esto alteró su mente, pues aunque mandó hacer una cabeza nueva del Conde Boby, ya nada fue como antes para él y, aquellos chistes que tanto hacían reír al público, no le salían, por lo que en vez de risas y aplausos el público le respondía con silencios y hasta con rechiflas.
Roberto Ramírez terminaba llorando en su camerino y acabó internado en una casa de salud, donde al parecer murió. Al igual que él las carpas también fueron desapareciendo. Ya no hay carpas, ahora que necesitamos con urgencia las risas y las carcajadas más que nunca no hay a dónde ir en busca del relax, que aquellas carpas eran en vivo, vivo muy vivo y no en simulación electrónica o virtual; aquellas carpas, sí, que abrían sus puertas y por sólo diez centavos, el precio del boleto, no pocas veces, ofrecían dos tandas.
Tiempos aquellos que con las carpas se fueron, como las carpas, para siempre, tiempos donde la relación entre el artista y su público era estrechamente cercana, ya que podían, a más de verse, tocarse y olerse, lo que hoy de hecho es una acción del todo imposible, ya que la distancia entre el público y el artista es cada vez mayor, y lo plástico y lo electrónico se anteponen a toda cercanía vital y realmente emocional, como lo son el sudor y el tacto, tan propios en el ámbito entrañable y humanísimo de las carpas.
* Poeta y periodista andaluz.